¡A la escucha!

Una semana después...

Helena Resano nueva.

Sé que usted, que nos lee desde La Rioja, o desde Lugo, Santiago, Mijas, o Murcia, Castellón o Girona, está más que harto de seguir el minuto a minuto de la nevada de Madrid. Lo sé, y pecamos los medios de contar lo que nos ocurre a la puerta de casa y olvidarnos del resto, pero sobre esto hay mucho que aclarar y explicar. No siempre tenemos una cámara en el sitio donde ocurre la noticia, (en televisión, sin imagen es muy complicado que podamos contar historias), no siempre tenemos un redactor para poder hacer ese reportaje o directo o no hay los medios necesarios para poder hacer llegar esas imágenes a los servidores de Madrid. Pero asumo la crítica y créanme que hacemos el esfuerzo diario de levantar la mirada y ver más allá de nuestro ombligo. Pero también es cierto que la nevada, y se lo dice una chica de Pamplona que ha crecido con mucha nieve cada invierno, ha sido histórica.

Dicho esto, hoy me asomo por aquí para contarles que una semana después, seguimos inundados de nieve. Que la semana ha sido eterna, con mil complicaciones para poder movernos, llegar al trabajo, hacer la compra, conciliar… Cada salida parecía la expedición a la Antártida, caminando entre montañas de nieve y hielo. Viendo cómo en los supermercados del barrio los estantes seguían vacíos varios días después de haberse abierto Mercamadrid. Mi familia y amigos de Pamplona me escribían estos días para preguntarme qué había pasado, cómo era posible que Madrid siguiera así días y días después de haber dejado de nevar. Cómo era posible que las calles siguieran con metros de nieve acumulada. Y no había respuesta para esa pregunta que nos hacemos todos desde hace días. Me temo que la única estrategia que hay sobre esto es confiar en que toda esa nieve se derrita sola. Se me ponen los pelos de punta cada vez que escucho a alguno de los políticos que tienen que tomar decisiones decir que quedan días o semanas para que Madrid recupere la normalidad.

Nadie asume que esta situación es la gota que va a sobrar el vaso de nuestros mayores. Volverles a encerrar en casa, así, por una nevada, es lo último que necesitaban tras unas Navidades dolorosamente solitarias. Pueden comer y cenar solos, incluso en Nochebuena y Nochevieja, pero su día se estructura entorno a ese paseo que suelen dar por la mañana o por la tarde. Esa vuelta para ir a comprar algo a la mercería de la calle de al lado o a la farmacia les da la vida. Es su único momento para ver a sus vecinos, para saludar en la distancia a su familia, sus nietos, sus hijos, para tomar un poco de aire...Pero ahora, ni siquiera tienen eso. Este confinamiento obligado por la nieve ha sido mucho más difícil. En muchos barrios, no pueden ni bajar a la calle porque siguen teniendo la acera completamente cubierta de nieve. Y volver a estar días y días en casa, (vamos camino de la semana), se empieza a hacer demasiado cuesta arriba. Y lo peor es que, mientras tanto, los que deberían tomar decisiones siguen echando balones fuera, confiando toda su estrategia al deshielo. Si hay que pedir ayuda, se pide. Si hay que trasladar equipos o efectivos de otras comunidades para limpiar en 3 días la nieve acumulada, se hace. Pero no podemos dejar encerrados de nuevo a los más mayores en casa, no ahora.

Y tampoco a los más jóvenes y pequeños. El primer confinamiento lo vivieron como pudieron, sacaron la garra que creíamos que no tenían y nos dieron toda una lección, sí, pero esta vez se les sobra el vaso. Algunos llevan todas las Navidades estudiando porque a la vuelta tenían los finales. Y justo llega la gran nevada. Rompiendo de nuevo planes. Están acostumbrados a improvisar, no les ha quedado otra, pero no podemos confiar en que siempre saquen el lado positivo de todo. Volver a hacer las clases online está siendo un desafío. Y despierta los peores fantasmas de la pesadilla de marzo y abril.

La nieve dentro de una semana se habrá ido, o al menos no supondrá un problema de movilidad. Nunca debería de haberlo supuesto, no al menos durante tantos días. Lo que no se irá es el poso de hartazgo, de ver que, también con esto, también así, nadie es capaz de actuar de forma efectiva y rápida. No podemos ir siempre tarde y mal.

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