Qué ven mis ojos

Además de quemar contenedores están jugando con fuego

Benjamín Prado

"La diferencia entre la información y la propaganda es que unos medios dan noticias y otros las dan como si lanzasen octavillas".

“Por fin un crítico sagaz reveló /  (ya sabía yo que iban a descubrirlo) / que en mis cuentos soy parcial / y tangencialmente me exhorta / a que asuma la neutralidad, / como cualquier intelectual que se respete. / Creo que tiene razón / soy parcial / de esto no cabe duda / más aún yo diría que un parcial irrescatable / caso perdido en fin, / ya que por más esfuerzos que haga / nunca podré llegar a ser neutral.” Así empieza un poema de Mario Benedetti titulado Soy un caso perdido y que apareció en su libro Cotidianas,de 1979. Después, enumera algunos de los problemas que le causó su falta de equidistancia y acepta que tomar partido contra determinados poderes “significa que no podré aspirar / a tantísimos honores y reputaciones / que el mundo reserva para los intelectuales / que se respeten, / es decir para los neutrales / con un agravante, / como cada vez hay menos neutrales / las distinciones se reparten / entre poquísimos.” Como en tantos otros suyos, en estos versos lograba hacerle un retrato del natural a uno de los males de nuestro tiempo, que es la tendencia a hacerlo todo comparable, a buscar paralelismos y tablas rasas, correlaciones de fuerzas entre quienes golpean y quienes reciben los golpes. “Todos son iguales”, dicen quienes prefieren no estudiar las diferencias entre unos y otros. Puede que esto también sea una herencia de la dictadura, que explicaba los desmanes cometidos por su bando con el argumento de que “se hicieron barbaridades en los dos bandos”, aunque las suyas se prolongaran durante treinta y ocho años más. En la Transición se dio más o menos por buena esa teoría porque había urgencia por hacer un borrón y cuenta nueva que afianzase la entonces frágil democracia.

Hoy esa debilidad no existe, pero ha reaparecido la ultraderecha y tratará de desestabilizarla, de hacerle al barco todos los agujeros que pueda y que se le permitan. Parece más que evidente, por ejemplo, que esa ideología está detrás de los tumultos callejeros que se producen estos días por toda España, supuestamente para protestar contra las medidas de confinamiento perimetral y toque de queda impuestas en el país y que son las mismas que se llevan a cabo en el resto de las naciones de Europa. Ellos no es que sean negacionistas, bien que se protegen sus líderes con mascarillas patrióticas y a menudo con un toque castrense, sino que la pandemia y la salud de los ciudadanos les dan lo mismo, igual que todo lo demás. A falta de razones, su única estrategia es la algarada, y su hipocresía es tan elástica que por la mañana pueden lanzar vivas a las fuerzas del orden y por las noches empujar a una turba a apedrearlas. Sin embargo, ya se ha dejado caer sobre la opinión pública que las personas que queman contenedores, atacan a la policía, cortan la vía pública y saquean los comercios son “radicales tanto de derechas como de izquierdas.” Lo de siempre, el empate técnico, la equivalencia. Y esto es nada más que el principio, porque como algunos medios de comunicación más que dar noticias tiran octavillas, es más que posible que al final nos cuenten que esto es cosa de Podemos, que por algún motivo trata de derribar el Gobierno del que forma parte. ¿Qué nos apostamos? En peores plazas se han puesto a torear, aunque sea desde la barrera.

Dicho todo esto, parece claro que una parte de la gente sobre todo joven que participa en los alborotos, destruye el mobiliario urbano y rompe escaparates, está ahí de fiesta, como quien participa en una travesura, aunque a muchos nos parezca mentira que una generación aparentemente mejor preparada que todas las anteriores tenga esa clase de mentalidad y esa falta de cabeza. Es verdad que primero se les transmitió el mensaje de que a causa del coronavirus sólo se morían los viejos y ahora se les sugiere que las multas que les pongan no las van a tener que pagar. Pero también se les ha dicho por tierra, mar y aire que, por lo general, aunque no siempre y no todos, quizá ellos pueden resistir la enfermedad, pero a la vez condenar a muerte a sus familiares mayores o enfermos. ¿Esa parte no la han oído? Sí que lo han hecho, lo cual hace inexplicable su comportamiento, tanto si les han manipulado como si no. Las cifras de contagios y fallecimientos no admiten discusiones sobre la gravedad del momento que vivimos. Ni el aumento de ingresos en los hospitales o, peor todavía, en sus unidades de cuidados intensivos. Esto debe acabar de inmediato y cualquier formación política que no contribuya a que cese es sospechosa de complicidad con unos actos que lo único que pueden traernos a todos en esta situación es más miedo, más dolor y más muerte. Que alguien les explique que además de hacer hogueras están jugando con fuego.

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