Desde la tramoya
Hasél, un pan como unas hostias
Hay momentos en los que el resultado colectivo de las acciones individuales de los agentes sociales es disfuncional, absurdo, incluso nefasto. Y entonces pueden producirse conflictos sociales improductivos, tensiones innecesarias, violencia gratuita. La polémica sobre la condena e ingreso en prisión del rapero Pablo Hasél ha generado uno de esos momentos.
Pretendiendo construir un debate amplio y necesario sobre la libertad de expresión, lo que nos está saliendo es una chapuza en la que nadie, excepto los más extremistas, acaba de encontrar satisfacción completa. Si se trataba de amasar harina para hacer pan, nos están saliendo unas hostias que no sirven ni para alimentar ni para consagrar.
Los millones que defendemos la más amplia generosidad en la libertad de expresión, y que ésta debe excluir por supuesto las injurias al rey, no quisiéramos ver en la cárcel a Hasél, pero lo cierto es que su causa está muy lejos de inspirarnos como nos habría inspirado, por ejemplo, la de Federico García Lorca. Porque el rap de Hasél es en realidad la excusa –de muy baja calidad, por cierto, pero eso es lo de menos– de un funambulista provocador que se desliza sobre el alambre del Código Penal para denunciar un régimen, el nuestro, que considera literalmente una dictadura, y un sistema de justicia que se supone que le secuestra.
Hasél ha sido condenado por enaltecimiento del terrorismo y por injurias a la Corona, sí. Pero ha ingresado en prisión no por esos delitos, sino por la reincidencia y la provocación. Y en las últimas horas se han ratificado además las sentencias por agredir a un periodista, por amenazar a un testigo y por obstrucción a la Justicia.
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Por eso su causa no ha convocado manifestaciones pacíficas y masivas, sino un espectáculo lamentable de contenedores y motos quemadas, pelotazos de goma y heridos de diversa gravedad, protagonizado por hordas de jóvenes que, como Hasél, consideran a los policías y a los jueces al servicio del régimen enemigo del pueblo trabajador que ellos pretenden virtuosamente representar.
La lucha por la mejora de nuestras libertades –también para Hasél y sus seguidores– nos inspira así poco, muy poco, en este caso, porque quienes la lideran son los extremistas más violentos: los de la izquierda y también los de la derecha, los verdaderos fascistas, que se suman a las provocaciones levantando el brazo y poniendo a una chavala recién nacida a decir que “el problema es el judío”.
Es una lástima que el debate necesario sobre la reforma del Código Penal para que cualquiera pueda decir lo que le dé la santa gana, siempre que no ponga en riesgo la seguridad de nadie de forma directa y flagrante, lo pretenda protagonizar este cantante tan poco inspirador cuyo encarcelamiento él se ha empeñado en conseguir. Necesitamos héroes de mayor talla para causas tan nobles como nuestra libertad de expresión.