Nacido en los 50

Por si alguien tenía dudas

El Gran Wyoming

Me quedé perplejo al escuchar las declaraciones del presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, cuando en el transcurso de una entrevista con Pepa Bueno en la cadena SER afirmó que la cuestión de la corrupción es endémica al sistema y que ocurre en todos los países de nuestro entorno, en democracias más consolidadas que la nuestra. No le falta razón al sostener que un mundo sin delincuencia es imposible y para eso, claro, están las instituciones que se encargan de castigar los quebrantos de la ley como son los estamentos que él mismo preside.

Por alguna razón que desconozco, este señor no está al tanto de lo que está ocurriendo en este país. Ni siquiera sabe que el partido que le propuso –en su día fue director general de Justicia en el Gobierno de José María Aznar, y él fue una apuesta de Ruiz-Gallardón que suscribió Rajoy– está metido en una trama de corrupción colectiva que opera como una banda y trabaja en comandita. Ese partido se ha configurado, tal y como han declarado en diferentes ocasiones desde el banquillo de los acusados algunos de sus colaboradores, así como varios fiscales a lo largo de las innumerables investigaciones de las que se ha hecho acreedor, como una organización pergeñada para delinquir.

Nada atenúa ni consuela en este estado de cosas que haya otros países donde también existan señores que se dedican a  la política para forrarse, en unos casos de forma legal, al amparo de las leyes que ellos mismos promulgan, y en otros quebrantando la ley, robando, cobrando comisiones o terminando su carrera profesional presidiendo grandes empresas en cargos para los que no están en absoluto cualificados como reconocen cuando les sientan delante de un juez.

Si no fuera porque todos sabemos que la justicia es igual para todos y que en nuestro país está garantizada la separación de poderes, dicho sea con todo el respeto para aquellos que al leer estas afirmaciones sufran un ataque de risa o ganas de tirarse por el balcón, si no fuera por la fe que los ciudadanos profesamos en estos dos principios consustanciales al Sistema Democrático, cualquiera diría al escucharle que es un estómago agradecido o que forma parte de esa causa general que está hundiendo este país y minando la esencia del Sistema. Su manera de echar balones fuera sobrecoge, acongoja y deprime. Es como si en el Titanic anunciaran por megafonía que los pocos recursos de que dispone el pasaje para salvar la vida estuvieran averiados, pinchados, fuera de servicio.

Desde luego hay que agradecerle que no se corte nada a la hora de dar la cara y, claro está, sería insólito que apareciera en la radio cuestionando decisiones de sus compañeros, así como criticando a los políticos que le han llevado hasta donde está, pero comprobar que este estado de cosas que a muchos nos conduce a la desesperación a él le parece de lo más normal tal vez explique por qué hemos llegado hasta aquí y qué va a ocurrir con toda esta basura que hoy se encuentra en los juzgados.

Ni siquiera fue capaz de dar una respuesta balsámica a la desazón que crea en la ciudadanía que una sentencia afirme que tanto el señor Rato como el señor Blesa, responsables de aquella entidad de ahorro que tuvimos que rescatar para que se la queden otros, tuvieron durante el juicio una conducta “intachable y cabal” que les permite evitar el ingreso en prisión. Los magistrados de la Audiencia Nacional consideran que no existe riesgo de repetición del delito y ahí tienen toda la razón, pero no debemos achacar esa posibilidad al hecho de que forme parte de un propósito de la enmienda, nunca mostrado durante el proceso donde no se manifestó arrepentimiento por parte de ninguno de los dos, sino a la circunstancia de que, hundida la entidad, entre otras cosas gracias a sus gestiones, y despachados de la misma por los presuntos delitos de los que se les acusa, no pueden seguir haciendo lo que hacían. Ya no tienen la llave de la caja, es cierto, y por tanto les resulta más difícil meter la mano. Pero es por lo que ya hicieron por lo que han sido condenados. Su potencial delictivo queda flotando en el éter y sólo desde un criterio subjetivo de extraña interpretación puede deducirse que se han corregido a pesar de que, como digo, ellos declaran que lo hecho, bien hecho está.

No sé si es necesario recordar que el señor Blesa fue nombrado presidente de Caja Madrid porque en su día estudió las oposiciones a inspector de Hacienda con José María Aznar. Así funcionan las cosas en este cortijo del sur de Europa.

También Lesmes fue nombrado a dedo y luego ratificado por el voto de sus compañeros que, como él, accedieron a su puesto gracias a un dedo o a propuesta de los partidos, que es como se dice en lenguaje fino.

Se da la circunstancia de que aquel partido que tiene mayoría en las altas instancias de la judicatura, así como en el Consejo General del Poder Judicial, pues eso, no es que tenga influencia, es que, en fin, que somos humanos y, en tanto tales, no podemos sustraernos a lo que se deriva de tal condición y tendemos a entender para qué se nos pone donde se nos pone.

Normal le parece el relevo de los fiscales que se encuentran investigando a altos cargos del PP y afirma así, por lo sencillo, que en España se persigue la corrupción con mayor eficacia que en otros países y la prueba está en todo lo que sale en la prensa. Claro, en otros sitios se mete la mierda debajo de las alfombras y por eso no sale a la luz lo que se choricea. O sea, aquí se persigue y por ahí no, se tiende a mirar para otro lado. Es posible, pero habría que aplicar, también en este caso, la presunción de inocencia y a lo mejor es que se roba menos, entre otras cosas, por lo contrario, porque tanto la Justicia como la sociedad son más intransigentes con la corrupción y los corruptos y, en cualquier caso, no tenemos constancia de que en esos países del extranjero la popularidad de los corruptos crezca en paralelo a sus perspectivas electorales una vez que se sabe que son unos sinvergüenzas de tomo y lomo, como demuestra el hecho de que se nieguen a declarar cuando se encuentran delante del juez: “Créalo o no, señor Lesmes, estos señores nos deben una explicación, y después de reclamar su derecho a un juicio justo con todas las garantías, tienen que aclarar a esa sociedad que les ha mantenido al frente de sus diferentes responsabilidades qué es lo que ha ocurrido aunque esto sea pernicioso para sus estrategias de defensa”. Nada tendrían que pergeñar si de verdad fueran inocentes, y no se me ocurre un mejor lugar para demostrar la inocencia que la sede judicial. Ese silencio convierte al presunto en “completamente presunto”. Claro que, si los compañeros del señor Lesmes dan por bueno que a alguien le toque la lotería una y otra vez como justificación de un patrimonio inexplicable, método que utilizan los traficantes de droga para blanquear el dinero, entonces es normal que muchas cosas no puedan explicarse o, como diría el señor Rajoy, presidente del partido ese que dicen que se organiza para delinquir y también presidente del Gobierno: “No se podrá demostrar que no es inocente”.

El señor Lesmes afirma en la entrevista que los jueces están dotados de los medios necesarios para cumplir con sus objetivos. Es curioso que los jueces crean lo contrario, y a pesar de que insiste en que se está avanzando en esta lucha contra el latrocinio desde las instituciones, la verdad es que la medida más efectiva que se ha tomado en este sentido ha sido acotar los tiempos de instrucción para que los grandes delitos no puedan ser juzgados.

Apela también este señor al consenso para la reforma de la Constitución, lo cual está muy bien, pero se ve que no conoce a sus compañeros de ideología: no están por consensuar absolutamente nada. Tal vez recuerde cómo bloquearon todas las renovaciones de las instituciones judiciales cuando se encontraban en la oposición, sabedores de la importancia que tiene copar con jueces afines a su causa el Tribunal Supremo, que él preside, el Consejo General del Poder Judicial, que también preside, así como el Tribunal Constitucional. Todo está en manos de los llamados conservadores.

Es una pena, ya que estamos en ello, que tampoco estuviera al tanto de las declaraciones del sustituido Manuel López Bernal, responsable de la Fiscalía de Murcia, que tenía los días contados después de que citara a declarar al presidente de dicha comunidad, en las que denunciaba presiones y robos en el domicilio de un compañero con sustracción de pruebas, porque también es mala suerte que el único en España que no se entere de lo que está pasando sea, precisamente, el que tiene la potestad de dar amparo y evitar que tales fechorías que dañan la credibilidad en la Justicia ocurran. Propone que los fiscales denuncien tales cosas cuando de lo que se quejan es, precisamente, de que no sólo no se hace nada a nivel judicial, sino que la propia Policía tampoco investiga lo que ha ocurrido en el domicilio donde se sustrajeron por dos veces los ordenadores que contenían documentos claves en la investigación.

Sólo le faltó al presidente del CGPJ, que se encarga de evitar estas cosas, afirmar que eso lo lleva su marido, argumento que da un resultado óptimo no sólo entre los miembros de la Casa Real, sino también entre ministras del PP que tienen capacidad, por lo visto, para administrar los destinos del Estado, pero son unas ineptas a la hora de controlar la economía doméstica y la entrada de coches de lujo en sus garajes. Nada parece sorprenderles a estas señoras: dan mala fama a la mujer.

Para concluir, debería aplicarse el señor Lesmes ese espíritu de consenso que reclama para la política a la hora de nombrar cargos, ya que se quejan, tanto desde el Tribunal Supremo que preside, y que en alguna ocasión le han echado para atrás un dedazo de los suyos, como en el CGPJ, donde ya se nombra a los colegas sin debate alguno. “Porque lo digo yo” se ha convertido en el nuevo método que impone este señor, según cuentan la prensa y miembros de dicho consejo, que no son partidarios de esta novedad. Al menos, y ya que se sabe qué va a votar cada uno, debería hacer el paripé, protocolo esencial en el intento de dar credibilidad a las instituciones, que es de lo que iba la entrevista.

Cuando terminó su intervención radiofónica seguro que fueron muchos los españoles que se dijeron: “Esto lo explica todo”.

Atado y bien atado, a por el botín.

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