En Transición

Cuando el territorio venció a la nación

Cristina Monge nueva.

Se suceden los análisis que indagan las causas de la división del independentismo en esta Diada y, como suele suceder, se acude al menudeo, a la micropolítica, al detalle del gesto de unos o del tuit de otros. La lógica informativa opera en ese plano y es normal que así sea, pero resulta interesante levantar la mirada y e intentar ver más allá.

En la última década los partidos independentistas catalanes han sabido encontrar, generalmente ayudados por las políticas articuladas desde Moncloa y especialmente en tiempos de Rajoy, un nexo de unión por encima de todo lo demás. Sin ocultar sus diferentes programas e ideologías, la estelada tenía por sí misma suficiente potencia como para animar manifestaciones kilométricas. ¿Qué había más importante?

Sin embargo, a la hora de bajar la pelota al suelo y empezar a hablar no sólo de política, sino también de políticas, la bandera se ha quedado pequeña. El primer caso fue el de la mesa de diálogo, a la que Esquerra Republicana apuesta buena parte de su gobierno, frente a Junts, donde todo son recelos y sospechas. El "cuanto peor, mejor", sigue siendo la mejor baza de algunos líderes ultraespañolistas y ultracatalanistas.

Otro caso, más reciente, ha sido el de la ampliación del aeropuerto de El Prat. Desde el mismo momento de su anuncio, a comienzos de agosto, las divisiones se hicieron visibles en la sociedad catalana, en el Govern de la Generalitat, dentro de la propia Esquerra Republicana, y en la mesa del Consejo de Ministros. ¿Qué diabólico elemento es capaz de generar tensiones en todos estos ámbitos como para hacer estallar –al menos de momento- la sacrosanta unidad nacionalista catalana? La respuesta es conocida: las afecciones ambientales del proyecto y la defensa del territorio. En torno a estas cuestiones, dos nacionalismos: el que se ancla en el territorio y el que lo convierte en mercancía.

"Sin partido no hay gobierno". Ni oposición

De la misma manera que los científicos advierten que podemos llegar a puntos de no retorno en la degradación ambiental –si oyen hablar de tipping points se trata de eso–, se están alcanzando también puntos sin retorno en las políticas ambientales. Ni los vecinos de El Prat, ni muchos de los ayuntamientos de la zona, ni una parte de los socialistas catalanes –especialmente los jóvenes, como reflejé hace unas semanas en este artículo–, ni bastantes socialistas del resto de España, ni los comunes, ni Podemos pueden avalar una obra que encierra la contradicción en sí misma. "Aeropuertos sostenibles" ha sido el oxímoron del verano. En el fondo, cuando se planteaba que el proyecto debería cumplir con los requisitos ambientales se era consciente tanto de la imposibilidad de concretar tal incongruencia como de los problemas que la Unión Europea iba a poner de inmediato. Resulta difícil creer que con el Pacto Verde por bandera, con estados prohibiendo vuelos domésticos, con cambios en los patrones de comportamiento de los usuarios de aviones, y el Next Generation poniendo encima de la mesa 750.000 millones para hacer la transición verde y digital, desde Europa se saludara con alegría esta inversión. Máxime, viniendo del país que quiere liderar las políticas verdes.

La defensa del territorio y de sus valores ambientales ha abierto una brecha en el independentismo, al igual que en otros entornos políticos, porque el posicionamiento que se adopta frente a la transición ecológica es profundamente ideológico, y por lo tanto difiere de unos partidos a otros. El eje verde ha podido con el nacional. ¿Quién lo iba a decir?

La ambiental ha sido una de las primeras brechas, pero no será la única. Vivimos tiempos de desigualdades e identidades múltiples y cada una de ellas requiere ópticas diferentes que reflejarán opciones ideológicas distintas. Precisamente esta tarde del lunes 13 de septiembre, y precisamente en el Palau Macaya de Barcelona, se presentan una serie de informes sobre Brechas Sociales (aquí toda la info) que mostrará a las claras los desafíos a los que nos enfrentamos. Dudo mucho que haya bandera alguna capaz de tapar todas esas brechas.

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