Qué ven mis ojos

No se puede ser al mismo tiempo patriota y desleal a tu país

Benjamín Prado nueva.

“Un agente doble es un traidor por duplicado”

Lo que no funciona a veces se puede arreglar y a veces hay que cambiarlo. Y parece que en la política española hay que hacer eso, cambiar algunas cosas y a gran parte de sus protagonistas, que una vez y otra no dan la talla, incumplen sus promesas o mienten directamente. No es nada nuevo ni tampoco nada extraño, porque la esencia de la democracia es moverse, no hacer la estatua, adaptarse en cada momento a la realidad, estar bajo continua vigilancia, atenta a los cambios que marcan el tiempo y las circunstancias. Si se produce una pandemia, el mundo sufre un vuelco y los sistemas de convivencia y de gobierno que lo dirigen se ven en la obligación de transformarse para hacerle frente.

Y si de la noche a la mañana se produce una crisis diplomática como la provocada en Ceuta estos días por el rey de Marruecos, todas las formaciones, sea cual sea legítimamente su signo ideológico, deberían metabolizarse unas con otras para formar un frente único ante la evidente provocación que sufre su país y una vez defendido entre todos lo de todos, volver a sus intereses particulares y a la lucha por el poder. Por desgracia, no ha ocurrido eso, y para nuestra vergüenza ha ocurrido justo lo contrario: la oposición sólo ha visto en el enésimo intento de chantaje de la monarquía vecina una oportunidad de culpar a la Moncloa del conflicto y desgastar al adversario: nada que ver con el mensaje patriótico que usan de muletilla en sus discursos. Eso sí, en el Partido Popular los hay de dos clases: el que usa Pablo Casado, siempre en los raíles que le marca su socia la ultraderecha, y el de Alberto Núñez Feijóo, con un perfil más moderado y que en esta ocasión señaló que ante un asunto de Estado no cabe otra cosa que el apoyo al Ejecutivo. Se ve que en la calle de Génova no le oyeron, o sí y no estuvieron de acuerdo.

Hay que ser muy imaginativo para tratar de convertir en los buenos de esta historia a Mohamed VI y sus ministros. El rey alauí tiene una fortuna personal de 5.000 millones de dólares, según la estimación de la revista Forbes; viaja en un avión privado, de origen israelí, por el que pagó otros casi sesenta; las dos empresas financieras que manejan su fortuna copan la Bolsa nacional; tiene multitud de palacios y el último de ellos, situado en el centro de París, le costó más de veinte millones de euros; posee uno de los yates más lujosos del planeta y aparece en público con relojes cuajados de diamantes sólo al alcance de un potentado.

Y mientras tanto, el índice de pobreza extrema de su pueblo es del 20%, la emigración es la única salida para decenas de miles de personas cada año; la tasa de analfabetismo llega al 34% en los hombres y al 60% en las mujeres. Y por dar un último dato de entre otros muchos posibles que certifican en qué estado de carencia mantiene a los suyos, allí la atención sanitaria es tan exigua que hay seis médicos por cada diez mil habitantes. En España, pese a los innumerables recortes que el neoliberalismo ha llevado a cabo en las últimas décadas, hay treinta y ocho, y eso que ocupamos el puesto vigésimo sexto en ese índice. Marruecos sí que recibe ayudas para el control de sus fronteras e inversiones diversas que llegan de Europa y Estados Unidos. Desde 2014, España ha donado cien millones para esos fines, a través de AECID. Lo que no se sabe es a quiénes habrán ido a parar, al menos en parte.

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A la oposición le ha resultado muy sencillo hablar de “invasión” en Ceuta, por mucho que cualquiera con ojos en la cara pudiese ver que ese ejército de niños que llegaban a la ciudad no podía constituir un riesgo más que para ellos mismos; pero no ha estado tan rápida ni tan clara a la hora de llamar por su nombre a lo que ha hecho otra vez Mohamed VI: un simple “chantaje”, algo que evidencian las declaraciones de su titular de Asuntos Exteriores, Naser Burita, amenazándonos con que su embajadora en Madrid “no regresará mientras dure la crisis, y la crisis durará mientras continúe su verdadera causa”, la hospitalización en un centro de Logroño del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, “y su no comparecencia ante la Justicia.”

Ghali tiene setenta y tres años, está gravemente enfermo de cáncer y ha dado positivo en covid-19, pero no parece que entienda muy bien lo que es una razón humanitaria un régimen que trata como trata a los saharauis y denuncia la rigidez y desigualdad de su frontera con España mientras construye un muro de dos mil quinientos kilómetros, vigilado por ciento treinta mil soldados, en el Sáhara occidental. Las contemplaciones que se tienen con el régimen autocrático de Mohamed VI, a quien por suerte Felipe VI no llama “primo”, como el rey emérito Juan Carlos I hacía con Hassan II, se deben a su posición de fuerza geográfica, obviamente, pero también al aval interesado de la administración norteamericana. Cuando Donald Trump se mostró algo distante en ese terreno, Rabat lo solucionó con un par de compras de armas y la factura arregló la fractura. Para Casado, sus manos derechas y ultraderechas y quienes, en el mundo de las tertulias, insisten en que la culpa de todo es de Unidas Podemos, por pedir un referéndum que solucione un conflicto que ya dura cuarenta y seis años, o llaman “terrorista” a Ghali, a causa de la demanda impuesta contra él por la pro-marroquí Asociación Saharaui para la Defensa de los Derechos Humanos (ASADEH), hay que proyectarles el vídeo de la intervención de Felipe VI en la que pide “una solución política, justa y duradera que prevea la libre determinación del pueblo del Sáhara Occidental."

Tirando de cinismo, el ministro marroquí atribuye la pasividad de sus gendarmes en la frontera con Ceuta “a la fatiga tras las fiestas del fin del Ramadán”, y dibuja una España que provoca a su país, no lo ayuda, incumple sus compromisos y lo mira por encima del hombro “con gafas de otra época.” Y resulta que nadie en el Partido Popular, cuyo todavía jefe estaba reunido hace diez minutos con los representantes de partidos que exigen la reconquista de Ceuta, Melilla, las islas Canarias y parte de Andalucía, sale a defender a nuestro país de esa estocada diplomática, sino todo lo contrario. Deslealtad es una palabra fea, pero aún así les queda grande. Y hay algo muy claro: no se puede ser al mismo tiempo patriota y desleal a tu país. Un agente doble es un traidor por duplicado.

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