Desde la tramoya

La Fiesta Irracional

Luis Arroyo nueva.

Lo de aplaudir a la cabra no es tan absurdo. Se aplaude al símbolo de la Legión –valentía, patriotismo, entrega… para el que quiera identificarse con esos valores– como se aplaude a una bandera o a un himno. Son puras convenciones sociales que solo resultan irracionales si se cree que el ser humano se comporta como un robot exento de emociones.

La Legión, junto con la Guardia Civil y últimamente también con la Unidad Militar de Emergencias, es el cuerpo más aplaudido por el público en el desfile militar madrileño del 12 de octubre, para unos el Día de la Fiesta Nacional, para otros el Día de la Hispanidad, y para casi toda América Latina el día en que se celebra la descolonización, la resistencia indígena o similares. En algunos países algo más tolerantes con nuestra mitología nacional, o bien no se celebra nada, o como mucho se rinde homenaje al “encuentro entre dos mundos”. La festividad, por tanto, es polisémica, y las emociones que suscita dependen del punto de vista del observador: desde la gloria de la gesta del “descubrimiento”, la “conquista” y la “evangelización”, al oprobio de la “invasión”, la “colonización” y el "genocidio".

Tampoco es irracional, sino muy terapéutico para quien grita, ponerse a despotricar contra el presidente del Gobierno. Está en la naturaleza humana desahogarse con los poderosos, y en la naturaleza facha agredir al adversario, considerando que se trata del mismísimo anti-Cristo.

Lo que sí resulta irracional es el empeño de algunos burócratas del Ministerio de Defensa de exponer al presidente del Gobierno a un abucheo seguro, que se convierte, siempre que tal presidente es socialista, en el objeto principal de la cobertura del desfile y en la comidilla en los corrillos del día y en las tertulias familiares posteriores. Llevar el punto central del desfile más “patriótico” (entre comillas porque “patria” admite varios significados), al barrio de Chamartín, el más conservador de Madrid, en pleno granero de votos de la extrema derecha, es como mínimo temerario.

Es un error que debería subsanarse en próximas ediciones que se permita a los indignados con el Gobierno social-comunista, traidor, asesino de niños y de abuelos, acercarse más de ciento cincuenta metros al punto en el que el rey saluda al presidente del Gobierno y al resto de autoridades del Estado, interfiriendo en un momento que pretende simbolizar la unidad de la nación y el respeto institucional más exquisito.

En algunos momentos, ese punto de saludo se trasladó con inteligencia a la Plaza de Neptuno, un lugar mucho menos proclive, porque el vecindario es más cosmopolita, los espacios son más reducidos y las distancias mayores. La Casa Real sabe muy bien cómo evitar abucheos, aunque tenga callo también por haberlos aguantado en su día a día. El perímetro de seguridad se pone más lejos, fuera del alcance de las cámaras y los micros, y asunto concluido. Los puristas dirán que eso es suprimir la libertad de expresión, acallar las críticas y simular consensos irreales. Bien, podría ser, pero entonces también es suprimir la libertad de expresión pedir silencio en un concierto de piano y violín, y nadie se opondría a tal imposición.

No debería el Estado gastarse algún millón de euros, vestir de gala a sus soldados y convocar a la participación ciudadana bajo el saludo marcial del rey para generar ante el mundo entero la idea falsa, retransmitida por la televisión pública, de que su presidente es odiado por todo el país. Eso no es libertad de expresión sino hacer un pan como unas hostias. Una vez evitados riesgos ciertos o probables, está ya el azar. Por ejemplo, que luego una estela de avión salga morada en lugar de roja y dibuje una surrealista bandera republicana en el cielo puede resultar incluso conmovedor.

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