Desde la tramoya

Criminal sin matices

El informe es abrumador. Se investigaron durante un año 223 casos, 48 de los cuales se describen de manera exhaustiva. Asesinatos, secuestros, detenciones arbitrarias, torturas. Nicolás Maduro, su segundo Diosdado Cabello y sus ministros de Interior y de Defensa son acusados con nombres y apellidos como responsables de los crímenes, junto con medio centenar de funcionarios, militares y civiles.

El informe ha sido redactado por una misión internacional independiente comisionada por las Naciones Unidas. No es un informe de parte ni sospechoso de parcialidad. Es el relato crudo de los crímenes de una dictadura cruel.

Hubo un tiempo en el que la izquierda democrática europea podía simpatizar con la revolución de Hugo Chávez. Ahora, desde la izquierda democrática resulta imposible apoyar a su sucesor, un tirano que ha impuesto el terror en su país. Venezuela, que fue el país más rico de América Latina –ciertamente el más desigual también– hoy es el más pobre. Venezuela, con las mayores reservas de petróleo del mundo, hoy solo produce los suficientes barriles para que roben unos cuantos militares a cargo de la producción. Venezuela, el país más violento de América Latina. El país que sufre la mayor diáspora de nuestro tiempo, solo después de la siria.

Para dentro de poco más de dos meses, el día 6 de diciembre, Maduro ha prometido organizar un gran fraude que denomina “elecciones parlamentarias”. No puede ser sino una farsa si tenemos en cuenta que todos los partidos democráticos relevantes están prohibidos o han sido literalmente intervenidos por el régimen; que los líderes políticos del país, los más importantes, están encarcelados, exiliados, refugiados o perseguidos. Lo de diciembre es un fraude porque no hay, como también denuncia el informe de la Misión de Naciones Unidas, un poder judicial que garantice la neutralidad en el proceso. No hay autoridad electoral independiente, ni reparto equitativo de recursos, ni garantía alguna de limpieza. Los cinco millones de venezolanas y venezolanos que están fuera (uno de cada cinco) no podrían votar.

Para perpetrar su enorme fraude, el dictador ha liberado a un centenar de presos, la mitad de ellos presos políticos. Como pretendido y sarcástico símbolo de buena voluntad. Siguen en las cárceles, según cálculos independientes, otros 300. Para perpetrar el engaño, el régimen ha ofrecido a las Naciones Unidas y a la Unión Europea que supervisen el proceso. Aún no oficialmente, la Unión Europea ha rechazado la oferta. Para perpetrar la farsa, Maduro ha negociado con el único líder político al que no ha encarcelado ni perseguido con dureza: Henrique Capriles. Y ha logrado que Capriles acepte una posible participación. Capriles traiciona así a los 37 partidos –incluido el suyo propio– que no quieren ser cómplices del tirano en su teatro. Él sabrá por qué lo hace, pero probablemente influya que, a diferencia de sus hermanos y hermanas de lucha, él sí puede moverse libremente por el mundo.

Venezuela está al borde del precipicio. Es ya de hecho un país pobre, esquilmado, violento, gobernado por una pandilla de militares corrompidos y ladrones. Sólo la reacción uniforme de la comunidad internacional –Borrell debería mostrarse menos condescendiente y asumir que no es posible negociar nada con Maduro que no sea la restauración inmediata de la democracia– y la movilización del cansado pueblo venezolano, pueden provocar un cambio no violento en el país. No todos los militares venezolanos, ni mucho menos, participan del botín robado por sus mandos superiores. Solo con que una parte del ejército le diera la espalada al dictador, con el apoyo reforzado de las naciones democráticas del mundo y la resistencia de los venezolanos y las venezolanas, puede producirse un momento de cambio en el país que quizá coincida, paradójicamente, con el que el dictador había fijado para perpetrar su trágica farsa.

De momento está previsto que intervenga ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el próximo día 23 de septiembre. Será interesante escucharle. Podría ser una de las últimas veces que lo haga como mandatario, porque lo que hemos conocido debería acelerar la acción de la Corte Penal Internacional. Y entonces quizá su estatuto cambie y pase a ser formalmente acusado de crímenes de lesa humanidad. Motivos hay muchos y ahora ya son innegables.

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