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Las Navidades más deseadas de la historia

Raquel Martos nueva.

Hay un chiste más antiguo que el turrón que dice así: “¿Qué tal las navidades, bien o en familia?” Pues ese chiste, este año, no se puede hacer. Es de mal gusto, no tiene gracia, este año todo el mundo quiere unas navidades más navideñas que el espumillón, rin, rin.

Hasta ahora, uno de los lugares comunes más resobados del humor navideño eran las discusiones en fiestas. Tan típicas como el matasuegras del cotillón de fin de año. Familias que empezaban muy contentas cantando El Chiquirritín, rascando la botella de anís y acababan tocando los temas que más escuecen… y a botellazos –dialécticos, en el mejor de los casos–.

¡Si hasta había cada año recomendaciones en los medios para que la fiesta transcurriera en paz!

¿Qué temas de conversación hay que evitar en las sobremesas navideñas? Los especialistas aconsejan no hablar de política, de religión, de relaciones anteriores, ni de sexo…

Ojo al dato, hasta las pasadas navidades, ni siquiera hablar de sexo daba alegría si se hacía en familia… me refiero a lo de hablar. Pues en la presente edición de las navidades no hay temas delicados, oye, la pandemia ha obrado un gran milagro.

Este año en el que estamos hartos, agotados, encabronados, asustados, polarizados, irritados y divididos, morimos por intercambiar impresiones políticas, religiosas y económicas con esos seres denostados en el pasado inmediato, los cuñados. Se diría que hasta nos apetece leer el Kamasutra con los suegros junto a la chimenea…

Nos han prohibido –o recomendado– no pisar el césped del Belén y claro, se nos van los pies solos, no pensamos en otra cosa que en el gustazo de la hierba aplastada bajo nuestras suelas. Si nos obligaran, por decreto, a reunirnos de veinte en veinte, nos inventaríamos quince mil excusas para no ir y descartaríamos por “alejados” hasta a los de casa.

Que ningún creyente se ofenda, el humor es ficción y las fiestas también. Que el sentimiento religioso y profundo, vive en el interior de cada cual, en soledad. Y se vive en comunidad, siempre que sea posible, anda que no ha habido momentos en la historia con navidades de mierda… y sin Netflix.

La más religiosa de todas mis amigas vive estos días con auténtica devoción. Para ella la Navidad es el nacimiento de Jesús y, coherente con su creencia, ella reza, medita y celebra, de un modo absolutamente espiritual, este acontecimiento clave para su fe.

A mi amiga también le gusta reunirse con su familia, es otra parte importante de estos días, pero no la que le da sentido, su creencia religiosa no tiene nada que ver con pelar gambas. Y esa, la auténtica, me dice que no ha cambiado este año, que es más importante aún, ella siente que tiene mucho más por lo que rezar…

No, no soy una “odiadora de navidades”, al contrario. Ya lo he contado aquí, tengo recuerdos familiares, maravillosos y entrañables ligados a este momento del año, de mi vida. Tengo familia en una isla a la que solo puedo ver en estos días y a la que no veré. Candidatos a que estas sean sus últimas aquí y muchos días, meses, sin ver a algunos de los muy míos.

Pero ya he pasado otras veces por aplazar navidades y siempre fue por enfermedad, por muerte o por duelo. ¡Ay, si me hubieran dado la oportunidad de sacrificar todas las navidades de mi vida por tener conmigo ahora a mi padre, a mi hermana, a Antonia, a Tomás, a Michael…!

¿Cómo va a ser un drama posponer la reunión justo para evitar la enfermedad y la muerte? ¿Cómo va a ser una tragedia posponer la fiesta hasta poder celebrarla?

Yo me apunto a la película navideña por excelencia, Qué bello es vivir. Pues eso. Y ya habrá tiempo de brindar…

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