Directo
Ver
La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Desde la tramoya

Moncloa-Puerta del Sol

Luis Arroyo

El espectáculo político más inaudito que hemos visto en España desde que se declaró la pandemia ha sido esa cumbre de presidentes que tuvo lugar en la Puerta del Sol de Madrid con la presidenta Díaz Ayuso recibiendo al presidente Sánchez.

Las críticas se han cebado con razón en la solemne escenografía, más propia de aquel encuentro entre Kim Jong-un y Trump que de una reunión operativa y de colaboración mutua. Esas doce banderas rojigualdas españolas que alternaban con las doce banderas rojas estrelladas de la Comunidad de Madrid casi dañaban la vista cuando se añadían a la roja chaqueta de la presidenta y a la moqueta roja. El rojo saturaba la pantalla.

La fría pose de ambos en el despacho de ella sin siquiera un papel de por medio daban la idea de que, en efecto, aquello no era otra cosa que una tregua meramente política entre ambos líderes. Y así fue como se interpretó, claro.

La presidenta está asesorada por el siempre punzante Miguel Angel Rodríguez, su director de Gabinete, cuya conocida receta de comunicación consiste en dar leña al mono hasta que cante el catecismo, y en aplicarse aquello de que no hay mejor defensa que un buen ataque. Desde el inicio de la crisis sanitaria la comunicación desarrollada por la presidenta ha consistido en pelear sistemáticamente con el Gobierno Central. En competir con Sánchez demostrando que las cosas pueden hacerse de otra manera.

Habría funcionado si las cosas hubieran ido bien en Madrid, pero los datos han demostrado que ha sido justo lo contrario. Como la Comunidad de Madrid ha destacado por ser la más caótica y errática en las iniciativas adoptadas y la peor en los resultados obtenidos, aquella reunión ya solo podía interpretarse como una cierta rendición de la Comunidad frente al Gobierno central. El gesto de Sánchez yendo él mismo al despacho de la presidenta fue una buena decisión del presidente para constatar la “grandeza del vencedor”.

La reunión tenía lugar, además, justo el día en que se imponían incomprensibles restricciones en algunos de los barrios y municipios más pobres de Madrid. El mismo día en que miles de inmigrantes sin documentación se quedaban sin sus trabajos por la imposición de controles policiales. El mismo día en que miles de ciudadanos salían de su barrio para servir en los barrios ricos sin poder tomarse una cerveza por la noche en el suyo al volver del trabajo. El mismo día en que se cerraban los parques a niños que viven en pisos de 40 metros cuadrados.

¿Cómo no iba el presidente del Gobierno y su equipo a desear poner en escena su espírtu de colaboración? ¿Puede haber gesto políticamente más apetecible para Moncloa que enviar a Madrid unos cuantos centeneres de militares y policías para ayudar a Madrid a frenar los contagios?

Por ser artificial y forzada, la tregua duró un suspiro y ya en la comparecencia posterior al frío encuentro, la presidenta volvió a enarbolar el hacha de guerra contra el presidente, aunque fuera con cierta suavidad. Del otro lado tampoco se respetó la tregua, y mientras hablaban los dos, Adriana Lastra criticaba duramente la gestión madrileña y los socios de Podemos la segregación aporófoba de ese confinamiento selectivo.

De manera que el espectáculo televisivo de la bilateral quedó en casi nada en pocos minutos. Ojalá los equipos técnicos respectivos que se reunieron ya al día siguiente con menos boato estén trabajando con mejor suerte.

Pensará Sánchez que para qué quieres amigos si puedes contar con enemigos como Díaz Ayuso, que tan fácil te lo ponen y tan buen servicio te hacen.

Más sobre este tema
stats