En Transición

¡Qué importa la ética, si la culpa es del populismo!

Cristina Monge nueva.

No hace falta elaborar un análisis muy minucioso de lo acontecido en las elecciones americanas para constatar que Trump ha perdido… pero el trumpismo goza de una excelente saludtrumpismo. Mientras esperábamos el final de un interminable recuento, debatíamos sobre si las televisiones hicieron bien o mal en cortar la rueda de prensa plagada de mentiras de un histriónico perdedor, y aquí en casa aprovechábamos para discutir sobre si la estrategia de desinformación aprobada por nuestro Gobierno era acertada o traspasaba los límites de la libertad de expresión. Debajo de todo ello, subyacía la idea de recuperar una ética republicana (la de verdad, no la del Partido Republicano convertido al trumpismo) y el pensamiento crítico como la mejor defensa posible frente al envenenamiento del debate público.

Cuando una discusión llega a un punto en que no se sabe muy bien por dónde seguir, siempre hay alguien que decreta el final con la consabida sentencia: “Esto es un problema de educación”. Argumento que tranquiliza conciencias, dado que ya se sabe que esto es algo muy etéreo y complejo, y al final todos educamos, luego nadie es responsable. Incluso hay quienes echan la pelota en el tejado de profesores y educadores, y asunto resuelto.

Si en verdad nos preocupan el trumpismo y los nuevos populismos de extrema derecha que tenemos por aquí cerca; si en verdad nos aterra lo que las fake news pueden hacer con nuestra conversación pública y hemos sentido sudores fríos al ver el documental The Social Dilemma; o si les pedimos a los medios de comunicación que extremen sus posiciones éticas en un momento tan delicado para la convivencia como éste, llama la atención que no le pidamos al sistema educativo, a ese al que siempre arrojamos todos los desafíos, que maximice también su apuesta por la ética tanto desde un punto de vista transversal, como con asignaturas específicas obligatorias para todos los estudiantes.

El pasado 20 de octubre, mientras permanecíamos atentos a la moción de censura presentada por Vox, se estaba votando otro asunto, para nada menor, en la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados, referente a las asignaturas de Filosofía y Ética. Sorprendentemente, el proyecto de ley orgánica que sustituirá a la LOMCE no incluye la Ética de 4º de ESO. Su artículo 25.7, que se centra en las materias de dicho curso, clave en la formación de jóvenes de entre 14 y 15 años, incluye la siguiente referencia: “En algún curso de la etapa todos los alumnos y alumnas cursarán la materia de Educación en Valores Cívicos y Éticos”. Tan sólo se contempla una asignatura sobre Valores en 3º de la ESO, lo que hace que los estudiantes que tras cumplir los años obligatorios de ESO opten por la FP o abandonen los estudios no habrán visto nada de filosofía, ni de ética. La asignatura de valores, pendiente de definir según el Gobierno, no garantiza contenido curricular alguno referente ni a ética ni a filosofía.

Eventos sin mujeres ponentes, eventos sin mujeres asistentes

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La Red Española de Filosofía, formada por docentes y personas expertas en este área del conocimiento, plantearon una enmienda a la ley, que recoge un consenso previo de todos los partidos para incluir una asignatura común de ética en 4° de ESO bajo el siguiente presupuesto: “Se prestará especial atención a la reflexión ética y a su fundamentación filosófica, y se incluirán contenidos referidos al conocimiento y respeto de los Derechos Humanos y de la Infancia, a los recogidos en la Constitución española, a la educación para el desarrollo sostenible y la ciudadanía mundial, a la igualdad entre hombres y mujeres y al valor del respeto a la diversidad, fomentando el pensamiento crítico y la cultura de paz y no violencia”.

Esta enmienda, oportuna en cualquier momento, resulta ahora imprescindible. En un tiempo en el que empezamos a comprobar hasta dónde puede llevarnos el desapego a los valores democráticos, la educación, siempre esencial, se convierte en uno de los elementos estratégicos para hacerle frente. La ética, como disciplina académica contrastada, puede dar a los estudiantes herramientas conceptuales para afrontar los grandes desafíos.

Bienvenidos sean los debates sobre el papel de los medios de comunicación ante las mentiras, la forma de gestionar las fake news y cómo hacerlo sin rozar siquiera la libertad de expresión ni de información… Pero hay algo mucho más básico en lo que no se puede dar marcha atrás: la educación de nuestros estudiantes y su formación desde la perspectiva de la ética.

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