Qué ven mis ojos

La pregunta ya no es si el virus tiene remedio, sino si lo tenemos nosotros

Benjamín Prado nueva.

"La religión neoliberal consiste en desvestir a un santo para vestir a otro y robarles a los dos la cartera".

Siempre me ha asombrado que haya gente que defienda las privatizaciones de la Sanidad o la Educación, que para mí son algo tan sospechoso como si, con la disculpa de hacerlas más eficaces, se privatizaran las fuerzas del orden. No me refiero, naturalmente, a quienes hacen negocio con ello y consiguen que mucho dinero de todos vaya a sus carteras o a su banco en un paraíso fiscal, sino a las personas normales, las que no se llevan nada y, en todo caso, pierden algo muy importante, ellos o sus familias, con el desmantelamiento o la limitación presupuestaria de hospitales o ambulatorios que, tarde o temprano, podrían tener que salvarles la vida. La tragedia que encerraba el drama del coronavirus es que muchos seres humanos podrían haberse salvado de haber más respiradores, más equipos de protección individual, los famosos EPI; que hubieran salido adelante con una Seguridad Social más dotada, mejor financiada, más protegida, que tuviera sus almacenes llenos de material de toda clase… No fue así y la pandemia nos pilló por la espalda porque se la habíamos dado a nuestro sistema médico. Pudo ser incluso peor, si no hubiera salido en su momento a la calle la Marea Blanca que ahora se vuelve a manifestar y levanta la voz de nuevo, alarmada por el carácter reincidente que en este terreno caracteriza, por ejemplo, al PP de Madrid.

Porque el resultado también pudo haber sido mejor, si en los tiempos de Esperanza Aguirre y su charca de ranas no se hubiera atacado por tierra, mar y aire la Sanidad pública, cerrado sanatorios como el Puerta de Hierro de la calle de Velayos, quitado de la circulación más de tres mil camas y despedido a otros tantos profesionales del sector. Las consecuencias fueron malas, hay indicios muy sólidos de que en la construcción de los nuevos centros concertados se produjeron mordidas destinadas a financiar ilegalmente campañas electorales, y hoy en día, tal y como publicó este lunes infoLibre, los siete hospitales cuya gestión se puso en manos de empresas privadas disponían de dos mil doscientas veinte plazas para atender a los pacientes y sólo tienen instaladas mil ochocientas una. Las cuatrocientas diecinueve sin instalar son casi la mitad de las que se anuncia que habrá en el Hospital Enfermera Isabel Zendal. ¿Alguien puede entenderlo? No, pero sin embargo es muy sencillo de explicar: se trata del mismo engaño con otro nombre, porque el nuevo edificio tampoco va a llenarse, no hay plantilla suficiente y la que haya será la que se le quite a otros que también la necesitan. La única religión del neoliberal es desvestir a un santo para vestir a otro y robarles a los dos la cartera.

Sin ningún género de dudas, se les da muy bien lo de tropezar dos veces en la misma piedra, algo que deja muy claro el hecho de que ahora hablemos de salvar la campaña de Navidad como hace seis meses hablamos de salvar la de verano, y a pesar de que sabemos perfectamente el precio en contagios y muertes que se pagó por ello. La primera ola del virus llegó sola, la segunda la hemos traído nosotros y estamos a un paso de favorecer que haya una tercera. Las imágenes de muchos lugares de España este último fin de semana, con las vías comerciales abarrotadas de viandantes, demuestra que aquí sobran bombillas, pero faltan luces. Ahora la vacuna está casi aquí y, por lo tanto, la pregunta ya no es si el virus tiene remedio, sino si lo tenemos nosotros.

Desde luego, algunas declaraciones no ayudan, como la del alcalde de Madrid, que va a menos cuantos más cargos le dan y que se ha dejado la mitad de su prestigio por el camino, desde que va y viene de su despacho municipal al de portavoz de su formación. A él que le gusta tanto llamar irresponsables a los adversarios, ¿no le tiembla el pulso a la hora de decir en estos momentos críticos que “mientras la gente esté en la calle, no en lugares cerrados, y con la suficiente distancia, no hay problema”, cuando fue de los que criminalizaron el 8-M? Lo contrario del feminismo es el fariseísmo.

Su compañera de partido, la presidenta de la Comunidad, tiene más de noventa millones de euros para construir su hospital en Valdebebas, pero al mismo tiempo parece que su Gobierno será él único de todo el país que despida a las y los profesores contratados para paliar los efectos de la crisis en los colegios e institutos. Con menos maestras y maestros, la aplicación de las normas preventivas vigentes será imposible y el riesgo de contagio se multiplicará. ¿Le importa eso algo, o hará con las escuelas lo mismo que hizo con las residencias geriátricas? Eso sí, Díaz Ayuso acaba de declarar: "Me resisto a pensar que la historia de España acaba aquí, en manos de cuatro estúpidos”. Si la frase contiene algún grado de autocrítica, igual aún queda esperanza.

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