Qué ven mis ojos

Si anteponen lo que les interesa a lo que importa, es que no les importamos

Benjamín Prado

“Emergencia” viene de “emerger”, y esa raíz nos dice que una crisis siempre ofrece una oportunidad de asomar la cabeza y tomar aire, aprender de los errores y usarlos para mejorar, curtidos por unos problemas que nos han hecho mucho daño, pero que, a la fuerza ahorcan, a la vez nos han transformado en “una nueva versión de nosotros mismos”. Esa es la teoría que defiende Rebecca Solnit en Un paraíso en el infierno, una obra que al aparecer hace diez años la situó como “una de las pocas visionarias que están cambiando el mundo” y que ahora publica en España el sello Capitán Swing, en una edición aumentada que le da a su autora el espacio necesario para ofrecer su punto de vista sobre el covid-19 y escribir que ante una tragedia de esa magnitud “la perspectiva cambia, cambia lo relevante, lo débil se rompe bajo una presión inédita, lo que era fuerte resiste, lo que estaba escondido se hace visible. El cambio (…) es inevitable: nos arrolla y arrastra consigo. Cambiamos también nosotros, que ordenamos prioridades y una conciencia más acuciante de la propia mortalidad hace que abramos los ojos al preciado valor de la vida”. Creo que es difícil no estar de acuerdo con esa perspectiva y que sería fantástico si además también fuese cierto que “es en momentos así cuando observamos con renovada lucidez los sistemas –políticos, económicos, sociales, ecológicos– en los que estamos insertos y cómo se transforman a nuestro alrededor: vemos lo que es vigoroso, lo que es débil, los elementos corruptos, lo que importa y lo que no”. Si lees algunas de las declaraciones que han seguido a la promulgación del nuevo estado de alarma, dudas que eso sea verdad siempre y para todas las personas.

En un momento en que lo mejor que puede hacer la oposición es oponerse a sí misma, como hizo Pablo Casado en el debate de la moción de censura, y vemos con cierta esperanza cómo dos de los socios de la plaza de Colón, el Partido Popular y Ciudadanos, parecen haber movido el timón de un barco que se iba a pique para navegar hacia el centro, suponiendo que el centro no sea de la familia de Eldorado e Ítaca, es decir, un espacio imaginario, no hay nada peor que intentar nadar entre dos aguas. Por ejemplo, es difícil combinar la imagen de estadista con el apoyo a Isabel Díaz Ayuso, que sigue en su propia guerra y por libre, descalificando cualquier cosa que salga del Gobierno aunque lo haga con el apoyo de varios presidentes autonómicos de su propia formación, tal vez porque teme más que nada el momento en que las aguas se calmen y los tribunales miren hacia ella para clarificar su comportamiento durante la primera ola de la enfermedad y, más en concreto, su actuación en lo que se refiere a las residencias geriátricas. Porque avalar sin dudas a alguien en quien recaen sospechas del calibre de las que hay sobre ella, es, como mínimo, temerario.

Al otro extremo de Ayuso se supone que está Alberto Núñez Feijóo, supuestamente todo sensatez y mesura, y que aparece para sostener que “hablar de estado de alarma hasta mayo y de un mal llamado toque de queda es demoledor para la confianza de la economía y la reputación internacional de España”. ¿Y por qué de nuestro país, que no hace sino lo mismo que el resto de naciones de Europa? ¿O es que no hay restricciones de movilidad y limitación de horarios en Italia, Gran Bretaña o Francia? ¿No adoptó él mismo, en su calidad de máximo responsable de la Xunta de Galicia, medidas de confinamiento perimetral en Ourense? Las cosas están bien o están mal, pero no en función de lo que sean, no de quien las haga. Y añadir confusión y miedo a los que ya siente una ciudadanía muy golpeada por la pandemia es lo que menos nos hace falta. Porque la realidad ya es por sí misma bastante dura, al menos a ras de suelo: en la clase política no se conocen grandes cifras de mortalidad o incluso de contagio, eso ha ocurrido entre las y los profesionales sanitarios o entre las y los trabajadores que viajan cada mañana en transporte público...

Resulta desolador el modo en que vemos que los intereses se anteponen a lo que interesa, en primer lugar el terreno de la arena política, donde no parece que a muchos líderes les importe lo que ocurre, por dramático que sea, sino sólo lo que quieren que pase, que es, lógicamente, llegar al poder, en algunos casos por el camino que sea, por encima de quienes sea y aunque sea montando un circo como el de la ultraderecha en el Congreso, donde los leones les salieron rana e hicieron un ridículo que daba vergüenza ajena y, probablemente, marque el principio del fin de Vox; en segundo lugar, en el plano económico, donde a la pregunta clásica, la bolsa o la vida, no parece que nadie se atreva a responder lo que respondería cualquiera en su sano juicio: primero nos salvamos, luego nos recuperamos; en tercer lugar, en el territorio de la inversión, donde seguimos sin ver que diferentes administraciones cumplan sus promesar de poner más rastreadores, más personal sanitario, más UCI, ambulatorios reforzados… Por último, está la parte de la que son directamente responsables las y los ciudadanos, que en su mayoría se comportaron y seguro que volverán a comportarse de forma modélica ahora que hay que someterse a otro encierro domiciliario, aunque éste sea sólo nocturno en general, pero entre los que sigue habiendo grupos irresponsables que lo primero que han pensado al oír a Pedro Sánchez, ha sido: “¡Nos podemos ir de puente!”. ¿De verdad hay todavía alguien que no ha entendido la magnitud de la amenaza que tenemos sobre nuestras cabezas? Igual son los mismos que van por ahí diciendo que España es una dictadura, porque hablar es gratis.

Vivimos tiempos difíciles, en los que, como dice Rebecca Solnit en Un paraíso en el infierno, tal vez no sea momento para el optimismo, pero sí para la esperanza. “Entre todas las incertidumbres que nos depara el futuro, habrá batallas que merezca la pena luchar, e incluso podremos ganar algunas de ellas. Habrá que superar el peligro de creer que todo iba bien antes del desastre y que debemos regresar a ese estado. Antes de la pandemia, la vida de muchos seres humanos era ya un desastre de desesperación y marginalidad, una catástrofe ambiental y climática, una obscenidad de desigualdades. Aún es pronto para saber qué emergerá de esta emergencia, pero no para buscar oportunidades de contribuir a lo que sea que nos depare. Ese es el desafío para el que debemos prepararnos”. Son palabras que merece la pena oír.

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