Segunda vuelta

Ahora sí, hablemos de impuestos a los ricos

Pilar Velasco

El debate ha llegado al FMI. A la Administración Biden, en parte heredado de Elisabeth Warren y Bernie Sanders. A la Secretaría del Tesoro de EEUU, con la pionera Janet Yellen apostando por la igualdad desde el departamento que produce todo el dinero de la nación. Ha entrado en la OCDE, en el Banco Mundial, en el Parlamento Europeo, que ha lanzado una directriz impositiva bloqueada por el Consejo. El Tax the Rich agita Nueva YorkTax the Rich, donde las protestas por el movimiento Black Lives Matters alternan con las marchas por la revolución fiscal. En la ciudad del capital, bares, farolas, aceras, lucen pegatinas y banderolas señalando a los ricos.

Incluso en las universidades de la Ivy League, que aceptan en torno al 6% de los estudiantes que intentan entrar, élite de la élite, cuna y destino de los hijos de los milmillonarios, los jóvenes no quieren ni oír hablar de hacerse ricos a costa del otro, el Manifiesto comunista es de los libros más leídos y cuestionan la desregulación de las multinacionales que tanto bien hicieron a algunas de sus fortunas. El debate está listo. Empezó a fraguarse en la era Obama, interrumpido por la legislatura traumática de Trump, y ha llegado de manera global recalando en Europa.

Una de las primeras piedras la lanzó el multimillonario Warren Buffet ante 400 fortunas en un acto de campaña de Hillary Clinton: “La señora que limpia en mi casa paga más impuestos que yo. Nuestros empleados pagan más que nosotros. Así que la pregunta es, ¿quién representa a la señora de la limpieza?”. Hoy, 15 años después, hay todo un plan económico para representarla, o al menos algo mejor que hasta ahora. Un plan para que ricos, grandes corporaciones y tecnológicas no se escondan detrás de sus acciones, que paguen por sus beneficios y las rentas del trabajo recuperen algo de dignidad frente a las del capital.

Biden no lo llevaba en su programa pero se han dado varias conjunciones: el encuentro entre quienes apuestan por refundar el capitalismo, las generaciones que exigen un mundo más justo y una desigualdad insostenible vista con toda su crudeza en la pandemia. Ya hay razones para los defensores de la libre competencia, la justicia fiscal y los dirigentes políticos que intuyen que los Estados sin bienestar se van a pique.

El Gobierno de Sánchez, con más timidez que Biden, llevaba en su programa el 15% al impuesto de sociedades. Pero como uno abre el debate cuando puede y no cuando quiere, por fin esta semana el Ejecutivo se alineó con la conversación de los organismos internacionales: “España no es una isla. Tenemos que aportar al debate".

Entonces, si la economía es global y el debate también, disculpad que lleve la pregunta al mismo sitio: ¿Por qué Madrid vuelve a ser la excepción? ¿Por qué hablamos de toros, de bares, de turistas y pasamos del cambio climático, del feminismo, de la fiscalidad, las tres revoluciones del siglo aceleradas por la reconstrucción post-covid?.

El Madrid de Ayuso sigue impermeable a las conversaciones que son punta de lanza en las urbes europeas y otras capitales. En este caso, secuestrando el debate fiscal para defender una piratería impositiva al margen incluso de la corriente liberal europea. Del “socialismo o libertad” trumpista al tax free tan manido de los ochenta y traído en versión cañí por Carlos Herrera hablando del “impuesto a la muerte” refiriéndose al de sucesiones sin citar a su autor, el mismo Ronald Reagan.

Digo “secuestrar” porque con un populismo impositivo de tal calibre, el PSOE no quiere o no se atreve a entrar al trapo. Gabilondo, en el enésimo intento socialista por hacerse con votantes de Ciudadanos, promete no tocarlos. Y se entiende regular. Primero, porque el Gobierno de Sánchez ya ha ganado dos elecciones generales hablando de impuestos, defendiendo ese 15% a las grandes empresas frente a los 16.000 millones de rebajas generalizadas que prometía el PP. Y más importante, porque no responde a cómo vamos a pagar los servicios públicos de una capital tan desigual.

España no es Estados Unidos. No tenemos las grandes corporaciones, no somos el país de los mil millonarios al frente de las empresas globales, pero cumplimos con la regla de oro: nuestros ricos también se hacen mucho más ricos. Además de una desigualdad territorial con un sistema fiscal que pone a competir unas comunidades con otras y qué hará a medio plazo que sea insostenible.

Así que claro que España tiene sumarse al debate. Aunque el PP de Casado se descuelgue con el modelo fallido de los 80 y un nivel impropio de un partido de gobierno conservador. Pero ni Europa ni las democracias occidentales pueden esperar. Todas deben participar de las grandes preguntas: qué principios de la economía hay que reordenar mientras nos reconstruimos, los impuestos a los ultramillonarios pueden pagar la crisis, qué lugar deben ocupar en el mundo post-covid, cuánto pueden aguantar los Estados sin regular a fondo la economía global… un largo etcétera que resume muy bien una frase de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, economista brillante que prefiere las largas explicaciones a los titulares, dejó uno redondo: “El precio de hacer poco es mayor que el de hacer algo grande”.

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