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En Transición

Fin del “curso–junco”

Cristina Monge nueva.

Acaba un curso político que define muy bien una palabreja de la que hace apenas unos años nadie había oído hablar: la resiliencia, esa cualidad que tiene el junco de doblarse sin llegar a romperse para aguantar el vendaval y retornar a su posición una vez calmados los vientos. Eso es lo que han hecho, semana tras semana, profesionales sanitarios, profesores de pequeños y jóvenes, comerciantes, y en definitiva cada uno de nosotros y nosotras ajustándonos a las restricciones y circunstancias que cada ola marcaba.

En la arena política, más allá del griterío, la cosa no ha sido muy distinta. El curso que ahora acaba y cuyo fin simboliza a la perfección la renovación del Gobierno, ha sido el de la gestión de la pandemia pendientes de los datos de cada día, el ajuste en la gobernanza entre el Gobierno y las comunidades autónomas, y la preparación de las propuestas y los dispositivos con los que se habrán de recibir esos ansiados fondos Next Generation, lo que obliga también a ajustar estructuras de la administración pública para que sean capaces de gestionar los fondos a la velocidad debida, y del propio funcionamiento de los contextos empresariales, obligando a crear acuerdos en el ámbito dela iniciativa privada.

Resiliencia es lo que ha caracterizado a un Ejecutivo que sigue siendo débil en el Parlamento, con una mayoría exigua que le obliga a negociar día a día para conseguir los apoyos necesarios –la convalidación del último decreto sobre los interinos lo salvó in extremis por un voto, el que daba luz verde al fondo de recuperación por el apoyo a última hora de Vox, el acceso a los remanentes en los Ayuntamientos no llegó a sacarlo, etc...-, lo que le obliga a extremar la flexibilidad del junco y doblarse hasta el límite que le permita no romperse. Cuenta con un Presupuesto que puede prorrogar y eso le hace estar en condiciones de soportar una guerra de desgaste cuyo fin todavía no está escrito.

Resiliencia se ha empezado a practicar también en Cataluña tras el resultado de las elecciones del 14 de febrero. Tras la victoria de Salvador Illa, y el sorpasso de ERC a Junts, la política catalana ha entrado en una nueva fase en la que ya nadie duda de que el rey estaba desnudo, y toca sentarse a hablar para, sin renunciar a las legítimas convicciones de cada cual, encontrar una salida al embrollo. Los indultos forman parte también de esa flexibilidad del junco.

El resultado de las elecciones de Madrid mostró que la resiliencia puede estar a punto de agotarse y que no son pocos los que prefieren asumir el riesgo de que el vendaval se les lleve por delante con tal de mantener una “normalidad”. Ayuso y su equipo entendieron como nadie este sentir de la sociedad madrileña –que ellos mismos habían contribuido a crear– y fueron recompensados con un resultado que les permite no sólo gobernar Madrid en solitario, sino también recuperar impulso en el estado de ánimo de los suyos.

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La derecha tradicional también ha entendido la metáfora del junco, y ha decidido doblarse del lado en que le da el aire, por su propio extremo. De ahí que haya evolucionado sin remedio en la dirección de los argumentos típicos de los más ultras: se niega la legitimidad del actual Ejecutivo, se asegura que pretende un cambio de régimen mediante una manipulación anticonstitucional del entramado institucional, y no puede haber cuartel en una guerra cultural que vuelve a poner sobre el teatro de operaciones temas que creíamos definitivamente resueltos mediante fórmulas homologables al resto de las democracias avanzadas. Discutimos sobre la igualdad, los derechos individuales previamente reconocidos, la memoria y la Historia, la supuesta meritocracia, la inmigración, e incluso se pone en cuestión la naturaleza de un ordenamiento constitucional democrático que las derechas revisan sin disimulo para adoptarlo a la tesis de que, habiendo sido la Transición un ejercicio de reforma “de la Ley a la Ley”, el actual Estado de Derecho no sería la negación del franquismo sino la continuidad del mismo mediante un hilo conductor encarnado por la Corona.

Cabe la duda razonable de si Casado, zarandeado por sus propias circunstancias, podría permitirse recuperar la posición, cual junco flexible, hacia la lealtad constitucional. Negociar, ejercer una oposición responsable y argumentada, pactar con el Gobierno algunos elementos, discrepar razonadamente de otros, desbloquear instituciones como el Consejo del Poder Judicial y otras, o integrarse de alguna forma en los procesos de diálogo que son imprescindibles para combatir al coronavirus y solventar los conflictos políticos atascados en callejones sin salida. ¿Cómo se las arreglaría para convencer a sus cuadros, sus votantes, y todo el conglomerado mediático e intelectual que sostiene hoy al conservadurismo español? ¿En qué medida podría apoyarse en referentes como el gallego Feijóo o el andaluz Moreno Bonilla para recuperar la verticalidad del junco?

La sociedad española ha sufrido el azote de un virus que aún no ha desaparecido de nuestras vidas y que no desaparecerá en septiembre. Esa sociedad se ha empobrecido, padece una crisis económica brutal, ha visto cómo algunos servicios públicos funcionaban a la perfección y otros no tanto, ha contemplado el deterioro de las instituciones y una bronca política insufrible. Sin embargo, está demostrando que es capaz de doblarse y adaptarse. Ahora toca esperar que el curso que comenzará en unos meses sea el de la vuelta a la verticalidad del junco, a las posiciones de esperanza. Eso sí: nunca se vuelve del todo a la posición inicial. Que se retorne a una situación mejor o peor estará en función de lo que se haya aprendido.

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