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Qué ven mis ojos

En política el centro no existe, pero quien lo ocupa gana

Benjamín Prado nueva.

“Hay quien vuelve a tu vida como una enfermedad mal curada.”

El río Manzanares no pasa por la calle de Génova, pero sí otras aguas subterráneas, y bajan revueltas. El forcejeo entre Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado por la presidencia del Partido Popular de Madrid ha abierto una nueva grieta en el muro, ya de por sí medio en ruinas de la formación, muy inestable desde la ruptura traumática que tuvo lugar después de las elecciones primarias que llevaron a su puesto al actual líder y candidato a la presidencia del Gobierno. En aquellos tiempos, luchaban por lograr la hegemonía las dos facciones que tan bien le venía que existieran a M. Rajoy, un partidario convencido de la teoría del divide y vencerás, seguro de que no hay guerra en la que sea más fácil vencer que una en la que no participas, en la que ves los toros desde la barrera, mientras los demás combaten y se debilitan unos a otros. En eso, no había quien lo superase.

En aquella ocasión, pasó algo frecuente, y fue que se llevó el gato al agua el tercero en discordia: las dos supuestas primeras espadas, María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría, que ni se miraban al cruzarse, no pudieron conseguir los votos de su militancia, sin duda agotada por los escándalos que salían a la luz uno tras otro e implicaban a grandes cargos de la dirección, acababan con algunos en la cárcel, con muchos en los banquillos y con la mayoría bajo sospecha. Una catástrofe que acabó en moción de censura, en la pérdida del poder y en una debacle cuando hubo que ir a las urnas. Casado ha perdido todas las batallas y las que han ganado sus líderes territoriales en Madrid, Andalucía o Murcia son pan para hoy y hambre para mañana, porque suponen un coste feroz: depender de la ultraderecha y tener que plegarse a sus exigencias en ciertos asuntos que afectan a los derechos de las personas, lo cual hace inverosímil el discurso de la moderación que los conservadores repiten por tierra, mar y aire porque son conscientes de que es imprescindible para regresar a La Moncloa. En política no se sabe si el centro existe, pero sí que quien lo ocupa gana.

A lo largo de la vida siempre hay quien vuelve a tu vida como una enfermedad mal curada, y en el PP ya se sabe que cuando hay problemas aparece Esperanza Aguirre, aprovechándolos quizá en esta ocasión para echar un tupido velo sobre el cuadro de Goya que la acusan de vender sin tributar por él lo que ella y su esposo debían, y esta vez no ha sido una excepción, algo lógico, por otra parte, puesto que Ayuso fue su colaboradora y ha sido su sucesora. Lo malo, sin embargo, son las matemáticas de la trifulca, porque la ecuación es que si Aguirre apoya a Ayuso y va contra el partido, es que ésta también lo hace, lo que ahondaría el miedo que la empieza a tener su secretario general, temeroso de que le mueva la silla. Que los tiros de Aguirre iban contra el PP y alguno dio en el blanco lo evidencia la ferocidad de su choque verbal con García Egea, que vino a llamarla jubilada –“que se pase por la sede y verá que aquí la gente trabaja”, dejó caer– y que sacó el armamento pesado para echarle en cara ni más ni menos que el tabú de la corrupción, eso de lo que su jefe juró sobre siete biblias que no volvería jamás a hablar. “Eso es lo que nos ha hundido”, llegó a decir, y sonó a ruido de sables.

Las puertas giratorias giran igual hacia la izquierda que hacia la derecha

Isabel Díaz Ayuso tiene razón, guste o no guste, se ha ganado con su éxito indiscutible el derecho a liderar al PP de Madrid. Su hazaña crece y se multiplica como los panes y los peces del mito, además, si la comparamos con los fracasos de Casado. Y, sin ninguna duda, según pasa el tiempo su figura eclipsa la de él, cada vez más endeble para propios y extraños y más entregado a la desesperada a cometer excesos que lo hagan visible, aunque para ello tenga que ponerse a la altura de sus socios de Vox en temas de género o inmigración, aquí y en Europa, donde acaba de oponerse, sucesivamente, a que las parejas LGTBI sean reconocidas en todo el continente y a que la violencia machista se incluya en el ordenamiento jurídico de la unión.

En cualquier caso, la pregunta con respecto a la segura triunfadora de este combate no es si va a llevar las riendas del PP en la Comunidad, sino hacia dónde lo hará. Su aliado Abascal, el mismo que definió a Casado y a su equipo como “derechita cobarde”, sostiene a cambio que ella "se aproxima mucho a las posiciones que nosotros defendemos, así que va en la buena dirección.” Apaga y vámonos.

Viendo la que se le viene encima, Casado ha pretendido hacer un movimiento a lo Rajoy y transformar a Ayuso y Almeida en los nuevos Santamaría y Cospedal, pero no ha colado, porque ni el alcalde de Madrid, que está para todo, ha querido estar para eso: cómo lo vería de crudo. Queda por saber, únicamente, si la nueva jefa, cuando lo sea, se parecerá también a su mentora en sus limitaciones, es decir, que tampoco tendrá ninguna oportunidad de extender su poder más allá de las fronteras de la Comunidad, como le pasaba a Aguirre, que nunca superó la condición de fenómeno local, y, por tanto, de ser candidata a la presidencia del Gobierno del país. Hay quien se ríe cuando esa posibilidad se pone sobre la mesa, pero sólo es porque olvida que cosas más raras se han visto. ¿No creen?

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