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Desde la tramoya

Pezones femeninos

Luis Arroyo nueva.

Volvió a suceder por enésima vez. Instagram de nuevo censuró, aunque esta vez fuera apenas por dos días, un pezón femenino. El del cartel de la próxima película de Almodóvar. Qué buena la polémica para la productora, que ha generado ríos de cobertura gratuita – aquí hago yo mi contribución. Pero qué lástima tener que volver a poner de manifiesto las enormes disfuncionalidades de las normas que rigen en Internet. Por un lado, una empresa privada, el monstruoso Facebook, propietario también de Instagram, que prohíbe visiones explícitas del ano y de las nalgas, de los genitales y de los pezones femeninos (los masculinos están permitidos).

Acogiéndose a la libertad de actuación de las empresas privadas y a la neutralidad de la red, la empresa de Zuckerberg decide lo que censura y lo que no. Francamente, yo no tengo nada que objetar. Si hay cientos de millones de personas – mis propios hijos entre ellas – dispuestas a publicar sus supuestas vacaciones de rico, sus pies sobre la piscina al atardecer, sus miserias y, sobre todo, sus imaginarias o reales grandezas, allá cada cual. Que asuman ellas que habrán de mantener una compostura marcada por la empresa que les presta la herramienta, aunque sea a cambio de un suculento festín de datos personales que vende a terceros.

Lo que vuelve a revolverme la conciencia es el hecho de que mientras Facebook, Instagram y otros grandes proveedores de redes sociales se erigen en el nuevo Gran Hermano de nuestro tiempo, en los nuevos censores que definen sin control público alguno lo que se puede o no publicar en sus sitios, Internet está plagado de depravaciones de menor o nulo gusto, a la mano de cualquier niño de ocho años que sepa como poner, por ejemplo, “pis” o “gang bang” en cualquier buscador, o, si la curiosidad le pica por otro lado, “fabricar un cóctel molotov” o “vender drogas online”.

Que se me entienda bien: no me opongo a que en Internet pueda consultarse cualquiera de esos contenidos. Soy más liberal que cualquiera en ese sentido. Pero el hecho de que Internet sea capaz de escupir sin control público alguno contenidos impropios para menores, ofensivos con la dignidad de las minorías, semidelictivos o directamente incitadores del odio, y que al mismo tiempo se permita que las dos redes sociales más seguidas de occidente puedan prohibir un cartel de cine porque expone un pezón femenino, me parece que constata que algo no funciona en la red.

Por eso es importante el paquete de normas que prepara la Unión Europea para poner coto a los excesos de los que llama “guardianes” de la red, o “gatekeepers” y para animar a una mejor regulación de los mercados y de los servicios digitales. No todas las empresas son iguales en este sentido. Dentro del enorme conglomerado comúnmente conocido como GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon), cada actor es bien distinto, aunque todos inmensamente poderosos.

Google tiene casi el monopolio de las búsquedas y utiliza contenidos ajenos para facturar por ellos cantidades billonarias de publicidad. Por ejemplo, y es solo un ejemplo, usa los contenidos que creamos quienes escribimos en los medios, de momento sin pagar por ellos. Está pendiente en la Unión Europea la regulación del uso de esos contenidos, y sería bueno que los medios de comunicación actuaran juntos para exigir al gigante un justiprecio por el uso que se hace de los contenidos creados por sus redactores. Google controla además con sus secretos algoritmos lo que nos llega cuando buscamos cualquier cosa, y también estaría bien que los criterios fueran conocidos por los usuarios.

Apple hace dinero de manera muy distinta. Vende móviles y aplicaciones y tiene un control estricto de las que pasan por su tienda, para evitar la acción de piratas y el seguimiento ilegal de los datos de los consumidores. El 80% de las aplicaciones son gratis y Apple solo cobra por aquellas que, a su vez, cobran al usuario final. Me parece injusto meterla en mismo saco que a las demás.

Fernández Díaz y el diablo

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Facebook y su filial Instagram, se benefician de la publicidad derivada de un privilegiado uso de los datos de los usuarios. Para ello aplica, como demuestra la polémica del pezón, criterios propios de publicación y de censura de contenidos. Europa debe imponer normas bien claras para impedir tropelías tanto en el uso de los datos personales como en la utilización arbitraria de censura más allá de lo tolerable.

Y Amazon, por último, es un infinito centro comercial que está abusando posiblemente de una posición de dominio a la que conviene poner tope, como antes se le puso a las empresas en el resto de los sectores.

Y luego están los demás: los estafadores, los promotores de la mentira, los agitadores del odio… Y también, cómo no, las revistas científicas, las bibliotecas, las universidades, los archivistas, las organizaciones de todo tipo que comparten con la humanidad contenidos valiosísimos y que permiten la concurrencia de los seres humanos para generar un mejor conocimiento y una difusión inusitadamente rápida de las artes, de las ciencias y de las artes. Bendita sea la red que utilizan los justos y los generosos. Pero es necesario que los poderes públicos, que ya pusieron límites a la codicia y la arbitrariedad humanas en otros espacios públicos, instauren también un orden público en ese enorme espacio que forma Internet. Ya va siendo hora.

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