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El fundador de una sociedad panameña del novio de Ayuso gestiona los chequeos médicos de la Comunidad

Desde la tramoya

Ayuso culpable

Luis Arroyo nueva.

La atribución de responsabilidades depende en muy alto grado del lineamiento político. Los hechos importan poco. Si un desastre económico, por ejemplo, sobreviene con un gobierno de color blanco, los votantes blancos buscarán los culpables de la situación en otro lugar —el contexto, los extranjeros, el gobierno anterior…— en tanto que los votantes rojos se echarán a la yugular del gobernante blanco, atribuyéndole a él toda la responsabilidad.

Isabel Díaz Ayuso ha sufrido intensamente ese persistente sesgo cognitivo tan estudiado por la sociología política, y ahora puede también disfrutar de él. Las cifras de la pandemia han sido nefastas durante meses en la Comunidad de Madrid, con tasas de contagio, de ingresos hospitalarios y de fallecimientos que estaban entre las más altas del Europa. Era de esperar entonces que la prensa y la gente habitualmente críticas con la presidenta, es decir, aquellos que se sitúan en la izquierda, culparan a la presidenta del destrozo. Así fue y lo fue sin compasión: se convirtió en objeto de los más duros reproches, la crítica más iracunda y los chistes más hirientes. Claro es que ella lo puso fácil, con declaraciones pintorescas y ese desparpajo tan característico como tragicómico. No era solo la presencia pública de la presidenta: le dimitieron además varios altos cargos del área de Salud, que constataron con la renuncia la “nefasta gestión” de la jefa del Gobierno madrileño.

El panorama era propicio para la construcción de un relato político tan sencillo como atractivo: la presidenta conservadora que aplica medidas caóticas y demasiado laxas y que prima la economía sobre la salud, frente al presidente Sánchez y sus autoridades sanitarias que piden más rigor y firmeza para doblegar la curva. Decididos los dos a competir en la bondad de sus respectivos personajes, se organizó una “cumbre” llena de banderas, una reunión de presidentes de comunidades limítrofes en la que los acuerdos duraron cinco minutos y el país entero se vio obligado a tomar partido por Ayuso o por Sánchez como si fueran dos modelos de gestión antitéticos.

Y es entonces, hace unas cuantas semanas, cuando la narrativa cambia. Los datos que se nos presentan la alteran. Madrid va mucho mejor que el resto de España, aun sin cerrar bares ni universidades ni comercios ni teatros. Manteniendo ese confinamiento incomprensible por “zonas básicas de salud”. Obligando tan solo a que la gente se vaya a casa a las 12 de la noche o a que nos quedemos en la ciudad el fin de semana.

¿Cómo responden los creadores de opinión de un lado y otro ante este cambio? La derecha lo tiene más fácil: “Ayuso tenía razón y esto confirma el ensañamiento despreciable de Sánchez y los suyos. Los nuestros siguen siendo los buenos y los otros los malos”.

Pero ¿y la izquierda? ¿Cómo resuelve la izquierda la disonancia cognitiva? No desde luego con un análisis desapasionado y sosegado de las evidencias científicas, sino más bien con su adaptación y su incorporación al prejuicio ideológico. Habría sucedido exactamente igual si la contradicción hubiera afectado a la derecha, naturalmente. No hay una ideología que esté más libre que otra de sesgos. Son estrategias cognitivas universales, que facilitan que sobrellevemos mejor nuestras propias contradicciones.

Las soluciones cognitivas son básicamente tres. La primera es la negación. “Madrid tiene menos casos de contagio porque reduce el número de pruebas, no porque haya menos casos realmente. Madrid manipula los datos o no los informa a tiempo. Madrid miente”.

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La segunda es la relativización, que atribuye la responsabilidad que antes, en lo malo, tenía Ayuso, a otra persona o causa. “Madrid va mejor a pesar de Ayuso, no gracias a Ayuso. La causa de la mejoría es que ya hemos pasado lo peor, o que los irresponsables ya se han contagiado en masa…” O bien, “simplemente no sabemos lo que sucede, pero está claro que la responsable de la mejoría no es Ayuso”.

Y la tercera, la más infrecuente, es la aceptación. “Lo reconocemos: nos equivocamos cuando criticábamos a Ayuso por no cerrar, por confinar solo los fines de semana o por zonas. Ayuso tenía razón y sus adversarios y críticos nos equivocamos”.

Observar los cometarios de estos días ante la evolución de la pandemia en la Comunidad de Madrid es una experiencia fascinante de sociología y de psicología social que vuelve a poner de manifiesto la enorme resistencia de nuestro cerebro a la contradicción.

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