Desde la casa roja

Nosotros, los mustios

Aroa Moreno Durán nueva

Quiero estar contenta. Qué simpleza de frase, qué hondo conseguirlo. Escribir, en vez de este, un artículo acerca del desgaste de la suela de mis zapatos por las calles de Madrid. Quitarme la mascarilla en tu casa, qué va a pasarnos. Ven y siéntate a la chimenea, comparte el vino, párteme el pan. Quiero ir a comer con mi padre al pueblo, «cuchará y paso atrás». Quiero coger largo a los bebés de Carla antes de que ya no sean bebés. Meter la nariz en el pelo de mi madre, porque ya tiene pelo otra vez y no tengo conciencia de cómo le ha ido saliendo durante este año. Quiero que vengan a casa todos los amigos de mi hijo y que llenen de migas la cama y el sofá. Quiero que vengan a casa todos los abuelos de mi hijo. Yo quiero que vuelva el caos inofensivo. Besarnos sin pensar con cuántos compañeros de trabajo ha comido y en qué espacio sin ventilación. Viajar todos juntos en furgoneta. Celebrar cumpleaños: soplar las velas sobre la tarta. Paella en casa de mi tía el domingo, los jóvenes y los niños y los grandes, todos bien pegados dentro de esa habitación al sol.

Yo quiero estar contenta. Pero estoy mustia. Y, además, se me nota en la cara.

Hace dos semanas, en el show político que se mantiene en la Asamblea de Madrid cada jueves mientras la ciudad sobrevive, la presidenta regional le dijo a una diputada que la curva estaba mustia como su boca. Echó mano del adjetivo otra vez en la última sesión: «Intenten con esa cara mustia demostrar que por lo menos se alegran de que en la sanidad pública haya un nuevo hospital al servicio de España».

Tan fácil.

Quién vaciará mis bolsillos

Quién vaciará mis bolsillos

Nosotros, no los de Más Madrid, sino los mustios, también queremos que las cosas nos vayan bien, que funcionen las medidas, estar sanos, sentirnos seguros, que caiga la curva, que suba el pan. Incluso, estamos deseando regresar tranquilamente al bar de la esquina. Pero nosotros, los mustios, no aceptamos la positividad tóxica que nos dice que sonriamos pese a todo. A los mustios no nos gustan los hospitales sin médicos. No nos gustan los hospitales vacíos. Tampoco nos gustan los ambulatorios con colas que dan la vuelta a la manzana. Odiamos la inseguridad sanitaria y las listas de pacientes eternas de nuestros doctores. A los mustios no nos gustan las banderas cuando intentan tapar la realidad.

Nosotros, los mustios, no queremos tener razón. Pero preferimos las evidencias a las emociones cuando se trata de salud. Queremos estar tristes solo por las tristezas antiguas: un desamor, la pérdida, el fracaso, la ansiedad, el miedo o la nada. Si ya teníamos bastante. Nosotros, los mustios, estamos deseando olvidarnos de esta nueva pena tan verdadera y amarga que es la realidad social del país que, por oleadas y regiones, va soplando sobre las casas donde, muchas veces, fuimos felices. Olvidarnos de que las casas resultaron de paja en muchos casos y nos quedamos a la intemperie en casi todos los sentidos.

Así que pudiendo estar contenta, es más, teniendo al parecer la obligación política de estarlo, no lo estoy. Puede que tú también seas un mustio. No pasa nada: hay otra epidemia, como cantaba Sabina, de tristeza en la ciudad. Juro que yo pinté un «Todo va a salir bien» con un arcoíris que emborronaron las primeras lluvias de marzo. Bastante tenemos con vivir en una infantilizada sociedad que nos exige estar siempre arriba, a pleno rendimiento y sin renuncia, como para tener que sostenerlo en una pandemia (y en un parlamento).

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