Buzón de Voz

De las vacunas al rey: con esperanza sin convencimiento

Jesús Maraña nueva.

Mis disculpas en memoria del gran Ángel González por darle la vuelta al título de uno de sus poemarios imprescindibles. La osadía viene a cuento de una semana extraña en estos tiempos inciertos, porque concluye ofreciendo algunos sólidos motivos para la esperanza si uno es capaz de superar la terrible realidad del conteo de muertes diarias por coronavirus o ese peligroso empeño de algunos en jugar a la ruleta rusa de “salvar la navidad”. Concluye la semana con un Consejo Europeo que ha logrado superar el veto de Hungría y Polonia para dar vía libre a los fondos para la reconstrucción tras la pandemia. Los veintisiete han aprobado además, tras una madrugada en blanco para vencer la resistencia de los polacos, elevar del 40% al 55% la reducción de gases de efecto invernadero en 2030 respecto a los niveles de 1990 (ver aquí). Y esas dos decisiones claves para cargar unas baterías de esperanza casi agotadas coinciden con el inicio de la vacunación masiva en varios países del mundo y la confirmación de que en España empezará en enero. ¡Hasta el rey del fraude fiscal paga (algo) a Hacienda!

Somos en esta nación de naciones diversa, plural y contradictoria tan expertos en festejar como en dramatizar. Tan pronto decidimos disfrutar la alegría hasta extremos que dejan perplejos a los foráneos como nos sumimos en ese pesimismo melancólico que tantas veces nos ha llevado a la angustia colectiva y a la autodestrucción. Nunca nos han faltado tampoco élites interesadas en bloquear cualquier progreso que pusiera en riesgo sus intereses crematísticos, siempre disfrazados de un patriotismo chulesco, gritón y cañí.

Quizás la polarización haya llegado para quedarse, como se observa en Estados Unidos y en otros puntos del planeta. Nacionalpopulismos y movimientos sectarios de distinto signo manejan las herramientas de comunicación personalizada para instalar respuestas simples a problemas complejos y prometer paraísos donde sólo habrá tierra quemada. Pero en este clima que nos ha tocado (o nos hemos buscado) vivir conviene no perder la perspectiva cuando surgen motivos fundados para la esperanza.

Hace menos de dos meses sufríamos los peores momentos de la segunda ola de la pandemia sin garantías de que muchos pudiéramos en primer lugar sobrevivir, y después contar pronto con vacunas y con dinero para ayudar a millones de familias que han perdido ingresos, trabajos, empresas… El espectro político conservador aún aspiraba a que el Gobierno no fuera capaz de sacar adelante unos Presupuestos, lo cual significaría el fin anticipado de la legislatura y el fracaso de la primera coalición de izquierdas al frente del Estado desde la Segunda República. En ese objetivo se han centrado (en mitad de una pandemia) los esfuerzos tácticos y estratégicos de PP y Vox, arropados por potentes plataformas mediáticas dedicadas de modo obsesivo a instalar una falsa realidad paralela en la que España estaría desintegrándose en manos de una panda de socialcomunistas que habrían pactado con “filoetarras y separatistas” la destrucción del Estado. Hasta los que un día mandaron en los ejércitos se envalentonan soñando de nuevo con fusilar “a 26 millones de hijos de puta”“a 26 millones de hijos de puta” y envían cartas a Felipe VI o al presidente del Parlamento Europeo (que aún debe de andar buscando en la Wikipedia de dónde salen tantos militares españoles fascistas. “Nuestra gente”, dice Vox).

Esta peculiar semana concluye con noticias que contribuyen a desmontar bulos y a aportar luces frente al catastrofismo apocalíptico al que nos vienen acostumbrando discursos parlamentarios, tertulias televisivas y campañas en las redes. Hay unos Presupuestos que establecen prioridades contra la desigualdad y que sitúan el esfuerzo de gasto público en la construcción de una economía del siglo XXI, que avanza hacia la digitalización, la inversión verde y la modernización de una estructura empresarial minifundista y volcada (salvo excepciones) excesivamente en los servicios y en el ladrillo. No son los Presupuestos perfectos (si es que existen); son los Presupuestos posibles en una realidad multipartidista y sin mayorías parlamentarias posibles sin contar con los grupos nacionalistas.

Lo que habría dejado muy tocados esos Presupuestos habría sido el bloqueo indefinido de los 140.000 millones de ese Fondo Europeo para la Reconstrucción que le corresponden a España. Y en un plazo inmediato, los 26.000 millones de transferencias directas que ya están incluidos en los PGE de 2021 para proyectos que ayuden a superar la catástrofe económica y social provocada por el coronavirus. La UE ha vuelto a sufrir los efectos de la exigencia de unanimidad de los 27 para cualquier decisión común, una fórmula arcaica de la que se aprovechan al máximo movimientos populistas y retrógrados como los que hoy gobiernan en Polonia o Hungría, pero también en ocasiones esos países autoproclamados “frugales” siempre dispuestos a torpedear los intereses del sur. Lo cierto es que el Fondo de Recuperación tiene luz verde, y en cuanto los mercados supieron que iba a ocurrir, la subasta de deuda española a diez años se ejecutó por primera vez con intereses negativos (es decir, que nos pagan por comprarnos deuda, ¡tanto se fían de un país al borde de la “desintegración”!).

La perspectiva de superación de la pandemia ha cambiado radicalmente con la realidad de las vacunas que ya se están administrando en varios países y que llegarán a España en cuestión de semanas. No se trata, y conviene insistir en ello, de que esté superado el riesgo de contagio del coronavirus, porque aún faltan bastantes meses para lograrlo en la mejor de las hipótesis (en la peor nunca lo conseguiremos del todo). Esa figura del “capataz de obras” espontáneo, tan abundante en España, constantemente dispuesto a vaticinar desastres, extiende la pregunta retórica de si son fiables unas vacunas que se han desarrollado en menos de un año cuando normalmente pueden tardar hasta diez. Con frecuencia la respuesta consiste en afirmar (lo cual es cierto) que se han acelerado las fases de investigación exigidas por las agencias estatales y comunitarias encargadas de comprobar la seguridad y fiabilidad y de autorizar su distribución y administración. Se hace a mi juicio poco hincapié en la razón principal por la que los laboratorios han sido capaces de lograr vacunas fiables de forma tan rápida: los Estados y la Unión Europea han firmado acuerdos con las farmacéuticas para cubrir financieramente ciertos riesgos si no se completara el proceso o hubiera efectos adversos de alguna de ellas (ver aquí). Es decir, las farmacéuticas han podido empezar a fabricar millones de dosis sin demora porque no corrían un peligro económico ni tenían que buscar fondos privados o públicos para la siguiente fase antes de continuar el proceso de investigación y producción. “¡Es lo público, idiotas!”, debería ser una lección imprescindible de todo el desastre de la pandemia. Podemos salir de la peor situación si fortalecemos y gestionamos bien lo común, el paraguas que nos protege a todos, el que evita ese “sálvase quien pueda” en el que siempre se salvan los mismos.

En este último punto es en el que en mi mente se cruza la noticia más ruidosa de la semana. El rey emérito ha presentado una regularización fiscal. Bienvenida. Hace mucho tiempo que veníamos reclamándola, aunque no nos referíamos a esta especie de “limosna” con la que Juan Carlos I pretende cerrar sus cuentas pendientes con el fisco. Sólo atendiendo a las cifras manejadas por la fiscalía suiza, el padre de Felipe VI y todavía miembro de la Familia Real desde el punto de vista institucional ha manejado fondos en paraísos fiscales opacos para la Hacienda española por los que calculan técnicos de la Agencia Tributaria que tendría que haber abonado más de treinta millones de euros (ver aquí). A día de hoy, todavía no sabemos qué tratos o conversaciones han mantenido el emérito o su equipo de asesores con Hacienda o las autoridades fiscales madrileñas. Ni tampoco sabemos si la “comunicación” que la Fiscalía sostiene que trasladó al abogado en noviembre impide que Juan Carlos I evite el banquillo por delito fiscal o simplemente suavizaría su condena.

Aumenta hasta el 40,5% el número de españoles dispuesto a vacunarse inmediatamente contra el covid-19

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Más allá de la cuestión estrictamente jurídica y de esa inviolabilidad constitucional presuntamente utilizada para el delito continuado, lo indiscutible es que sigue tratándose a la ciudadanía como menor de edad. Y de esto hay dos responsables principales: el Gobierno y el actual jefe del Estado. Hágase la luz, como por cierto prometió Felipe VI en el compromiso de transparencia solemnemente adquirido en su discurso de entronización (ver aquí). Explíquese con detalle esa contradicción entre lo que asegura el abogado del emérito y lo que sostiene la Fiscalía (ver aquí). Porque no es admisible después de todo lo soportado (Urdangarines, Corinnas, cacerías de elefantes, tarjetas opacas, maletines de dinero negro y otras cien carísimas barbaridades) que a estas alturas se pretenda solucionar por debajo de la mesa y por los vericuetos del sistema judicial y tributario lo que ha sido un fraude clamoroso. Lo que hay que regularizar es la relación de las instituciones con la sociedad a la que sirven, y si la jefatura del Estado no reacciona como la principal emplazada a dar pasos claros de transparencia y ejemplaridad, entonces es que no ha entendido nada sobre los riesgos que acechan al sistema democrático.

Si los demás actuáramos como Juan Carlos I o como cualquier otro de los insignes defraudadores fiscales (habitualmente autoproclamados grandes patriotas), no tendríamos vacunas en diez años. Ni esa sanidad pública que sigue salvando vidas. Ni esos colegios que han protegido a nuestros hijos de los contagios más que nosotros mismos. La primera obligación de un ciudadano es contribuir a la caja común, de la que sale ese paraguas que nos protege a todos ante cualquier temporal. Sólo por este motivo, aunque no hubiera responsabilidades penales (lo cual es más que dudoso) Juan Carlos I, ex jefe del Estado, no debe recibir el menor trato de favor. Cubrió el cupo hace mucho tiempo.

Hay motivos, sí, para la esperanza, aunque uno no se atreva a afirmarlo con total convencimiento. Porque no hay día en que no tengamos que administrar decepciones. Hay presupuestos, hay vacunas, habrá fondos para afrontar la oportunidad de construir un modelo económico más sólido, menos precario. Incluso hay un mayor compromiso contra el cambio climático. “Mañana no será lo que Dios quiera”, rezaba otro verso de El futuro escrito por Ángel González. Será lo que decidamos cada uno de nosotros, del rey al último (incluidos los que pondrán en riesgo el porvenir con tal de “salvar la navidad”).

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