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Ultreia

Negociar los términos de la derrota

Daniel Basteiro nueva.

Nada podrá solucionarse en Cataluña si no se parte de un diagnóstico compartido de lo que ha ocurrido. Todo diálogo debería comenzar por una definición de términos, como en algunos debates de filósofos, que aseguren que los que participan se refieren a las mismas cosas. En otras palabras, toda solución debe pasar por emerger de las trincheras y reconocer la legitimidad del otro. Poco a poco, van asomando algunos elementos de ese diagnóstico, pero tengo la impresión de que estamos aún lejos. 

Por ejemplo: los partidos independentistas tienen que asumir que las leyes de desconexión del 6 y 7 de septiembre de 2017 fueron impresentables, un atropello a la ley, incluyendo el Estatut en los artículos que prevén su reforma, nunca modificados por el Tribunal Constitucional. Si no tenían los escaños para tocar una coma de esa ley, difícilmente la tenían para declarar por las bravas la independencia (“Íbamos de farol”, llegó a decir la exconsellera Ponsatí). Deben asumir que los referéndums, para que sean válidos, no pueden ser en el aire y sin garantías, sin censo reconocido, junta electoral homologable y contra los tribunales del Estado al que perteneces, te guste o no. Que el fin no justifica los medios. No hay bandera que tape esas obviedades. 

Otro ejemplo: desde los grandes partidos del conjunto de España debe asumirse ya que hubo episodios de violencia policial el 1 de octubre. Que el Gobierno no tuvo término medio: o no hizo nada o presumió jocosamente de “descabezar” a los líderes elegidos por el Parlament, llevando esa actitud a todas las instituciones posibles, incluida la Justicia. Debe asumirse ya que el catalán es una lengua tan española como el castellano y que el aroma del “a por ellos” puede ser tentador para campañas electorales fuera de Cataluña (al tiempo que anula las expectativas dentro) pero contribuye a destruir el país. El fin no justifica los medios. No hay bandera que tape esas obviedades.  

Asumir todo esto requiere atreverse a gestionar la complejidad. A reconocer al otro. A huir de la arenga mitinera, los zasca y la autorreivindicación vacía en la que es tan fácil estar cómodo. Qué autocomplaciente es reivindicar la esencia propia y cuánto cuesta a veces reconocer que nuestra identidad sólo existe si hay otras, diferentes y tan respetables como la de uno. 

¿Es todo esto una utopía? ¿Por qué ha de serlo? ¿No era eso acaso el célebre “espíritu de la Transición”? ¿No hay una mayoría de personas, tanto en Cataluña como en el conjunto de España, que compartimos el amplísimo espacio democrático, europeo y de futuro que hay entre esas dos posturas? ¿No hay, más que un derecho, una obligación de intentarlo? ¿Acaso es seguir como hasta ahora una alternativa? El tiempo da perspectiva y quiero pensar que cada vez somos más los que nos negamos a odiarnos, los que rechazamos deshumanizar a personas con las que, por otra parte, estamos condenados a convivir. Sería más agradable hacerlo a gusto y centrarnos en lo que nos une. Al fin y al cabo, nuestros problemas son compartidos y las soluciones, también. 

He pensado en todo esto mientras escuchaba a José María Aznar en un acto con Isabel Díaz Ayuso en el que no faltaron flores de ida y de vuelta. Tras sus escarceos con Albert Rivera, Aznar vuelve a ser el influencer de la derecha. influencer Como Ayuso, gusta mucho en algunos sectores del PP (en otros, no) y entusiasma al electorado de Vox. Él sigue sin un diagnóstico sobre lo que ha pasado en España. Parece no tener ni la más remota idea.

Repite sin parar que los condenados por el procés lo fueron “por dar un golpe de Estado” ignorando que el Tribunal Supremo lo descartó por escrito en su sentencia. 

Repite sin parar que no hay más destino que “cumplir la ley”, como si la ley fuese un fin en sí mismo y no un instrumento que, por cierto, puede evolucionar y modificarse. ¡La democracia es una conversación infinita sobre la ley! Por cierto, presidente, la ley se cumple, salvo que se haya derogado la del indulto sin que nadie se haya dado cuenta. Asegura Aznar que Pedro Sánchez no podría seguir en Moncloa (con Presupuestos en vigor y fondos europeos en camino) ni un minuto más si no concediese los indultos. Y lo dice el presidente que más transferencias hizo para conseguir los votos de nacionalistas vascos y catalanes no para seguir su mandato sino para ser investido. Aznar no sería nadie sin el nacionalismo. Sin el que le permitió gobernar España y sin el que ahora enarbola como amarga reacción. 

La frase definitiva fue, sin embargo, otra. “El PSOE ha llegado al menos dos veces al Gobierno en unas circunstancias muy especiales. Una en el año 2004, cuando llegó como consecuencia de unos ataques terroristas, utilizándolos para intentar afectar a la credibilidad del Gobierno, y en segundo lugar, con una moción de censura apoyado por separatistas y exterroristas”.

He aquí la clave de bóveda del discurso que manda en el PP. La izquierda es ilegítima o, al menos, lo es en su acceso al poder. ¡Viva la democracia! Partiendo de ese presupuesto, toda oposición a Sánchez será poca mientras siga en Moncloa. Vale todo. De ahí que el estado de alarma fuese enmarcado en el término “dictadura constitucional”. De ahí que se consideren “ilegales” los indultos semanas antes de su aprobación. De ahí que, con más de dos años de legislatura por delante, el PP sugiera que Sánchez gobierna fuera de plazo, negándose a convocar las pertinentes elecciones que tocan sólo porque las reclama el PP. Negar que el Gobierno del PP mintió en 2004 a los españoles sobre el peor atentado de la Historia y cayó en 2018 por la corrupción es no tener un diagnóstico no sólo de lo que ha pasado en España en lo que va de siglo sino de tu propia biografía política más personal. 

Muchas cosas han cambiado en Cataluña, aunque parezca mentira, pero muy pocas en una parte de la derecha que sigue sin diagnóstico y (hablando de democracia) sin ser capaz de superar la marginalidad en las urnas vascas y catalanas. El PP que se impone sigue en la resaca de la derrota de 2004, que no le funcionó a Rajoy en 2008, y el escozor extra de la moción de censura, tras la que llegó el descalabro electoral y el nacimiento de Vox. Resulta llamativa la persistencia en una estrategia que da tan pocos resultados, sobre todo si se tiene en cuenta que la mano dura en Cataluña ha ocupado un discreto lugar en las campañas de los barones que sí ganan elecciones, como Ayuso o Feijóo. 

Lo dijo Zapatero, otro expresidente (las comparaciones son odiosas), en una entrevista con infoLibre y elDiario.es. La derecha debería estar, aunque no fuese con un enorme entusiasmo, en un acuerdo sobre Cataluña (y no para la independencia, evidentemente). Jordi Juan, director de La Vanguardia, habla de “reencontrar al PP” para que del apaciguamiento se llegue a una solución. Pero antes, al PP le falta un diagnóstico y mirar al futuro. Vale para Cataluña y, también, para unas elecciones generales. En ese sentido, resucitar a Aznar no parece lo más recomendable.  

“En estos momentos, a los independentistas, sobre todo a los más radicales, lo único que les queda es negociar los términos de su derrota porque están divididos y no saben cómo seguir”, me explica uno de los políticos clave en todo lo que estamos viviendo en estas semanas. “Pero si gobernasen Casado y Abascal, se verían en el 80% y legitimados para cualquier cosa. Ahí ya habría poquito que negociar”. He ahí, entre unos y otros, el camino lleno de obstáculos que es imprescindible recorrer. 

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