Qué ven mis ojos

Hoy puede ser un gran día y pase lo que pase lo será

Benjamín Prado nueva.

La democracia no es que gane el mejor, sino aquel o aquella que la gente crea que lo va a hacer mejor”.

Este martes es un día de fiesta en Madrid que además puede ser un gran día, porque hay elecciones, las y los ciudadanos ejercerán su derecho a elegir libremente a quienes querrían que gobernase en la Comunidad y, sea cual sea el resultado, cualquier demócrata lo respetará, aunque unos lo celebren y otros no, porque esa es la esencia de un sistema participativo: la mayoría decide y no vale ampararse luego en una supuesta utilización de su voto mediante las posibles alianzas entre los partidos, dado que eso ya se sabe que puede ocurrir antes de ir al colegio y depositar la papeleta. Por ejemplo, si optas por el PP ya sabes que llevas a Vox a las instituciones y que la política que lleve a cabo el ejecutivo resultante se atendrá en parte a las leyes de la ultraderecha, lo mismo que si te decides por el PSOE tienes casi seguro que pactará con Más Madrid y, si se ve obligado, también con Unidas Podemos. Básicamente, a la vista del empate técnico que vuelven a augurar las encuestas, y con todos los matices que se quieran, el bipartidismo no conserva su monopolio, pero los bloques de izquierda y derecha que representaba son los mismos y tienen los partidarios de siempre; media España cada uno, más o menos.

Todo país tiene sus leyendas, a cualquier nivel, y en el nuestro se repite una según la cual la gente partidaria de la derecha nunca falla, milita en su ideología hasta el final y acude en masa a cada cita con las urnas, aunque sea en camilla, mientras que entre quienes se consideran de izquierdas cunden a menudo la desgana o falta el ánimo necesario para vestirse e ir a votar, como si se tratara de una hazaña o, al menos, de un trabajo agotador. En el fondo, esa lectura de los resultados es una versión de la realidad que permite a los candidatos perdedores lavarse las manos, cargando la responsabilidad de su derrota en las espaldas de quienes tal vez no fueron convencidos con argumentos sólidos, y al mismo tiempo le da una coartada de inocencia a quienes no los avalaron, como si no participar no les hiciera responsables de lo que suceda en la legislatura, que esta vez será breve: dos años y vuelta a empezar.

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La cita de esta jornada, sin embargo, no se parece gran cosa a las demás, porque el coronavirus lo ha puesto todo del revés, ha situado en un primer plano doloroso la cuestión sanitaria, tan  postergada a menudo, y ha puesto el foco sobre la gestión que de ella ha hecho cada cual, entre otras cosas por la repercusión que el cierre o las limitaciones de la actividad comercial han tenido sobre la economía, llevando a muchos negocios a la ruina y dejando otros en el alambre. Lo curioso es que una cosa y la otra, la salud y el dinero de la canción, sean indisolubles sobre el papel y, sin embargo, se conviertan en cosas distintas para quienes sostienen, en este caso la actual presidenta, su equipo y la formación conservadora al completo, que se las puede tratar de forma separada, es decir, que se puede mantener los comercios abiertos a la vez que se toman medidas para atajar la pandemia. Las cifras de contagios, hospitalizaciones, ocupación de UCI y fallecimientos no confirman esa teoría, porque todas ellas son muy negativas para la región, pero los profesionales que han podido mantenerse a flote sin echar el cierre aplauden el método de Ayuso y ponen su foto en el escaparate y el músico Nacho Cano la alabó y puso la medalla con la que acababan de premiarle, por no haber cerrado los teatros y no haber detenido así por completo la marcha de la cultura.

En su debe, sin duda, están la catástrofe de las residencias geriátricas, multiplicada por la prohibición de su Gobierno de no derivar a los ancianos contagiados a los hospitales y, en consecuencia, sentenciarlos así a morir solos y sin auxilio, y las continuas mentiras que ha contado al respecto, desmentidas por los datos: han repetido una y otra vez, ella misma y sus heraldos de toda clase, el bulo de que la responsabilidad en ese terreno era del Gobierno central, pero esa falsedad la puede desenmascarar cualquiera que quiera leer en el Boletín Oficial del Estado la orden que decía que “se faculta a la autoridad competente de la comunidad autónoma en función de la situación epidémica y asistencial de cada centro residencial o territorio concreto, y siempre atendiendo a principios de necesidad y proporcionalidad, a intervenir los centros residenciales”; y en segundo lugar, primero negaron que aquella circular existiera, después sostuvieron que era un simple borrador y al final fueron descubiertos: la verdad es que más del setenta por ciento de los decesos se produjeron de ese modo, en una situación de abandono y sin atención médica. Es un asunto terrible sobre el que se quiere echar tierra y que debe esclarecerse, porque los siete millones de habitantes de Madrid necesitan saber de verdad en qué manos han estado. No resulta descabellado sospechar que ese esclarecimiento sería mucho más posible sin Ayuso en el sillón de mando que si lo mantiene, porque ya sabemos que la mano del poder es alargada.

Al otro lado de la calle, en la izquierda, hay una novedad y es que en esta ocasión, dadas las circunstancias, parece impensable que los ahora tres partidos que se reparten ese espacio fueran incapaces de pactar un Gobierno conjunto de signo progresista, si la suma de diputados lo hiciera posible. Nadie se lo perdonaría y eso da la impresión de que sí lo han comprendido, al fin, o eso parece si analizas la evolución de sus discursos y los ves compartiendo mensajes e imágenes. La única duda que dejan los sondeos es si hablamos de una o un posible aspirante a presidir el Gobierno regional, ya que la proyección de Mónica García, según parece, amenaza el liderazgo de Ángel Gabilondo, que ya no se da tan por descontado. En cualquier caso, la situación que se vive dice que debería importar menos el quién que el para qué. Este martes puede ser un gran día y pase lo que pase lo será. El pueblo habla y quien se queda callado es porque quiere. Lo demás son disculpas.

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