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César sí regala educación

Raquel Martos nueva.

Esta historia sucede en Bilbao, año 2021, y la protagonizan un profesor y un alumno. El profesor se llama César, un docente jubilado. El alumno se llama Evans y no llegó a España con una beca Erasmus, vino en patera, tenía quince años.

Las vidas de estos dos hombres, un bilbaíno y un nigeriano, están unidas por un mismo deseo: que Evans apruebe la ESO para poder matricularse en Formación Profesional y más tarde buscar un trabajo de albañil. Así que, cada mañana, en la esquina de la calle del centro en la que el joven pide limosna, luchan juntos por ello, el alumno pone toda su atención y el profe le da clases particulares… y tan particulares.

En el informe TALIS, que analiza la calidad de la docencia en los países de la OCDE, debería aparecer el nombre de César de Miguel porque, además de una buena formación –es ingeniero industrial–, tiene muy buena vista, esa que no depende solo de los ojos, esa que te permite ver a los invisibles, a las personas que se convierten en mobiliario urbano porque, de tanto verlas, no nos damos cuenta de que están…

Y en el informe PISA, que evalúa la formación de los alumnos cuando finalizan la enseñanza obligatoria, debería aparecer el nombre de Evans Isibor porque, además de los conocimientos académicos que está adquiriendo, tiene aprobado un curso previo que no hicimos los que pudimos estudiar, cómodamente, al abrigo de la sopita familiar de nuestra casa. Un curso con materias tan duras como abandono del hogar –la granja familiar en Nigeria que no daba para proyectar sueños–, travesía del desierto, prueba de resistencia en el mar y entrada en Europa a buscarse la vida. Y aunque esto no lo convaliden con ninguna asignatura académica, es un aprendizaje inolvidable.

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La historia de César y Evans es preciosa porque nos conecta con la esencia puramente humana de nuestra especie, pero también es devastadora y cruel porque nadie tendría que estar en una esquina de ningún lugar pidiendo limosna. Esta estampa entrañable de aula callejera nos recuerda que en el mundo nunca cabemos todos.

Hace unos días, la presidenta de la Comunidad de Madrid decía en sede parlamentaria: “No se puede regalar educación a todo el mundo”. Se lió, claro, porque ella sabe que la educación pública no es un regalo, es un derecho. Y sabe también que no es gratis, la pagamos los ciudadanos con nuestros impuestos, lo mismo que su sueldo. Escribamos todos cien veces: los gobernantes no regalan nada, gestionan. Y lo que gestionan no es suyo.

Lo que sí nos pertenece a cada uno de nosotros es nuestro tiempo, nuestra generosidad, nuestra compasión, nuestra solidaridad… todo eso lo regalamos cuando queremos y es lo que César ha decidido regalarle a Evans en forma de educación, un primer ladrillo para que pueda construir un futuro.

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