Qué ven mis ojos

El dinero lo blanquean, la nieve la oscurecen

Benjamín Prado nueva.

“Quien cree en la democracia, pero no en la igualdad, no cree en ninguna de las dos”.

Todos los agravios duelen y el agravio comparativo está entre ellos. Ver a los negacionistas o juerguistas sin mascarilla que se saltan las normas de distanciamiento social impuestas por la pandemia que sufrimos resulta más hiriente si comparas su temeridad con el riesgo que corre, en los hospitales donde ellos o sus contactos acabarán tarde o temprano, el personal sanitario que se juega literalmente la vida para salvarnos. O si ves a esa gente que se mete en el coche, sale a desafiar el temporal que arrasa España y queda atrapada en el hielo; reparas en que para liberarlos hace falta que aparezcan, sorteando dificultades enormes, un coche de la policía y varios operarios municipales con sus palas, y te dices que ojalá la razón que obligó a la víctima a salir de su casa fuera muy justificable. Yo he visto ya con mis propios ojos un par de casos en los que no lo eran en absoluto.

Cuando lees, aquí en infoLibre, que el Gobierno de la Comunidad de Madrid "cierra el año del coronavirus pagando al gigante de la sanidad privatizada IDC-Capio 11,64 millones de euros", te acuerdas de que la misma presidenta Ayuso dice que no tiene dinero para contratar enfermeras o rastreadores, ni para reforzar la plantilla de los ambulatorios y que se puedan suministrar las vacunas que necesitamos a tiempo, en lugar de tenerlas almacenadas y ponerlas con cuentagotas, porque lo que hay no da para más. La solución ya la sabemos porque es la de siempre: privatizar el operativo y que alguna empresa se lleve el botín y deba el favor, que luego llegan las elecciones y hay que financiarse.

Tampoco hay dinero, aseguran en la Comunidad de Madrid y en el Ayuntamiento, para realizar, con la celeridad que requiere el colapso provocado por la nieve, las tareas de limpieza que necesita una capital para la que, por otra parte, exigen la declaración de zona catastrófica. Ayuso pregonó a los cuatro vientos que iba a estar "al pie del cañón" en la gestión del temporal, pero luego no hizo acto de presencia en la reunión de Protección Civil donde se discutía la estrategia a seguir para enfrentarse a él, llegó cuando todo había acabado y se hizo de cara a la galería una foto en la que quería aparentar que estuvo allí y dirigió las operaciones. La cadena SER, sin embargo, se fijó en la hora que marcaba el reloj de pared que había a su espalda en el lugar de los hechos y que la delataba. Los malabarismos con la verdad que hacen los aficionados a la política-ficción volvieron a quedar al descubierto. Son mejores haciendo desaparecer el pollo y todo lo demás de tu nevera que sacando una paloma del sombrero. Son mejores trileros que magos.

La derecha tiende a acusar de populismo a la izquierda, algo raro y, sobre todo, ligeramente contradictorio en una formación que se llama Partido Popular, y cuando alguno de sus líderes acaba la frase, la adorna con lo del comunismo y tal y tal, sale a hacerse una foto paleando nieve con las maneras con que el ex ministro Arias Cañete se subía en un tractor para ganarse a los agricultores. No me parece mal, hay que dar ejemplo, y es justo reconocer que en esta ocasión el papel lo interpretó mejor Pablo Casado —que dobló el espinazo con garbo, estuvo fino en el manejo de la herramienta y trabajó esos segundos ante las cámaras como no se le había visto trabajar nunca—, que el vicepresidente Aguado, que animaba en su vídeo a la población a salir a las calles para hacer de bomberos sin quitar ni un copo de una patada y luciendo unos zapatos sospechosamente inmaculados que nadie se hubiera puesto ni para salir a la calle, con la que había caído, ni aún menos para despejar un camino. A mí su calzado me recordó, por alguna razón, a sus lágrimas, aunque no parecía estar hecho de piel de cocodrilo.

A la colaboración ciudadana le ocurre lo que a la beneficencia: es admirable, pero no deseable; que no haga falta recurrir a ella es un indicativo de que los servicios públicos funcionan. Y lo contrario, el síntoma de que no dan abasto, no están suficientemente dotados, no tienen el presupuesto ni el número de efectivos que garantizaría su buen funcionamiento. Hacen lo que pueden, pero no pueden hacer lo imposible. Pero claro, hay que recordar que en Madrid lleva mucho tiempo mandando el PP y que su ataque sin cuartel a todos los servicios públicos ha sido inmisericorde: su batuta son unas tijeras, y con ellos hay menos sanitarios, menos profesores, menos policías… Y, eso sí, hay también algunas empresas que han ganado muchísimo dinero gestionando lo que ellos desarbolaban para justificar tener que recurrir al sector privado. De momento, la ciudad está paralizada además de congelada. Hay quien oscurece la nieve igual que blanquea el dinero.

El caos ha sido y es a día de hoy absoluto. Ya sabemos que los elementos son difíciles de combatir y que el soberbio ser humano no tiene más remedio que aceptar que gran parte de su poder es ilusorio y que dedicarnos a buscar agua en Marte o la Luna mientras envenenamos nuestros ríos tiene su precio. Sea como sea, al final un ciclón, un terremoto o una inundación o una temporada de sequía nos ponen en nuestro sitio. O una epidemia. Pero también es cierto que sólo quien desee negar las evidencias puede no querer ver que de ese tipo de problemas sólo nos sacamos entre todos, colaborando como una sociedad fuerte y unida, y que eso nada más que es posible a través de lo público, ese bien colectivo que unos cuantos arruinan en nombre de unos intereses particulares que enriquecen a la minoría que, en el fondo, no cree en la democracia ni en su fundamento básico: la igualdad. O sea, que no cree en ninguna de las dos.

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