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No habrá más penas... ni olvido

En su prólogo al libro de Maite Pagazaurtundúa Lluvia de Fango, Fernando Aramburu alude al concepto de “filtro excluyente” para hablar de lo que el nacionalismo que recolectaba las nueces del árbol agitado por ETA ha hecho y sigue haciendo con quienes no comulgan con sus ruedas de molino: aislamiento, discriminación, calumnia, acoso. El asesinato era la cumbre de su acción de terror, pero el camino a la dominación estaba sembrado de pequeñas etapas, de pinchazos dolorosos que, como una enfermedad degenerativa, iban agotando la energía vital de los “enemigos del pueblo vasco”, o sea todo aquel que no estuviera en su bando.

La eficacia de ese filtro es evidente: miedo, angustia, soledad y en no pocos casos, exilio de quienes no aplaudían o se sometían  al designio del dios armado o no contribuían a su supervivencia con el “impuesto revolucionario”

La consecuencia más dramática y parece que menos evidente ha sido, y sigue siendo, la “ignorancia autoimpuesta” por una parte de la sociedad vasca que se sobresaltaba ante cada crimen, pero miraba para otro lado, no fuera a ser que le tocaran su rutina señalándole como “enemigo españolista”.

ETA ya no mata, obviamente porque no puede, no porque “la sociedad civil dio un paso al frente” como dicen en el comunicado enviado ayer mismo a la BBC. Fue derrotada por la policía, la justicia, y esa parte de la sociedad vasca que tuvo el valor y la fortaleza para enfrentarse al terror y seguir negándose a la manipulación y la mentira.

Pero esa huella de presión sobre la disidencia, esos campos de minas sembrados en una sociedad a la que consiguió silenciar por la vía del miedo y la amenaza constante, se mantienen activos. El miedo sembrado sigue aportando cosecha, las nueces permanecen en el suelo aunque ya no tengan fuerzas para agitar el árbol.

Por eso es fundamental que ese teatrillo que hoy se va a representar en Francia con la supuesta entrega de las armas no se acompañe de nada que se asemeje lejanamente a la impunidad. Como dice Fernando Savater “no se pueden cambiar las armas de matar por las armas de mentir”, y estas últimas han sido manejadas con tanta maestría y profusión como las primeras por los terroristas y el coro que durante años que los ha apoyado, jaleado y justificado. Esos que ahora quieren recoger las nueces que aún quedan.

Todos ellos han utilizado la mentira como recurso cotidiano, la subversión de la verdad como argumento nuclear. Llamar acción armada a los asesinatos, convertir a las víctimas en verdugos, a los asesinos en víctimas, y hablar de los adversarios como enemigos de la paz es una escandalosa quiebra, no sólo de un discurso razonable, sino de la realidad más palpable. De hecho, en el comunicado remitido ayer a la BBC en el que afirman que sus armas y explosivos están “en manos de la sociedad civil”, lo cual es también una falsedad, celebran la pantomima de hoy como “día del desarme” y señalan a quienes hacen objeciones a este sangriento vodevil como “enemigos de la paz”. Con un par. Por no hablar de esa cursilería estomagante de definir a los mediadores cómplices en esta mentira histórica de “artesanos de la paz”.

Aquí sólo habrá paz cuando el tiempo cure heridas y los asesinos paguen por lo que hicieron. “No habrá más penas ni olvido”, como cantó Gardel… y ambos aquí han  de ir también juntos: no más penas, pero tampoco olvido.

El fin de ETA, que no es el desarme de hoy en el que falta todo el material nuevo y seguro que no se encontrará ni una sola pista que ayude a aclarar los crímenes aún pendientes, no puede ser impune porque eso mantendría la fractura y la herida profunda entre las víctimas de los crímenes y el aislamiento social.

De lo contrario estaríamos asumiendo el lenguaje y la estrategia de los terroristas, aceptaríamos como buena su subversión de la verdad y su siembra de dolor; estaríamos bailando sobre la tumba de las víctimas y dibujando una cicatriz insalvable en el futuro; estaríamos dando por buena la dictadura del miedo que los que hoy se presentan como personas de paz estuvieron ejerciendo en el País Vasco durante casi medio siglo.

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