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Fascismo en Washington

Javier Valenzuela nueva.

La pinta de la horda que ayer asaltó el Capitolio de Washington lo decía todo. Con sus uniformes paramilitares, las banderas de la Confederación sudista junto a las de las barras y estrellas y una abrumadora presencia de varones blancos, los asaltantes del Capitolio presentaban su carné de identidad: venían de esa América profunda de la Biblia y el fusil, de las milicias patrioteras y ultraderechistas, de la fe en el líder carismático y del odio a la pluralidad y la modernidad donde, con la complicidad del ala más conservadora del Partido Republicano, ha ido germinando en los últimos lustros la contemporánea versión estadounidense del fascismo.

Si el fascismo clásico italiano tuvo en 1922 su Marcha a Roma y el nazismo alemán tuvo en 1933 su Incendio del Reischstag, el fascismo estadounidense del siglo XXI tuvo en el día de los Reyes Magos del año 2021 su propio episodio histórico. Que el asalto violento al Capitolio de Washington no triunfara, no le resta un ápice de gravedad a la intentona. Una turba enfebrecida intentó imponer su voluntad política mediante la violenta ocupación de la sede del poder legislativo nacional.

Y si Italia tuvo a Mussolini y Alemania a Hitler, Estados Unidos tiene a Donald Trump para confirmar que los delirios autoritarios y nacionalpopulistas pueden obtener un amplio apoyo popular en períodos de crisis de los valores racionales y democráticos. Las cosas no son nunca iguales, por supuesto. La principal peculiaridad del estallido del fascismo en Washington del día de Reyes estuvo en que fue alentada explícitamente no por un politicastro que aspirara al poder, sino por uno que se resiste a dejarlo tras haber perdido en noviembre las presidenciales por varios millones de votos de diferencia.

Ya sabíamos que Trump no iba a aceptar su derrota. Lo reiteró en la mismísima campaña electoral cuando repitió hasta la saciedad que el único resultado que aceptaría sería su victoria y que denunciaría como fraude un resultado que no fuera este. Lo reiteró en pleno recuento de los votos a comienzos de noviembre. Y lo ha intentado poner en práctica en las últimas semanas con abiertas y obscenas presiones a legisladores, gobernadores, jueces y hasta su propio vicepresidente para que invalidaran la victoria del demócrata Joe Biden. Iniciado ya el año 2021, a dos semanas del momento del relevo en la Casa Blanca, le quedaban dos recursos: el golpe militar y la insurrección callejera de sus partidarios. Quizá ya haya intentado lo primero, quizá algún día nos enteremos de que pidió una intervención golpista a tales o cuales generales. Lo seguro es que ha puesto en práctica lo segundo, con su llamamiento a la acción directa de sus partidarios congregados en Washington para que impidieran por la fuerza la ratificación parlamentaria de la victoria de Biden, algo que en cualquier lugar y momento no tiene otro calificativo que el de golpe de Estado.

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¿No van a tener ningún tipo de castigo la apología y la práctica del rechazo a la legalidad democrática evidenciadas por Trump? La lógica más elemental hace pensar que un puñado de policías, con un mandato judicial o parlamentario, deberían presentarse hoy mismo en la Casa Blanca para arrestar al individuo que ha intentado violar la voluntad democrática del pueblo estadounidense, ofreciendo a la par al resto del planeta la penosa imagen de una república bananera. No creo decir ningún disparate: algunos analistas citan ya al otro lado del Atlántico un posible impeachment o la aplicación de la Enmienda 25 de la Constitución estadounidense.

Trump empuja a Estados Unidos al Día de la Bestia”, escribí aquí mismo el pasado 4 de noviembre, cuando el tipo del pelo y la cara del color zanahoria se proclamaba ganador de los comicios presidenciales pese a que aún no hubiera culminado, ni mucho menos, el recuento de los votos. Supongo que mi comentario les parecería exagerado a aquellos que sobrevaloran la democracia estadounidense porque solo la conocen a través de las películas y series televisivas. Y también a los abundantes Chamberlain y Daladier de nuestro tiempo que siempre están ninguneando el peligro de los fascismos de nuestro siglo con melifluos comentarios sobre la solidez de las instituciones y llamamientos al consenso blandengue. Pues no, amigos, el fascismo existe, es muy peligroso, solo respeta las reglas del juego cuando le hacen ganador y, como en los años 1930, se las salta cuando le place.

El fascismo tiene ahora en Estados Unidos el rostro de Trump, del que algunos de esos Chamberlain y Daladier dijeron que se “moderaría” con el ejercicio del poder, sin recordar que la ultraderecha jamás lo ha hecho cuando ha gobernado, y al que otros solo condenaron como “loco” sin recordar que Hitler también lo estaba sin que ello le hiciera menos peligroso. Ustedes conocen cuáles son los rostros del fascismo en este lado del Atlántico, no minusvaloren su peligro.

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