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Qué ven mis ojos

Lo que no es razonable, es regulable

Benjamín Prado nueva.

“Sociedad injusta es esa donde para que una minoría lleve una vida de ensueño la mayoría vive una pesadilla”.

A día de hoy, nada cotiza tan al alza como la mentira en la política, que fue una ciencia y actualmente tiene más que ver con la magia negra que con la filosofía. Lo explica a las mil maravillas el bloqueo del Consejo General del Poder Judicial por parte del PP, que deja claro que en estos tiempos sectarios ya no se va a una negociación con un decálogo de propuestas sino con una lista negra: éste no, que estaba en el tribunal que nos juzgó y condenó por corruptos; esta tampoco, que es de Podemos… Es decir, que la regeneración de la que hablaban Pablo Casado y su equipo no consistía en cambiar ellos sino a los demás, en quitar de en medio a los que les han pillado o podrían pillarlos con las manos en la masa.

La verdad importa poco cuando ocultarla o tergiversarla sale gratis y además cuenta con sus defensores. El presidente Aznar sigue dejando caer entre líneas, diecisiete años después, que tras el atentado del 11-M estaba la banda terrorista ETA y que él no tiene nada que ver con la corrupción sistemática del partido que dirigía, ni con el hecho de que si te pones a marcar con una cruz, en las fotos de sus Gobiernos, a todos sus ministros imputados o encarcelados por diferentes delitos, se te gaste la caja de rotuladores. La cosa sin él no ha cambiado y ahora sus herederos demuestran que se saben, en este caso de pe a pe, su libro de estilo: ahí tienen al consejero de Interior, Justicia y Víctimas del Terrorismo de Isabel Díaz Ayuso, Enrique López, proclamando a los cuatro vientos que hay que acabar “con las puertas giratorias entre política y justicia", él que fue juez de la Audiencia Nacional y magistrado del Tribunal Constitucional antes de fichar por el PP. O a su propia jefa, que da lecciones sobre pandemias cuando Madrid es la comunidad con más contagios y víctimas mortales de covid-19 en toda España, donde la vacunación va a paso de tortuga y a pesar de la espada de Damocles que tiene sobre ella, porque todavía hay que dilucidar su grado de responsabilidad en el desastre de las residencias geriátricas, a las que su ejecutivo dio órdenes tajantes de no derivar a las y los ancianos infectados a un hospital, lo que en aquel momento equivalía a una sentencia de muerte. En muchos medios, al menos por ahora, da la impresión de que se ha echado tierra sobre el asunto.

Estamos sometidos a la famosa polarización, que consiste, según explica el diccionario de la RAE, en “modificar los rayos luminosos por medio de refracción o reflexión, de tal manera que no puedan refractarse o reflejarse de nuevo en ciertas direcciones”; en “concentrar la atención o el ánimo en algo” y en “orientarlo en dos direcciones contrapuestas.” En resumen, que es un método para confundir, para lanzar cortinas de humo, y eso es lo que pasa, que a menudo se trata de evitar que miremos “en ciertas direcciones” y en hacer maniobras de distracción que nos hagan fijar la atención en otras cosas. Como muestra, ¿lo escandaloso es que el rey emérito, con sus nuevos cuatro millones “regularizados” con Hacienda, siga aceptando que defraudó y blanqueó dinero de procedencia inexplicable, o que el vicepresidente Pablo Iglesias no aplaudiera a su hijo cuando lo ensalzaba en un discurso? Era el único en la sala que no jaleó esas palabras porque Pedro Sánchez antes decía que “hay que eliminar algunos privilegios de la monarquía y uno inexcusable es la inviolabilidad del rey” y ahora lo ha impedido con sus votos en el Congreso. En el PSOE, eso sí, varias ministras y pesos pesados han querido dejar claro, aunque sea ya a toro pasado, que la conducta del monarca no tiene un pase y hay mucha gente en sus filas que, al menos en los pasillos, acepta que “se ha sido muy tolerante con Juan Carlos I.” Ya sabemos que uno de los valores de la democracia es la famosa “tolerancia cero” con quienes tienen conductas inaceptables en el ejercicio de su función pública, así que si a una cosa le restas la otra, en eso el saldo es negativo.

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La realidad es del color del cristal que ponen entre ella y nosotros. Y demasiados argumentos se parecen a la frase de Groucho Marx cuando en una de sus películas lo sorprenden haciendo lo que no debía: “¿A quién va a creer, a mí o a sus propios ojos?” Por ese camino, se monta un escándalo y se pide cortar cabezas a una cadena de televisión por un rótulo en el que se decía que la infanta Leonor se iba al extranjero “como su abuelo”; pero casi nadie dice esta boca es mía cuando sobre unas imágenes en las que se ve a un grupo de neofascistas saludando a la romana frente a unos manifestantes, el cartel de turno describe la escena de esta forma: “Tensión entre independentistas y partidarios de la unidad de España.” No veíamos algo así desde que el mismo Aznar llamó a la ETA “movimiento vasco de liberación.” Dios los separa, pero ellos se juntan.

El fin de la política sólo puede ser uno: lograr sociedades equitativas, con deberes y derechos para todas y todos, y no establecer sistemas donde a unas cuantas personas les vaya de cine a costa del esfuerzo sin recompensa de la mayoría. Se trata de impedir que para que una minoría lleve una vida de ensueño, la mayoría viva una pesadilla. Si llega un temporal de nieve y hay barrios sin luz durante meses, atrapados en un laberinto de oscuridad y frío, habría que impedir que las compañías energéticas se aprovechen de nuestras desventuras para subir el recibo y atracarnos casa por casa, porque ya les va demasiado bien como para que sigan dando vueltas de tuerca. Endesa, sin ir más lejos, ganó mil trecientos noventa y cuatro millones de euros en 2020, ocho veces más que en 2019. Eso no es razonable, pero sí regulable. A ver si lo hacen, cuando se les pase el mareo de tanto entrar y salir por puertas giratorias.

La política, en términos generales, se está alejando de su espíritu original y debe regresar urgentemente entre nosotros, porque nos sobrevuela, algo que evidencia el término “macroeconomía”, que nos pone en fuera de juego y sin papel en la obra. Que vuelvan ya, porque su hueco lo está ocupando la ultraderecha. Su primer paso tiene que ser poner los pies en la tierra.

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