Aquí me cierro otra puerta

El arte de deshumanizar

Quique Peinado nueva.

Existe una forma de protesta, o al menos de expresión de rabia, que se basa en deshumanizar a quien consideramos un objetivo político a combatir. Lo apuntó Pablo Iglesias, a quien llamaban "rata". Es lo que hay detrás de llamar mena a un niño que viene solo a este país. Lo denuncian estos días jugadores afroamericanos de la NBA que están recibiendo diversos ataques físicos de aficionados; ellos mismos han utilizado el término "deshumanizar" y lo achacan al racismo. Lo sufren las mujeres que van abortar y se encuentran con activistas que las insultan e intimidan cuando van a una clínica a pasar, posiblemente, el peor momento de sus vidas. Es lo que han relatado algunos terroristas, que cuentan cómo deshumanizaban a sus víctimas, que solo eran objetivos militares a eliminar.

No son los mismos hechos, evidentemente, pero sí el mismo proceso: el de quitar al objetivo al que queremos destrozar su condición de humano. Es evidente que la crítica es un derecho y que la crítica dura es hasta necesaria, pero hacer el ejercicio de pensar en las consecuencias personales que pueden acarrear nuestros juicios debería ser condición irrenunciable antes de ejercerlos. Pero yo voy más allá: debemos pensar si estamos deshumanizando al oponente. Y si lo que estamos haciendo, si eso es criticar o protestar, o simplemente estamos destrozando a otros por expresar nuestra rabia.

El arte de deshumanizar ha servido para que las conciencias puedan soportar cometer las mayores atrocidades de que el ser humano es capaz. Si todos identificamos que lo estamos haciendo, si vemos en nuestro comportamiento que no tenemos en cuenta que hacia quien expresamos nuestra crítica es un ser humano al que podemos dañar en esa condición (y no en la de político, expareja o futbolista, sino en la de ser humano), podremos ayudar a acabar con el clima de tensión irrespirable que a veces percibo no ya hacia mí, sino hacia todos, personas a las que me gustaría combatir incluidas. Hacer ese esfuerzo es una manera real de atajar esto. Nadie lo merece. Nadie.

Y si lo analizamos y aun así decidimos que vamos a seguir haciéndolo, entonces hay que saber que hemos decidido jugar en la esfera moral de los terroristas, los acosadores o los racistas. Que no quiere decir que tú o yo lo seamos, pero sí que nos valemos de su armas. Que jugamos a su juego, que validamos sus reglas, aunque no lo que hacen. Que sí, somos diferentes a ellos, pero no tanto. Creo que merece la pena darle una vuelta, revisar esos comportamientos. Yo lo sé porque lo he hecho. Espero no repetirlo, pero tampoco lo descarto, porque somos así de jodidos los seres humanos. Solo escribo esto por si a alguien le sirve y, al menos, le da una pensada. El cambio, también, está en cada uno de nosotros.

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