Desde la casa roja

La libertad no va en coche

Aroa Moreno

Hace un tiempo que el cariz político de la pandemia ha tomado, de todos, el más extravagante de los caminos. La seguridad sanitaria se ha convertido en ideología y opinión. En hacer el máximo ruido posible. Los partidos de derechas, en pleno puente de octubre, se pusieron a clamar por la libertad individual, sin complejos y sin complejidad, en plena crisis de salud pública.

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, en la misma línea que personajes como Carmen Lomana, que apelaba caricaturescamente al espíritu del 2 de mayo para rebelarse contra las medidas sanitarias, dijo que a esta ciudad no la va a doblegar ni la pandemia ni Pedro Sánchez. Braveheart. El viernes por la tarde, Santiago Abascal arengaba a sus tropas en Twitter, así son hoy en día las cosas, contra un Gobierno “criminal y totalitario”, a recorrer las calles de la ciudad en coche. Y así lo hicieron. Isabel Díaz Ayuso, la mujer de negro con las manos cruzadas sobre el pecho y los brazos también cruzados hasta que alguien que no sea su Gobierno haga algo, la que cree en la libertad por encima de todo, 36 muertos diarios de media en Madrid según las cifras desde que se reunió con Pedro Sánchez aquel día de las banderas, dice que si Madrid no es libre, no es Madrid. España dentro de España. Pablo Casado, respuestas inmediatas a todo lo que pueda suceder, nunca desde la línea del frente, siempre desde la cómoda y abanderada retaguardia, dijo que el Gobierno demoniza a los madrileños.

Lo grave es que estas realidades paralelas se han vuelto realidades perpendiculares que inciden en nuestra vida y en nuestra muerte desde el momento en que la seguridad depende de sus decisiones. El mensaje: nos encierran para imponer un cambio en el país. A veces, van más allá y a ese cambio lo llaman dictadura socialcomunista. Por las grietas que se abren entre las incoherencias que se han dado en la lucha contra el coronavirus, entre los errores, las demoras, la foto y las ruedas de prensa, se adentra este populismo de derechas. Traen, claro, un enemigo, unos símbolos, mucha rabia y mensajes que los medios estamos encantados de recoger por su exotismo.

El odio y la confrontación sistemática siempre han sido el motor de los que no tienen consigo la razón para recuperar el poder. Cuando empezamos a nombrar algo, ese algo empieza a tomar consistencia y respira, y más si lo hacemos con ahínco y en según qué púlpitos. El lanzamiento de ocurrencias sin contrastar. Nadie mirará hacia atrás en el futuro para señalar cómo se hicieron las cosas, si fuimos responsables públicos y decidimos formar parte del caos o hicimos lo que consideramos mejor para la mayoría. Ellos eligen cada día: virus o vacuna.

En una escena de la película chilena Machuca (Andrés Wood, 2004), se ve una manifestación en las calles de Santiago de Chile en los días previos al golpe de estado militar. Golpeando cacerolas, montados en sus coches, la clase alta, enfundada en sus trajes rosa Chanel, grita: ˝Comunistas, desgraciados, cafiches del Estado”. Cafiche es una forma despectiva en Chile de decir proxeneta. Van contra el Gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende, una coalición de los partidos políticos de izquierda. El desenlace lo conocemos. Libertades, pocas.

Esto no es página antigua o caricatura, el lunes la patria y la libertad fueron bandeadas también aquí, en el siglo XXI, a bordo de coches por la Castellana, por una parte de los ciudadanos de esa España de la que siempre se habla en nombre de todos.

Hombres y mujeres, políticos y ciudadanos que se adueñan, no de los símbolos, sino de las diferentes formas de sentirse parte de este país para imponer una sola definición. Paradójicamente, a esta gente de la patria en la boca parece no importarle la vida de muchos de sus compatriotas.

La obsesión radica en indicarte cuál es la relevancia que le das al hecho de haber nacido aquí para poder ejercer tu libre albedrío. El caos está llegando cuando no es solamente la gente que monta vídeos caseros con vivas a la monarquía, que se ata la bandera al cuello, sino cuando gente supuestamente informada y concienciada con la situación sanitaria también se toma la norma por su mano aprovechando esa idea de caos que nos va calando. A lo mejor esto no va tanto de ideologías y sí de clase social. A lo mejor va de hacer el máximo ruido posible para que nadie repare en la falta de médicos, de pruebas, de vidas que no se pierden.

Cuídense y sálvese quien pueda de esas banderas y esas libertades porque las enarbolan sobre el silencio y la libertad de los demás.

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