Desde la tramoya

Biden: menos es más

Luis Arroyo nueva.

En sus cuatro meses como nuevo presidente de Estados Unidos, Biden parece que ni siquiera está. No ofrece entrevistas en los grandes medios, apenas envía tuits, los que emite son poco interesantes y las ruedas de prensa del presidente son más bien excepcionales. Lleva dos desde que llegó.

Por supuesto, el tradicional servicio de prensa de la Casa Blanca funciona a pleno rendimiento, con briefings diarios de la portavoz. Además, hablan también de manera constante los miembros del Gabinete del presidente, prácticamente desconocidos por el gran público, pero con un mayor conocimiento de los asuntos. La idea de que allí se trabaja en equipo se transmite así con eficacia.

El presidente, por el contrario, se reserva mucho más que sus antecesores.

En el caso de Donald Trump, la comparación asusta. Trump era su propio editor, hacía declaraciones cada día, iba a programas insospechados y tenía una actividad frenética en las redes sociales antes de que le echaran de ellas. Pero con respecto a Barack Obama, Joe Biden también resulta sorprendentemente discreto. Obama fue el primer presidente en asistir a programas nocturnos de la televisión nacional, se veía con celebridades de las redes sociales, y su equipo no paraba de buscar las mejores fotografías en lugares y con personas distintas.

Habrá otros motivos para que Biden mantenga un perfil tan bajo ante los medios de comunicación (quizá su avanzada edad o su conocida tendencia a decir cosas inconvenientes), pero lo cierto es que hay una estrategia bien definida en la planificación de las comparecencias del presidente, como la hay en todo lo que sucede en la Casa Blanca.

Y está dando resultado, al menos de momento. Biden tiene un 53 por ciento de aprobación al cumplir sus primeros cuatro meses. Muy por encima de lo que puntuaba Trump (42%), parecido a lo que recogía Clinton (52%), aunque muy por debajo de lo que obtenía Obama (61%).

Pero hay algo en lo que la curva de Biden se distingue de la de sus predecesores, aunque sea aún muy corta. El nivel de aprobación de Joe Biden se mantiene muy estable a lo largo del tiempo, en tanto que los anteriores presidentes tuvieron ya procesos de desgaste nada más empezar. Digamos que la luna de miel del presidente Biden está durando mucho más que las de otros habitantes de la Casa Blanca, aunque sea mucho más discreta.

En momentos y lugares en los que podría parecer que la única política posible tiene que ser afilada, vociferante o insultona, Biden está constatando que se puede tener el favor de la gente sin necesidad de entrar gritando en su casa o inundando su teléfono con mensajes excéntricos. No sabemos lo que durará esa moderación en sus apariciones y declaraciones públicas, pero lo cierto es que Biden está cambiando la política americana también en eso. Y lo está haciendo, claro está, en silencio.

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