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Aquí me cierro otra puerta

Ángel Gabilondo y el privilegio de no enfadarse

Quique Peinado nueva.

Me jode poner a Ángel Gabilondo de ejemplo de algo de lo que estoy en contra porque lo respeto tanto, intelectual y políticamente, que me da rabia. Además, es un señor en retirada de la política después de un mal resultado y que ha pagado, hasta con su salud, una campaña criminal que encima salió mal y, en gran parte, no por culpa suya. Dejando claras mis disculpas, voy.

Gabilondo da una entrevista maravillosa a Luz Sánchez Mellado en El País. En ella habla de muchas cosas de su propio carácter y de aquella campaña del ya lejano 4M madrileño, unas elecciones de las que no han pasado ni cinco meses y parece que fueron hace cinco lustros. Le pregunta la periodista si se enfada, y él responde: "Claro, pero no quiero, no juego a eso. Yo también sé ser malo, ser una persona insoportable y canalla, pero no quiero y he decidido no serlo. Eso también es una conquista". Entiendo lo que quiere decir Gabilondo, pero también lo injusto de su reflexión si hablamos de un líder político de la izquierda.

Si algo llevó a Gabilondo a ser casi presidente de la Comunidad de Madrid en 2015 y a caer con cierto estrépito en 2021 fue su carácter. No se puede decir que hubiera engañado a nadie con ello. Y, de hecho, fue un muy buen candidato hasta que las condiciones del debate cambiaron de manera radical. Pero lo que él llama "juego" (ser lo que dice "insoportable") o "conquista" (no entrar en ese "juego") no fue más que una parte, corresponsable como dice él, de lo que seguro que aborrece Gabilondo: que lo que representa Díaz Ayuso vaya a gobernar en la capital hasta que quiera. 

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Y, sobre todo, lanza el mensaje de que indignarse, enfadarse, encanallarse, es una opción. Y no, no siempre lo es. No encabronarse, muchas veces, es un privilegio de clase que mucha gente no puede ejercer. Penalizar el cabreo puede ser clasista. Y hacerlo desde la izquierda, que debería ser la representación institucional de las clases desfavorecidas, no me parece bien. Mucha gente está harta de que le digan que no se enfade porque no puede evitarlo. Y necesita, a veces, que los que están ahí arriba se cabreen, peleen y bajen al barro por ellos. Por su autoestima. No tiene por qué hacerlo Gabilondo, pero no es justo tildar de malo o impostado a quien lo hace desde la izquierda.

Y, sobre todo, como ya sabemos cómo funciona la política y los partidos, es necesario el navajeo porque enfrente hacen y dicen cosas. Insisto, no es el papel de Gabilondo, pero para que él no tenga que enfadarse hay quien tiene que hacer el trabajo sucio. Y, muchas veces, estoy seguro, sin querer hacerlo, sin ganas, solo porque es lo que hay que hacer para defender a quien hay que defender. 

Una de las cosas que generan desafección es ver que los políticos no te representan. Es evidente que hacerlo con todo el mundo es imposible, pero, desde luego, me cuidaría yo mucho de desechar al político que se faja, que pisa el área, que encanalla el ambiente cuando no queda otra. Muchos y muchas políticas, también del PSOE, lo hacen y están haciendo su trabajo. La indignación no siempre es una opción, a veces es la única posibilidad. No vayamos contra los enfadados porque, a lo mejor, no les queda otra y solo puede señalarlo quien tiene el privilegio de vivir tranquilo.

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