Qué ven mis ojos

Estamos en el mismo barco y los almirantes nos quieren tirar al mar

Benjamín Prado nueva.

Una sociedad injusta es esa donde los platos rotos los pagan quienes ya los tenían vacíos

Existe una idea filosófica llamada paradoja de Teseo, que plantea si una nave a la que se le han cambiado casi todas las piezas durante una larga travesía sigue siendo, al regresar al puerto, la misma que zarpó de allí para iniciar el viaje. También existe esa exaltación de los mecanismos democráticos que insiste en decir que todos vamos en el mismo barco y, en consecuencia, somos responsables de que no se hunda. Pero el neoliberalismo ha acabado con eso y aquí, en estos tiempos desalmados, cuando llega la tempestad unos se ponen a salvo en sus camarotes de lujo y a otros los arrojan al mar para quitarse un peso de encima. Las olas de la pandemia han sido terribles y ahora que la vacuna empieza a doblegarla, llega el momento de pasar las facturas y parece que hacerlo dejará con el agua al cuello a los remeros, no a los almirantes. Las subidas de impuestos dirigidas esencialmente a la clase media y trabajadora, la bajada de los sueldos, el cobro añadido de tasas como la que se proyecta imponer al uso de las autovías, el incremento de la tarifa energética y la transformación de los ERTE, que empezaban con e de espejismo, en ERE, que tienen en medio la erre de los recortes, ya están sobre la mesa. La banca siempre gana, porque es la dueña de la baraja, y también lo harán algunas grandes empresas que el Estado ha sostenido con dinero público y que ahora van a hacer el agosto con decenas de miles de despidos, contrataciones de personal a bajo coste, pago de sueldos miserables y, en privado, el argumento de fondo al que suele recurrir en estas ocasiones quien tiene la sartén por el mango, frente a quienes tienen la nevera vacía: si no te gusta o te parece insuficiente lo que te ofrecemos, ahí fuera están haciendo cola cientos de aspirantes a quedarse con tu puesto.

El Banco de España, siempre partidario de la ley del embudo, recomienda abaratar los despidos, aunque sin predicar son el ejemplo, dado que se ha dedicado a subir los sueldos de sus jefes y a triplicar las indemnizaciones que pagaba a sus antiguos directivos, y en sintonía con esa receta algunas grandes firmas de todos los sectores, incluidas las que han tenido beneficios, ya han planteado reducciones escalofriantes de sus plantillas, lo que convertiría la crisis surgida de la emergencia sanitaria, otra vez, en un gran negocio para los de siempre: al fin y al cabo, primero se han ahorrado muchísimo dinero gracias a las ayudas recibidas, ahora van a librarse de otra parte sustancial de sus gastos en personal y en un futuro inmediato, con un poco de suerte para ellos, recibirán de premio inyecciones económicas sustanciosas provenientes de los fondos de rescate que repartirá la Unión Europea entre los países que la forman, un capital que en Madrid, por ejemplo, ya se ha apresurado a proponer su flamante presidenta que sea gestionado por organizaciones privadas. Dos más dos es igual a tres con noventa para mí y diez céntimos para vosotros.

Que una buena parte de esas empresas, en algunos casos grandes multinacionales, hayan tenido pérdidas, nadie lo podría negar; que la financiación de las diferentes instituciones gubernamentales ha reducido drásticamente su caída, tampoco. Pero lo que se avecina es lo de siempre: un ajuste por abajo, que abaratará aún más la vida de quienes menos tienen y multiplicará los números azules en las cuentas de resultados de quienes lo acaparan todo. A mí me gusta mucho la metáfora del barco en el que vamos todos, es un ideal digno de ser defendido, pero me gustaría más que algún día fuese cierta. La democracia consiste en aceptar que a bordo hay capitanes y marineros, oficiales y tripulación, hay quienes se encargan de echar el ancla y quienes llevan el timón, pero también en exigir que cada una de esas personas pueda llevar una vida digna, que es lo que reclama cualquier sociedad justa. No puede ser que los platos rotos los paguen los que ya los tenían vacíos.

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