Buzón de Voz

Malos tiempos para hipocondríacos y sabiondos

Jesús Maraña nueva.

Viernes. Sólo ha pasado una semana desde Viernes Santo y cunde la sensación de que han sido cien días. Es agotador el ruido, la dificultad de distinguir el dato comprobado de la simple ocurrencia o el mensaje honesto de la pura propaganda. La hipertensión en la política, los medios y las redes sociales sólo ayuda a multiplicar la confusión y el miedo.

La fatiga tiene un origen muy anterior a la pandemia. El 5 de junio de 2014, Juan Marsé dejó escrito en una de sus libretas personales: “El Rey ha abdicado. Me están inyectando desde la prensa y la televisión tales dosis de simpatía y adhesión a la Casa Real que me está saliendo una corona en los cojones”. (Pág. 244). Si Marsé hubiera estado pegado a la televisión o a los periódicos estos días (jamás usó las redes), habría dejado notas impagables sobre lo de AstraZeneca, lo de Vox en Vallecas o la enésima AyusadaAyusada. Y sobre quienes hablamos o escribimos (seguramente demasiado) acerca de realidades complejas como si tuviéramos las claves que las descifran.

Me limito hoy a trasladar unas breves notas personales al hilo de los sucesos más ruidosos de esta semana interminable.

  • Hace unos 25 años que tomo a diario algunos medicamentos indicados para dolencias crónicas. Nunca leo los prospectos porque confío en mis médicos. He repasado anteayer los “posibles efectos adversos” de tres de ellos. No me explico cómo sigo aquí cuando los efectos “muy raros” pueden afectar a “1 de cada 10.000 personas” e incluyen el infarto de miocardio, la encefalopatía, el fallo renal, la acidosis láctica o el priapismo.
  • La Agencia Europea del Medicamento estima que el riesgo de sufrir esos trombos tan raros es de 1 caso por 100.000 vacunados. ¡Quiero la vacuna de AstraZeneca ya! Para las personas entre los 60 y los 69 años, el riesgo de morir por covid es 2.000 veces superior al que conlleva ponerse esa inyección (ver aquí). Nunca hubiera imaginado que llegara a desear anticipar unos meses mi sesenta cumpleaños.
  • La ciencia, la lógica y hasta el sentido común indican que en uno u otro momento conoceremos también efectos adversos y graves en otras vacunas. Ninguna sustancia que cura o inmuniza es absolutamente inocua. Lo que ya está confirmado es que cuantas más personas mayores están vacunadas más baja la mortalidad por covid en sus franjas de edad. (Ver aquí la evolución en residencias).
  • La incidencia sigue creciendo (182 casos por 100.000 este viernes), con 149 muertos más en el último día. Y asumimos esas cifras como si no habláramos de personas, de familias enteras destrozadas y de hospitales y UCIs de nuevo camino de la saturación. Cabalgamos cada ola sin haber superado la anterior. Ha sido así, muy especialmente en comunidades como Madrid, desde el final del primer y único confinamiento general. Ya ni mencionamos desescaladas, ni número de rastreadores ni refuerzos imprescindibles en la atención primaria. La única arma efectiva compartida por el neoliberalismo del “sálvese quien pueda” y quienes defendemos la fortaleza de lo común es la vacunación. Nada más alejado de privilegios y ventajismos que un plan de inmunización que prioriza en toda Europa a grupos vulnerables y un orden por edades. Sobrevivimos entre la ansiedad y el derrotismo permanentes sin poner en valor que gracias al esfuerzo colectivo hay remedio contra la pandemia y es factible que en septiembre el 70% de los españoles estén vacunados, sin distinción por apellidos o cuentas bancarias.
  • No puedo imaginar circunstancias más claras para que los gobiernos e instituciones internacionales obliguen a las farmacéuticas a liberar (si quiera temporalmente) las patentes para poder producir más y más deprisa vacunas para administrar en el mundo entero: por razones humanitarias, egoístas y hasta crematísticas. Sin las ayudas públicas y las garantías estatales, ningún gran laboratorio habría podido lograr sus vacunas. Que estén aprovechándose (como siempre han hecho) de la mayor crisis de salud pública de nuestra historia es simplemente inadmisible.
  • Habría tenido toda la lógica que al regreso de la Semana Santa Díaz Ayuso y su equipo se vieran obligados a explicar el indignante hecho de que se suspendiera la vacunación a mayores de 80 años durante cuatro días por el cierre de centros de salud. Pero, una vez más, se lanzó la cortina de humo correspondiente (ver aquí), y así supimos por ABC que hace más de un mes hubo contactos para negociar la compra de dosis de la vacuna rusa SputnikSputnik al margen del Gobierno central, del Consejo Interterritorial de Salud y de la propia UE (ver aquí). Como es costumbre, el intermediario resultó ser un experimentado comisionista ligado al PP, como ya ocurrió con los famosos aviones con material sanitario y con otras adjudicaciones generosas de dinero público. Una pregunta fácil: ¿con qué dinero pensaba pagar Ayuso los posibles encargos de vacunas? ¿Sería posible que conociéramos de forma concreta y desglosada qué se ha hecho en Madrid con los miles de millones recibidos del Estado para la lucha contra el covid? ¿No daban los fondos para reforzar los centros sanitarios y mantener la vacunación esos cuatro días de Semana Santa?.
  • A mediados de esta semana eterna, Vox montó su circo en la Plaza Roja de Vallecas, y logró lo que se proponía. Hasta ese momento su partido no existía en la precampaña, y todas las encuestas iban reflejando que Ayuso fagocitaba no sólo el discurso nacionalpopulista sino también al electorado que lo compra. Y entonces se desató el vendaval de obviedades y tópicos habituales con la solemnidad acostumbrada: todo partido político legal puede convocar un acto donde le dé la gana; toda acción violenta es condenable y debe sancionarse con la fuerza de la ley. Así es. Correcto. Y con la misma contundencia podrá uno denunciar que lo de Vox en Vallecas es una provocación evidente, que Abascal no sólo buscaba esas imágenes de violencia sino que se saltó el cordón policial con absoluto desprecio a las fuerzas del orden para generar la tensión que pretendía. Y me pregunto: ¿No sería más eficaz que ante una provocación de ese tipo la ciudadanía discrepante, mayoritaria, le diera la espalda en absoluto silencio o sentada sobre el abandonado asfalto de su barrio con enormes pancartas que denuncien la hipocresía, la xenofobia y el negacionismo machista de Vox? Nadie tiene la receta mágica contra la extensión del nacionalpopulismo trumpista, pero todos debemos ser conscientes de que lo único que los demócratas (por definición antifascistas) no debemos darles es precisamente el victimismo que andan buscando.

Cuanta más confusión y ruido se generen en torno a los planes de vacunación y sus garantías, más presente tengo aquella reflexión del profesor Innerarity: “Ni los políticos pueden tanto como parece, ni los científicos saben tanto como creemos”. Va siendo hora de asumir que el poder de la política es bastante limitado y que la ciencia no garantiza por completo sus conclusiones, ni manejan tampoco ambos ámbitos los mismos tiempos (ver aquí un sugerente análisis publicado este mismo viernes en infoLibre). Como periodista uno ya sólo aspira a no contribuir a la confusión y el ruido. Como ciudadano, a acertar a la hora de depositar la confianza: en los políticos, en las instituciones, en la ciencia y en los medios.

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