En Transición

Si el Gobierno fracasa, no será por los indultos

Cristina Monge nueva.

El principal desafío al que se enfrenta un partido político es interpretar con acierto el momento concreto de la sociedad en la que actúa. La realidad es un bicho que nunca se está quieto y cambia permanentemente. A veces de forma visible; otras no tanto. Cuando en enero se empezó a comentar en algunos círculos la posibilidad de que pronto iban a llegar los indultos a los presos del procés, nadie dudó de que el Gobierno, si se atrevía a llevar a cabo tal operación, pagaría un enorme coste. Hoy vemos cómo el rechazo a esta medida va descendiendo y los que se quedan cada vez más solos son precisamente los que se oponen a ella, los más nacionalistas: los muy españoles, y los muy independentistas. ¿Qué ha pasado para que se haya producido semejante giro?

Los datos hablan por sí solos. Hace un mes la oposición a los indultos en el conjunto de España rozaba el 80%, y ahora ronda el 60%, veinte puntos menos. La recogida de firmas contra la medida, organizada por el Partido Popular, ha obtenido –según se reconoce incluso en Génova– unos resultados muy inferiores a los que lograron los conservadores en el año 2006 cuando pidieron adhesiones contra el Estatut. Por si fuera poco, esta semana se han pronunciado a favor de los indultos tanto los empresarios catalanes en unas jornadas del Cercle d'Economia de lo más relevantes, como sindicatos y patronal del conjunto de España. Hasta la Iglesia en Cataluña ha manifestado su acuerdo con la medida.

La envolvente hecha desde el Gobierno es evidente. A los primeros rumores sobre los indultos les siguió una actitud de prudencia y cautela por parte de los portavoces oficiales, acompañada de algo más que gestos del lado independentista. La carta de Oriol Junqueras y el encuentro de Aragonés con el rey en las jornadas del Cercle son elementos cargados de simbolismo. A la par, se empezaba a trabajar el apoyo tanto de sindicatos como de la patronal, y finalmente este lunes, Pedro Sánchez acude al Liceu, que no es un sitio cualquiera, a explicar a trescientos representantes de la sociedad civil su hoja de ruta.

Habrá quien diga que Aragonès saludó al rey pero evitó la foto, y que unas horas antes estaba en Waterloo con Puigdemont, y efectivamente así es. Aquí cada cual tiene que hacer sus equilibrios y abstenerse de mostrar excesos, ni en los acuerdos ni en los desacuerdos.

¿En qué ha acertado el Gobierno en este caso para que algo que a priori iba a ser tan problemático se dé por descontado sin mayor coste? En primer lugar, en saber leer el estado de ánimo de una sociedad. En Cataluña han sido varios los signos en los últimos años que indicaban que tanto independentistas como los que no lo son preferían apoyar opciones más tendentes al diálogo que aquellas que lo negaban. El resultado trascendental del 14F es una buena muestra. En el resto de España se han ido abriendo paso también las ideas de acuerdo y la necesidad de pasar página, algo en lo que sin duda ha influido también el cambio en las prioridades de las preocupaciones. La pandemia y la crisis económica lo inundan todo y protagonizan las inquietudes de la sociedad. El resto de problemas pasan a segundo plano.

El segundo elemento de acierto del Gobierno ha sido saber trabar una estrategia tanto con los partidos políticos que han querido apoyar la medida como con aquellas partes de la sociedad civil especialmente significativas. Si se observa, se verá que apenas ha habido alusiones beligerantes contra quienes se oponen a la medida, pero sí argumentos que fortalecían a quienes la apoyan. En este escenario, los líderes políticos que se oponen a los indultos lo seguirán haciendo, con toda legitimidad, pero conscientes de que están más aislados de lo que preveían.

La derecha contra sí misma

La derecha contra sí misma

En definitiva, una buena lectura del momento social y una adecuada estrategia política han conseguido que lo que podía parecer un suicidio hace apenas unos meses hoy se dé por hecho sin mayor coste. Para que se le considere un logro tendrá que surtir los efectos esperados: favorecer la distensión y un proceso de diálogo que ofrezca una salida razonable al conflicto. Ahí está el quid de la cuestión.

Como me apuntaba el otro día un buen amigo y agudo observador de lo que ocurre en Cataluña, hacía mucho tiempo que nada aglutinaba un apoyo tan transversal de la sociedad catalana –tanto por parte de independentistas como de quienes no lo son–, y esa es una estupenda noticia. De hecho, muchos ya han pasado pantalla y empiezan a situar el debate en el próximo paso: cómo debe ser ese proceso de diálogo para que, si no es posible encontrar una solución, al menos consiga atisbar una fórmula para la convivencia en Cataluña y entre Cataluña y el resto de España.

Cuando el actual Gobierno se someta a las urnas dentro de un par de años, los indultos no tendrán un peso significativo, lo cual es toda una victoria teniendo en cuenta de dónde se partía y la actitud de los extremos del tablero. Donde el Gobierno progresista se lo jugará será en el Ingreso Mínimo Vital, el Salario Mínimo Interprofesional, la gestión de los ERTE y la factura de la luz, entre otras cosas. Será de la gestión de la emergencia social –curioso que la expresión haya desaparecido del debate público, por cierto–, de lo que este gobierno será mayoritariamente evaluado. A priori, el fin de la pandemia y la llegada de los fondos de recuperación, transformación y resiliencia dibujan un panorama de múltiples posibilidades si se gestionan para reducir la desigualdad e incrementar la confianza en el futuro. También la de los jóvenes.

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