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Aquí me cierro otra puerta

La mierda de vida del diputado de la orgía

Quique Peinado nueva.

No quiero que este sea un nuevo artículo del Capitán Empatía, ese superhéroe intrascendente en el que a veces me quiero convertir en este proceso en el que, desde que me he hecho mayor, trato de ponerme mucho en el lugar de los demás y buscarle la redención a todo el mundo. El diputado fascista (adscrito al PP europeo) húngaro Jósef Szájer, al que trincaron en una orgía con un par de decenas de señores en Bruselas, se merece el escarnio porque basaba gran parte de su crédito político en joderle la vida a las personas con tendencias sexuales diferentes a la canónica heterosexual y en joderle la vida a los menos privilegiados en general. Ser trincado en un epicentro del (para él) ilegítimo vicio tiene que conllevar unas consecuencias no solo políticas sino personales, porque en su caso, más que en ningún otro, lo personal es político. 

Sin embargo, no puedo evitar pensar en la mierda de vida que debe tener un hombre que tiene que negar lo más básico de su ser para ganarse la vida y, sobre todo, que ha construido su personalidad, su prestigio y su andamiaje moral en odiarse. Lo enfermo y lo terrible que tiene que ser llevar esa vida. Todos mentimos, todos nos ocultamos. Todos hacemos cosas que retan nuestra coherencia y que nos zahieren la conciencia. Pero llegar a un nivel en el que tienes que hacer que odias lo que eres, o quizá no tienes que hacerlo, sino que verdaderamente odias lo más íntimo de ti porque construiste tu esqueleto ideológico en base a negarte, debe ser algo tremendo. Esto no es ser comunista y tener acciones de un banco ni ser liberal y pedir una subvención: va mucho más allá de la incoherencia.

Con los años he aborrecido la coherencia porque como concepto absoluto no existe y porque nos hace fanáticos y dogmáticos. Y, al no existir, solo estamos legitimados para pedírsela a los demás. Nadie es coherente, a dios gracias. Jósef Szájer tiene derecho a no serlo. Pero su caso, evidentemente, va mucho más allá.

Me parece un ser abyecto este Szájer, pero no más a raíz de lo que le ha sucedido. De hecho, me hace asumir lo tremendamente peligrosa que es la gente con una idea fanática que busca destruir lo más básico en los demás, porque son capaces de anularse a ellos mismos. Pero no puedo evitar pensar en la mierda de vida que tenía que tener ese señor, en lo mucho que se odiaría cuando expresaba su sexualidad, cuando la negaba, cuando fomentaba el odio a lo que él era. Si sentiría culpa por ser y por actuar, si no, si simplemente es un psicópata que ahora está teniendo que dar demasiadas explicaciones. Los juicios que se estará viendo obligado a sufrir, qué le habrá dicho su familia, sus correligionarios, sus amigos, gente que quizá solo lo valoraba por lo que era capaz de opinar, actuar y ejecutar. Cómo se sentirá. Cuánto se odiará.

Supongo que alguien que ha basado su carrera en el odio a gente vulnerable y desprotegida quizá lo hacía porque se odiaba a sí mismo. No creo que deje de hacerlo. No, al menos, de cara afuera. Porque ahora tiene que reconstruir una vida destrozada y solo le pueden ayudar los que siempre le han apoyado, de manera que no podrá deconstruirse y redimirse. Le espera una vida jodida en la que lo mejor que le puede pasar es que el mundo se olvide de él. Ojalá lo consiga. Tengo claro que se merece la tormenta que está sufriendo por todo lo que hizo él por joderle la vida a los demás, pero también pienso con rotundidad que nadie se merece vivir con esto para siempre. No está Szájer entre las personas por las que debo perder el sueño, pero no creo que se le pueda desear a nadie lo que está pasando. Ni lo que ha pasado. Lo suyo es una tragedia más. La pena es que su tragedia ha fastidiado la vida a demasiada gente.

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