Dichoso verano

Episodio 5: el final del verano llegó...

Raquel Martos

Siempre que escucho al Dúo Dinámico cantar El final del verano visualizo a Julia abandonando Nerja en un taxi y a Pancho corriendo detrás del coche, cargado con un cuadro que resume un verano inolvidable.

Mi visión no es nada original, Verano Azul marcó con tal intensidad las infancias, las adolescencias y las juventudes de tantos de nosotros que la canción de Manolo y Ramón dejó de pertenecer al dúo y pasó a ser de la tropa de Nerja, la melodía ideal para llorar un verano feliz.

El genio Mercero, con sabiduría de alquimista, metió en un frasco un montón de claves que nos tocaban el alma –por identificación con lo vivido o por representación de lo soñado– y añadió todos los ingredientes comunes de un verano ideal: los amigos, las aventuras, los primeros amores, las despedidas. Antonio agitó la mezcla y nos la sirvió con la dulzura y la frescura de un granizado.

¿Y de qué color sería este verano 2020, si intentáramos contarlo siguiendo su estela? ¿Azul también, por el tono de las mascarillas quirúrgicas? ¿Negro, por el color de la situación sanitaria y la económica, por la tremenda oscuridad con la que abordamos la vuelta?

¿Y cómo buscar referencias con las que identificarnos, cómo encontrar ingredientes comunes a otros veranos de nuestras vidas, si no habíamos vivido nada similar? Nunca antes, los aquí presentes, tuvimos que caminar junto a un virus que nos va quitando el suelo a cada paso que damos…

Pero la vida siempre nos regala descubrimientos y, paradójicamente, este dichoso verano –tan diferente a todos los vividos– a algunos nos ha devuelto sensaciones de otros agostos.

Muchos de los que hemos querido mantener la distancia con el virus y vestir la mascarilla como prenda veraniega hemos optado por un verano más sencillo, más íntimo, más familiar, un verano de patio e higuera, de paseo buscando el río, un verano con la emoción de recuperar sabores perdidos.

Hasta el emérito, buscando perderse de sus preocupaciones y reencontrarse con la pandilla de otros veranos más felices, se ha ido al pueblo de sus amigos árabes…

Agosto llega a su fin. En los veranos de nuestras infancias estaríamos en el empeño de no extraviar las piedras y las conchas que nos trajimos del campo y la playa y a punto de estrenar los libros del curso. Y los adultos estarían en el intento de perder los kilos que se trajeron del chiringuito y a punto de estrenar rutina.

Pero este verano, ya casi agostado, es distinto a todos. No da pereza sino miedo la operación regreso, la vuelta al cole es una terrible amenaza y en vez de revelar negativos de fotos de esos carretes que nos recordaban la felicidad de lo vivido, se revelan positivos en el virus que nos devuelven a la pesadilla de la que no logramos despertar…

Qué cosas, hoy en mi cabeza se mezclan El final del verano de Manolo y Ramón con su Resistiré, aquel que dejó de pertenecer al dúo para ser de la tropa confinada, la melodía ideal para sobrellevar una primavera angustiosa que podría repetirse.

Y para espantar fantasmas y olvidarme de la que tenemos encima, he decidido recurrir a otra de las canciones de la pareja: Quisiera ser, porque está ligada a mi infancia, porque es la canción del personaje más luminoso de mi última novela, porque siempre que suena me pongo de buen humor. Aunque resulta imposible abstraerse del todo y al tararear transformo, sin querer, la letra original de “las estrellas y la luna” en “y conseguirte la vacuna”… Ojalá.

Termina agosto, recojo la silla en la que me he sentado al fresco con ustedes, ha sido un placer quedarme por aquí cerca y no bajar las persianas a diferencia de otros agostos. Les doy las gracias por su compañía, a su lado he recuperado los sabores perdidos de otros veranos.

Ojalá el cuadro que resuma el próximo verano tenga más colores que el faro de Ajo. Ojalá.

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Raquel Martos regresa a partir del próximo sábado a su habitual columna semanal Muy fan.

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