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Aquí me cierro otra puerta

Defensa de la incertidumbre

Quique Peinado nueva.

Me explicaron una vez que a veces la gente que no sabe lidiar con la incertidumbre, como por ejemplo yo, se crea en su cabeza escenarios a futuro para instalarse en ellos y dejar de sufrir. En mi caso, me creaba escenarios siempre funestos, negativos, los más negros posibles, en los que sufría como un perro pero al menos no tan terriblemente como en el escenario de no saber qué va a ocurrir con algo. Ojalá a mi cabeza le hubiera dado por imaginar porvenires maravillosos y vivir en una permanente ilusión, pero no, a mí me tocó esta cabeza y me pasaba la vida sufriendo.

Ahora intento no hacerlo, o, al menos, si me voy a meter en la cabeza una situación inventada, intento que sea el mejor augurio posible. "No conviene hacerse ilusiones porque luego te pegas la hostia", estará pensando quien lea esto. Sí, es verdad. Pero voy a dar mi opinión al respecto, que para eso esta columna es mía: te hagas ilusiones o no, la hostia te la vas a pegar exactamente igual si vienen mal dadas. Lo mismo. Así que, puestos a fabular, sé optimista: por lo menos disfrutas del camino.

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En cualquier caso, creo que no es la mejor solución la de ser optimista cuando no sabes cómo te van a venir dadas. Este sería, cuando se consigue (que en mi caso está lejos de ser siempre), convivir con la incertidumbre. Saber decir "bueno, lo que tenga que ser, será" y coger la taza de café y seguir bebiendo mientras ves la tele. 

Defender la incertidumbre no es lo mismo que apostar por la despreocupación o la insolidaridad, aunque reconozco que estoy a dos crisis vitales de hacerlo porque todo lo que sea evitarme sufrimiento a mí me viene muy bien. También es, claro, cuestión de clase: es más fácil defender la incertidumbre cuando lo que está en juego no es si podré pagar la universidad de mis hijos o el alquiler del mes que viene. Pero, en cualquier caso, se gana una increíble calidad de vida cuando dejas de pensar en lo que no puedes solucionar y, sobre todo, cuando dejas de ponerte en lo peor. Esto sí que lo puedo decir yo porque lo he comprobado, y también lo escribo porque creo que vale más que los insultos que proferiría hacia Grande-Marlaska si esta columna fuera sobre política.

No sé por qué nos cuesta tanto defender la incertidumbre o, en el siguiente escalón, por qué está tan denostado el optimismo. Supongo que parte es un mecanismo de defensa, otra parte es no saber lidiar con el fracaso (en unas vidas, la tuya y la mía, en la que fracasas muchísimas más veces que triunfas) y la última que nos gusta ver caer a los demás y tratamos de no caer nosotros cuando nadie nos ve. No lo sé. ¿Veis? Decir "no lo sé" es terapéutico, asumir que no tienes ni idea de lo que va a ocurrir es sano, vivir sin certezas es un viaje incómodo pero sorprendentemente ligero. Ojalá saberlo todo, pero no todos podemos ser Sánchez Dragó. Por mi parte, máxima desconfianza ante quienes afirman sin pestañear que saben hacia dónde va el mundo y extraordinario respeto para los que se encogen de hombros. La hostia se la van a dar los dos, pero los segundos han vivido mucho más felices.

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