Muy fan de...

Recuperar las ganas

Raquel Martos nueva.

No sé si he llegado a contarte, en este muro de mis lamentaciones en el que te dejo papelitos con letras, que hace algunos meses me contagié del puto bicho.

Soy un numerillo en el cómputo desmesurado de millones de seres contagiados en todo el planeta. Una de tantas personas desgraciadas a la que el coronavirus eligió como lugar para entrar a vivir y una de las afortunadas que lo han vivido en estado de pánico, sí, pero dentro de la levedad.

De todo lo experimentado en este trance, lo más duro fue controlar el miedo a lo incontrolable, “qué estaría sucediendo en mi organismo”, ese pánico que se atrincheraba en la boca del estómago justo antes de dormir, después del último paracetamol de la jornada: “¿qué pasará mañana?”.

Lo más asfixiante era el terror ante la gran incertidumbre: “¿Mi historia será una de las que se quedan en nada –nunca un final tan soso resultó tan deseado– o, por el contrario, pasaría yo a pertenecer a ese inmenso grupo de seres humanos con sus nombres y sus apellidos, con sus padres, sus hijos, sus perros, con sus proyectos… a los que el virus arrasa sin compasión?

De los síntomas físicos, el más desconcertante fue la pérdida de olfato. Tanto como adoro a Andalucía, parte de mi corazón late allí, nunca pensé que esa expresión que me fascina para describir, por ejemplo, el sabor delicioso de algún guiso de puchero “que quita el sentío”, pudiera cobrar un significado tan distinto, tan triste y desolador.

El sentido del olfato, como el del gusto, está fuertemente conectado con la memoria. Nuestras imágenes olfativas están colocadas en ese álbum llamado hipocampo que se aloja en nuestro cerebro y, cuando las recuperamos, con los ojos cerrados y respirando profundamente, volvemos a ciertas escenas de la vida que ya terminaron y rescatamos amores que ya no están.

Han pasado muchos meses y mi anosmia sigue casi intacta. Es una ausencia caprichosa, puedo reconocer el olor de una verdura hervida y en cambio no soy capaz de detectar un ápice del de la lejía. Los expertos en otorrinolaringología recomiendan practicar la reeducación, el reentrenamiento olfativo, unos ejercicios simples que consisten en olisquear ciertos aromas para que el cerebro recuerde su existencia.

En mi cuarentena de contagio y en las semanas posteriores, iba como un Beagle acercando la nariz a todo lo que encontraba por la cocina, por el cuarto de baño o en el armario donde guardo los productos de limpieza, tratando de identificar aromas, pero un día dejé de hacerlo y he perdido el hábito. No sé si ha ganado la pereza o un miedo inconsciente a recordar, el temor a despertar a esa enemiga del “tirar para adelante” que es la nostalgia.

… La luz en un agujero negro

… La luz en un agujero negro

El pasado jueves, cuando vi las imágenes del homenaje a las víctimas del Covid, sentí la necesidad de volver a intentarlo como una obligación moral. Me dije que ya estaba bien, que tenía que luchar contra esta anosmia tan ligada a la apatía y a la fatiga.

Por ellas, por ellos, por todas las personas queridas o desconocidas que hemos perdido, por todos los profesionales que se han dejado la vida y lo siguen haciendo –en sentido figurado o literal– sentí la necesidad de poner toda mi voluntad en recuperar aromas y pasar un poco de este presente continuo que huele a desgana, a egoísmo, a apatía y a fracaso.

Viajar a través del olfato hasta algún punto que resulte ilusionante, en un intento de que la nostalgia, por esta vez, nos empuje a tirar para adelante.

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