Desde la casa roja

¿Es la cultura esencial? Sí

Aroa Moreno Durán nueva

En La mujer rota, Simone de Beauvoir escribió: «Niña, adolescente, los libros me salvaron de la desesperación; eso me ha persuadido de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica». Teniendo en cuenta que esto forma parte de un pensamiento del primer mundo donde, aun golpeados por la incertidumbre no nos faltan ni los hospitales ni el alimento, donde tenemos luz y techo, la cultura –no solo su industria y no solo sus objetos, no solo las librerías, la red de teatros, conciertos y salas de cine o el acceso a las plataformas audiovisuales– ha permitido que el conocimiento necesario que nos salvará de esta crisis haya viajado a través de los tiempos para llegar hasta este noviembre.

Otoño de 2020. Se abre el debate en Europa. Hace unos meses, frente a la catástrofe inevitable y su medida más drástica, el confinamiento, el Gobierno decidió por nosotros qué era lo esencial y qué no lo era. En Bélgica, por ejemplo, recientemente confinados, decidieron que eran también comercios esenciales las chocolaterías. Hay más de 2.000. En Italia, las peluquerías y salones de estética. En Francia, las tiendas gourmet de vino y pasteles, pero no las librerías. En Alemania, están abiertos los concesionarios de coches. La producción de automóviles aporta allí un 4,7% del PIB. El presidente del Gobierno de España nos pidió hace unas semanas que nos moviéramos lo imprescindible de casa, mientras se dejaban abiertas las puertas de los bares. Todavía recordamos que antes llegaron los alemanes a Mallorca que la gente que vive en otra provincia diferente a la de origen a ver a sus familiares. Es fácil pensar que lo esencial para cada país, a veces, no es tan necesario para sus ciudadanos como para sus economías.

La cultura, la red de la que forman parte más de 700.000 personas en España, es un bien esencial y necesario, aunque tal vez no urgente, o extremadamente urgente, cuando entras en una sala de cuidados intensivos. No es urgente, no a vida o muerte, cuando sales de casa para comprar alimentos. No lo es cuando entras en una farmacia para paliar el dolor de cabeza o comprar mascarillas que te protejan. Pero sí será urgente, y para eso es necesaria su supervivencia, cuando volvamos a abrir las puertas y quitemos ese cartel de «cancelado» sobre el que ha llovido desde la primavera. Cuando afloran las tensiones que han contraído nuestras vidas, esa ola de nuevas soledades y dolor que ha embestido contra tantas familias, nuestras emociones en permanente incertidumbre tanto tiempo. Y para eso, hoy es el momento de cuidar su tejido.

Así como la educación contiene la llave que nos dará la oportunidad de ser otros y trascenderá para integrar nuestros errores y aciertos como comunidad, la cultura, la que nos sitúa en unas coordenadas concretas, nos ayuda a desentrañar la ráfaga de noticias que permanentemente nos golpea. Gracias a ella, sabemos lo que es el pensamiento crítico, y a veces, incluso lo practicamos, y somos capaces de asumir conscientemente el mensaje y las recomendaciones sanitarias que nos mantienen a salvo durante las pandemias.

La cultura nos ha permitido, durante este 2020, pensarnos y entender nuestro comportamiento. Nos ha conectado no solo con el grupo, sino con una sensibilidad hasta ahora desconocida para descifrar las literaturas anteriores, las músicas que ya escuchamos bajo el acorchamiento de las rutinas. Nos ha dejado conectar con una raíz, no solo personal, también social. Gracias a la cultura podremos leer en un futuro qué nos pasó durante la crisis del coronavirus como especie y corregiremos nuestros errores. La cultura seguirá su viaje más allá de nosotros y les dirá a nuestros nietos quiénes fuimos hoy.

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