Qué ven mis ojos

Unos blanquean dinero, otros a la ultraderecha y los dos ennegrecen la democracia

Benjamín Prado nueva.

“Es más cobarde quien teme a la luz que quien teme a la oscuridad”.

Si en las próximas elecciones catalanas Vox sobrepasa al PP, ese jaque-mate será el principio del fin de Pablo Casado como candidato a presidente del Gobierno y como líder de la oposición, puesto que con una debacle de esa envergadura pasaría del fracaso al cataclismo; pero también sería mucho más que eso, porque en el efecto dominó de ese terremoto en el mapa político de España, la siguiente ficha es la propia democracia, cuyo aniquilamiento es el único fin de esta ultraderecha y de todas las demás. Quienes los van a votar lo saben. Quienes los alimentan en las urnas o los blanquean en algunos medios de comunicación no ignoran que están dando de comer a un monstruo, solo confían en que a ellos no los devore, en recompensa a los servicios prestados. Cuidado, porque esos centuriones de la nada no conocen la gratitud: el periódico ABC, por ejemplo, ya denuncia una campaña de desprestigio, que incluye una llamada a los suscriptores del rotativo a darse de baja, emprendida por el portavoz de los extremistas contra su cabecera, a pesar de que, según leemos en sus propias líneas, es “la que da una cobertura informativa más amplia a los ataques que el partido de Santiago Abascal está recibiendo, y de que este diario denuncia de forma habitual las agresiones que sufren sus líderes por parte de diversos grupos.” La violencia no entiende de banderas blancas.

No podemos decir que el mensaje del nuevo fascismo ha calado, básicamente porque no tiene ninguno que difundir, aparte de propagar el odio y tensar la cuerda, pero sí que sus estratagemas van dándoles fruto y multiplicando sus escaños en los parlamentos en los que dicen no creer, entre ellos los autonómicos. Pero el plan que no tienen les funciona y cada vez más gente les compra las estampitas. Las víctimas del timo no atienden a razones, hacen oídos sordos a la catarata de embustes, manipulaciones y gatos por liebre con que la formación y sus legiones inundan las redes y lo que no son las redes. La técnica es rudimentaria pero eficaz y va directa al grano, lo normal en este tipo de movimientos involucionistas: se ofrecen como salvadores de todos los problemas, guardianes de unas supuestas esencias patrióticas, héroes enfrentados a un sistema opresor, apóstoles del orden, maestros de la eficacia, policías de la moral… Los hechos y los archivos demuestran que gran parte de ellos no son más que unos vividores que llevan la vida entera haciendo pasillos, acumulando puestos y cargos o llevándose al bolsillo, a cambio de nada, un sueldo imponente salido de algún chiringuito montado por sus superiores, pero a algunas personas no les basta o los consideran un mal menor, un atajo hacia otra cosa que no se sabe lo que es pero sí que no sería algo que aún pudiera llamarse un Estado de derecho. Por ahí van los tiros porque los tiros siempre van a dar al mismo lugar.

Es muy recomendable la lectura del libro Antisocial. (La extrema derecha y la “libertad de expresión” en internet), recién publicado por la editorial Capitán Swing, en el que, de entrada, ya intranquilizan las comillas del subtítulo. Su autor, Andrew Marantz, enumera los rasgos distintivos de las organizaciones ultras, su populismo envenenado, su sesgo anticonstitucional, su propaganda negacionista, su uso y abuso malintencionado de las redes, sus campañas de difamación y desinformación, sus bulos tóxicos, su intolerancia, su fobia hacia cualquier tipo de libertad individual o sus tejemanejes con las instituciones, cuando las alcanzan, para devorarlas con un hambre insaciable y desde dentro, igual que una plaga de termitas. “Hemos dejado sin vigilancia la mayoría de las puertas del castillo”, dice, y estamos pagando las consecuencias. Manipulado por los troles, lo viral es un virus, y los contagios van en aumento. El fascismo es una pandemia mental, sus vías de transmisión son los ojos y los oídos y una vez que ha entrado en ti, le hace al cerebro lo que el coronavirus a los pulmones. Por ese lado, también estamos en peligro.

¿Qué le ofrece Vox a Cataluña? ¿Arriar sus banderas legales? ¿Proscribir su idioma? ¿Inhabilitar a los partidos independentistas? ¿Construir más cárceles? ¿Mandarles más policías pero con peores órdenes, ya que, según su cabeza visible, la última vez “les pegaron poco”? ¿Qué plan social o económico han puesto sobre la mesa? ¿Cuál es su idea para esa región y para el resto del país? Y si hablamos de sus socios, ¿para qué ha servido allí el PP? Es con ellos en el Gobierno de la nación cuando se multiplicaron los partidarios del secesionismo y a ellos a quienes les montaron un referéndum, les declararon la independencia, aunque fuera durante diez segundos, y se les marchó Puigdemont a Bélgica sin billete de regreso. Pues sus aliados quieren repetir la misma estrategia de confrontación y mano dura, pero en versión corregida y aumentada. Todo el mundo lo sabe y algunos les avalarán en los colegios electorales. Puede que algunas personas lo hagan con los ojos cerrados o mirando para otro sitio, pero eso no los disculpa, al contrario, porque es más cobarde quien teme a la luz que quien teme a la oscuridad. La radicalización es el hilo conductor de la ira, del descontento de tantos por tantas cosas. Te ofrece un hombro donde hacer que lloren los demás y un puño de hierro con el que conseguirlo. Lo suyo no es un mensaje, pero ha calado y, como pinten bastos, terminará por causar una inundación. Ya veremos hasta dónde llega el agua. En Cataluña está la primera respuesta.

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