Qué ven mis ojos

La segunda ola es igual que la primera cuando no sabes nadar

Benjamín Prado

“La única forma que se le ocurre al necio de saber quién abandonaría su barco es hundirlo”.

Sincronizados como una pareja de bailarines que interpretara el vals de la muerte, Donald Trump dice en Washington que al estar hospitalizado por covid-19 “ha aprendido la lección y lo ha entendido”, es decir, que para que él se enterase ha tenido que haber doscientas mil víctimas en Estados Unidos, e Isabel Díaz Ayuso dice en Madrid que “no se trata de confinar al 100% de los ciudadanos para que el 1% contagiado se cure”; o sea, que las casi setenta mil muertes que podría causar, en el peor de los casos, “que el 99% salga a la calle a buscarse de vida” tampoco le parecen tan significativas. Igual es porque sigue pensando que antes se morían los viejos y ahora los pobres, y que, en consecuencia, la cosa no es para tanto. Tal vez por eso en la primera ola pasó lo que pasó en las residencias geriátricas y en la segunda la comunidad que ella gobierna es la más golpeada por la pandemia en toda Europa, junto con Navarra.

Y qué más da una que otra cuando no sabes o no quieres nadar. Porque sabemos que el reto al que se enfrenta el mundo es difícil, pero su comportamiento deja claro que ante uno más fácil lo haría igual de mal, porque lo único que ha hecho es tirar piedras a los cristales del vecino, mentir sobre los rastreadores, los sanitarios y los maestros que iba a contratar y nunca contrató; presentarse como objeto de una cacería porque se endurezcan las restricciones de movilidad en Madrid lo mismo que se hace ya, con un índice menor de contagios, en Roma, París, Nueva York y en otras muchas localidades de España; o, por cerrar una lista de maniobras de distracción que podría ser interminable, dar otra vuelta de tuerca al mismo argumento para decir que lo que se le hace a su comunidad obedece a una estrategia política de los socialistas contra el PP, cuando resulta que ocho de las diez localidades afectadas las gobierna el PSOE y que en otros lugares, por ejemplo en Castilla y León, su propio partido acaba de confinar Palencia y León. En mitad de este despropósito sin fin, algunos de sus socios empiezan a saltar por la borda y otros amagan con un motín. A lo mejor es que la única forma que se le ha ocurrido de saber quiénes abandonarían su barco es hundirlo.

Sin duda, Ayuso tiene de su parte a Aznar, que asoma para hablar de un ensañamiento contra Madrid, y también a su jefe directo, Pablo Casado, que va de aquí para allá sin rumbo fijo, repite durante semanas el eslogan de que la responsabilidad exclusiva en la lucha contra la pandemia es del Gobierno, exige a La Moncloa que actúe sin perder un minuto y, cuando esta lo hace, cambia de discurso y, con la misma rotundidad, denuncia que comete una injerencia en los asuntos de la región. El cinismo siempre acaba en la incoherencia; y a este paso, también en la inconsistencia, ya que la formación de la calle de Génova cada vez pierde más terreno ante sus socios de la ultraderecha, que vuelven a crecer a su costa en los últimos sondeos, que señalan que desde julio unos han perdido 18 diputados y otros ganan 13, siempre hablando de intención de voto.

Su reacción ya está preparada: dirán que es el PSOE quien alienta el crecimiento de Vox, para perjudicarlos a ellos. Una justificación como otra cualquiera que empieza a correr por los pasillos: lees o escuchas y ya hay quien está lanzando eso al aire para que otros jueguen al tiro al plato con la intención de que el ruido de los disparos y el olor de la pólvora distraigan la atención sobre otros asuntos, como el sálvese quien pueda que ha provocado la trama de corrupción y manejo de fondos de reptiles del caso Kitchen, convertido en un cuadrilátero en el que los antiguos y los nuevos dirigentes del PP luchan todos contra todos; o las dudas sobre el dinero que costaron los aviones que Ayuso mandaba y traía de China en busca de mascarillas y respiradores, que según una investigación de Manuel Rico en infoLibre casi monopolizó una empresa que cobraba de media 1.015.133 euros por viaje, el doble que los otros contratistas. Más negocios sospechosos. Más nubes negras cargadas de rayos y truenos. Y si las latas atadas al parachoques no consiguen su cometido, siempre van a tener en la despensa la monarquía, el separatismo y Venezuela, de las que ya tiró el otro día el propio Casado, que en los recreos del máster no debía de jugar al fútbol y no aprendió que, cuando tratas de hacer siempre el mismo regate, te quitan la pelota y te hacen gol. Él se ha metido tantos en propia puerta que este partido se lo va ganando la derechota machota. Entre otros motivos, por no saberla dejar en fuera de juego, por no entender que la tarea de una oposición no es oponerse a todo, sino ofrecer alternativas. Eso no lo han comprendido.

La enfermedad es fuerte y necesita un enemigo igual de fuerte para ser derrotada. No valen las palabras huecas, un García Egea puede soltar ante los micrófonos que las medidas del Ministerio de Sanidad son “el primer acto de campaña de Salvador Illa para las próximas elecciones catalanas” y eso les puede sonar bien a sus seguidores y hacer que se lo jaleen, pero no ayuda en nada a la contención de la amenaza que ha puesto una espada de Damocles sobre cada cabeza de este mundo y, sin embargo, demuestra que el gran error de la oposición en nuestro país es seguir actuando exactamente igual que si el coronavirus no existiese o como si ellos y sus partidarios fuesen inmunes a él. Se sentirán así al ver que el máximo daño lo sufren, por regla general, las personas más humildes, pero aquí nadie es invulnerable, nadie está a salvo: las palabras de Trump con las que empezaba esta columna, al fin y al cabo, las dijo desde el hospital. Que no se nos olvide.

Más sobre este tema
stats