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Aquí me cierro otra puerta

Esta columna no será viral

Quique Peinado nueva.

El viernes perdí la cartera en el Ave. Un trabajador de Renfe, llamado Mariano, buscó dónde trabajo, llamó, dejó su teléfono para que le telefoneara y me dijo que me la guardaban en la garita de los talleres del Ave en Entrevías. Otra trabajadora, llamada Mónica, me contactó por redes para cerciorarse de que me habían llamado y darme indicaciones de dónde estaba el lugar.

Conté la anécdota en Twitter y se llenó de mensajes de gente diciendo que a ellos les habían devuelto sus carteras también en situaciones parecidas, incluso personas a las que se las habían acercado a sus casas. Kiko Llaneras, de El País, me recomendó un artículo en el que se hablaba de que las carteras habitualmente se devuelven, especialmente si llevan dinero. No es una casualidad, es un patrón. Es lo habitual.

Estos días no paro de ver mensajes de gente a cuyos padres están vacunando. Aunque un día puntual en Madrid más de la mitad de la gente no fue a ponerse la de AstraZeneca, lo cierto es que los días posteriores, cuando se habilitaron puntos de vacunación más cercanos a los domicilios de la gente, el ritmo de aceptación de la vacuna volvió a ser normal. Fuera de Madrid, donde no hay que hacer 60 kilómetros para inyectársela, la aceptación es mayor, casi total. Los ciudadanos confían, a pesar de una labor mediática desastrosa en facilitar la tranquilidad ante la vacunación.

Todo está bastante mal, sí. El optimismo y la alegría es, en muchas ocasiones, un privilegio de clase, y no se puede pedir a nadie una sonrisa cuando no tiene muchas cosas de las básicas. Estamos hartos de esta pandemia, cansados, con la salud mental afectada. No quiero yo ser un adalid del falso jolgorio.

Pero no, no es verdad que la gente es mierda y si pierdes la cartera, ya la has visto. Y no es cierto que la gente es tan egoísta como para no informarse lo suficiente y ponerse la vacuna no ya por ellos, sino por los demás. La vacunación está cogiendo la velocidad que nos prometieron, se van a cumplir los plazos y el verano será, parece, lo más parecido a la normalidad que hemos vivido en demasiado tiempo. Esta columna es optimista porque, en realidad, un pesimista no es un optimista bien informado. A veces el pesimista lo es por premio social que obtiene y tiene un prestigio que solo nos hace peores. Y la gente es mejor de lo que nos creemos y la vida va a ser, a grandes rasgos, mejor de lo que era.

El pesimismo se transmite por unos raíles más rápidos que la sonrisa, así que esta columna no será viral. Pero espero que ahora estés un poco mejor de lo que estabas al empezar a leerla. Tienes razones para ello.

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