Desde la tramoya

Conspiraciones

El ex ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, acaba de denunciar que se conspiró contra él para publicar unas conversaciones suyas con el jefe Antifraude en Cataluña. En esas conversaciones, que el ministro no ha negado, él afirmaba conocer los detalles de una cuenta en Suiza –que luego se demostró falsa–del líder de Convergencia, Xavier Trías. El ex ministro afirma ser víctima de una conspiración.

Diosdado Cabello, el conocido diputado chavista, afirmaba más o menos al mismo tiempo, que existía una conspiración del presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, para promover un golpe de Estado contra Maduro, lo que parece estar en la causa de la inicial suspensión de las competencias de la Asamblea legislativa venezolana. Los chavistas afirman ser víctimas de una conspiración. Llevan años afirmándolo.

Pedro Sánchez, en una conocida entrevista con Jordi Évole, sugirió, aunque no con ese nombre, que existía una conspiración contra él y sus pretensiones de formar un gobierno de progreso, con Podemos y otras fuerzas políticas, que procedía del Ibex35, y de sus medios afines, en particular de El País, y que habría contado con el impulso también de Susana Díaz. Sánchez afirmaba ser víctima de una conspiración.

Trump se ha convertido en el "gran jefe de las teorías de la conspiración", según cuenta Mother Jones. Trump ha acusado de ese esfuerzo maligno por destruirle a prácticamente todos los medios de comunicación, al establishment de Washington, a Hillary Clinton y sus conexiones con los poderes fácticos, a los mexicanos –que llevan drogas y violan a las mujeres de Estados Unidos– y a un amplio listado de organizaciones de todo el mundo. Trump afirma ser víctima de una conspiración.

Todos ellos tienen razón

Conspirar significa "unirse contra un superior o soberano; unirse contra un particular para hacerle daño; concurrir a un mismo fin; convocar, llamar alguien en su favor". La política consiste precisamente en eso: unirse a otros para competir por el poder, lo cual implica necesariamente "hacer daño" al adversario. En la política se conspira cada rato.

Secuestrar titulares, o la estrategia del caos

Por eso, porque la política recurre siempre a la conspiración, o es en sí misma una constante conspiración, en alguna medida o de un modo u otro, resulta patético escuchar a los políticos victimizarse por las "conspiraciones" cuando las circunstancias no les son favorables.

¿Por qué lo hacen, entonces? Porque muchas veces funciona. A los humanos nos resulta muy fácil identificarnos como víctimas del odio de nuestros enemigos, reales o imaginarios. A los chavistas les resulta más económico acusar a sus opositores de pérfidos conspiradores, que asumir el desastre en que Maduro ha convertido Venezuela. Los votantes más conservadores del PP se sienten mejor acusando a los independentistas catalanes, que aceptando que Fernández Díaz usó a la Policía para obtener información de sus adversarios políticos. Los seguidores de Pedro Sánchez encuentran más fácil imaginar una conspiración de los poderes más rancios del Estado, que aceptar que su líder se fue quedando sólo y fue incapaz de coser los rotos del PSOE. Por supuesto, para el estadounidense paleto del interior, es mucho más fácil pensar que existe ahí fuera todo un mundo de facinerosos que quieren derruir a los Estados Unidos, que asumir que el país tiene como presidente a un auténtico cretino, se mire por donde se mire.

Apelar a la conjunción de los poderes malignos como causa de los males propios, es un excelente cemento del grupo. Nada une más que un enemigo común.

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