Muros sin Fronteras

¿Próxima parada pragmatismo?

La ajustada victoria de Recep Tayyip Erdogan en el referéndum constitucional le permite ampliar sus poderes hasta una autocracia bañada en las urnas. Es un síntoma más de que EEUU regresa a gran velocidad a la visión estratégica anterior a la presidencia de Barack Obama. Donald Trump no tardó en felicitarle obviando las quejas de la oposición y las críticas de la OSCE. Cambian las alianzas, pero aún no está claro cómo se van a jugar las cartas en Oriente Próximo y cuál será el mapa final de la zona. Sólo disponemos de algunas pistas.

El nuevo inquilino de la Casa Blanca parece decidido a liquidar el acercamiento diplomático a Irán, el enemigo tradicional de EEUU desde que la revolución islámica derribó en 1979 al Sha Mohammed Reza Pahlaví, un dictador no menos sanguinario que Sadam Husein pero que tenía mejor prensa porque estaba en el bando de Occidente. El Sha era un ejemplo de lo que dijo Henry Kissinger del último Somoza, “es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Ayudó en el desencuentro que los guardias de la revolución asaltaran la embajada de EEUU en Teherán y secuestraran durante 444 días a 66 diplomáticos y ciudadanos estadounidenses.

Desde entonces, Irán encabezó junto a Corea del Norte el grupo Rogue States (Estados gamberros), es decir de enemigos públicos número uno. El Irán de Jomeini fue presentado como un ejemplo de radicalidad, exportador de terrorismo internacional. En la construcción mediática del malo de la película no ayudó la presidencia de Mahmud Ahmadineyad ni sus declaraciones sobre Israel y el Holocausto.

La propaganda existe, sirve para colocar mensajes, influir en la opinión pública, asentar ideas y estereotipos. Lo grave es cuando el emisor de propaganda se cree sus propias mentiras. Existe un Irán real que bulle debajo del manto de los ayatolás. Esconde una sociedad joven harta de la opresión político-religiosa y que admira el estilo de vida de Occidente. Irán necesita un cambio político, pero no se logrará desde el acoso exterior y la confrontación. Es lo que apuntala a los más radicales. Neda sigue viva en muchos ciudadanos.

Irán ha sido el malo oficial hasta la firma de un acuerdo nuclear con EEUU, Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania que, en teoría, le impide desarrollar un arma nuclear. El Israel de Netanyahu no comparte el optimismo y sigue considerando a Irán como el enemigo a batir. Es difícil que Israel pueda realizar una operación militar por sí solo, sin apoyo directo o indirecto de EEUU. Todo se halla en pausa, en espera de conocer los planes de Trump más allá de lo proclamado en la campaña electoral.

El acercamiento de Obama a Irán fue una revolución en sí mismo. Representaba un giro radical en las alianzas de EEUU en Oriente Próximo. El 11-S y la posterior erupción del terrorismo yihadista desveló los vínculos de Arabia Saudí con los grupos salafistas, a los que alimenta de integrismo religioso (wahabismo), dinero y objetivos políticos. De ese mundo salafista surgen algunos de los grupos armados más peligrosos: Al Qaeda y el Estado Islámico (ISIS).

Obama comprendió que Arabia Saudí jugaba en contra de Occidente y que Irán, el enemigo de siempre, representaba mejor la defensa de los intereses estadounidenses, al menos en la guerra de Siria y, tal vez, en la que se desarrolla en estos momentos en Irak.

La guerra civil siria ha enfrentado amigos y puesto en riesgo alianzas de décadas. Arabia Saudí y Qatar detestan al presidente sirio Basar el Asad, al que consideran un obstáculo para la paz. Ambos han financiado y armado a algunos grupos rebeldes, al ISIS y al Ejército del Islam, en el caso saudí, y a Al Qaeda (Frente al Nusra) en el caso qatarí. Turquía también apoya los grupos armados contra Asad por una cuestión económica: la frontera ha sido, y es, un gran negocio de petróleo de contrabando y tráfico de armas.

A Basar le apoyan Rusia, Irán, el partido-guerrilla libanés Hezbolá y los chiíes de Irak, pero no todos. El líder del Ejército del Mahdi en Irak, Muqtada al Sader, ha sido el primero en pedir la salida del poder de Asad. Hay movimientos de fondo.

Obama se sumó de manera indirecta al grupo pro Asad en el verano de 2012 cuando no supo o no pudo responder a un ataque químico del régimen, tal y como había prometido en su famosa línea roja. No bombardeó a Asad porque no estaba seguro de quién defendía mejor sus intereses.

La inacción occidental desde el inicio de la guerra, medio armando a la oposición moderada pero sin dotarla de los instrumentos suficientes para ganar, parecía buscar un empate militar que le permitiera ganar tiempo. Esa falta de decisión laminó las opciones democráticas. Los que eran los moderados hace seis años dejaron de serlo o están muertos.

Trump culpó a Obama de la existencia del ISIS y defendió abiertamente a Asad. Criticó a Hillary Clinton por apoyar a la oposición armada. Trump se alineaba sin disimulos con Rusia, y de rebote con Irán. El ataque hace un par de semanas contra una base aérea de Asad ha dejado descolocados a todos. A Putin el primero: ¿qué busca ahora Trump en Siria? ¿Qué quiere en Corea del Norte?

El ataque contra Asad fue celebrado en el mundo árabe, también por el ISIS y el Frente al Nusra. No sabemos si se trata de un aviso a Asad sobre los límites que no debe sobrepasar o tiene mensajes en clave interna. Hay un sector de la Administración Trump, que nunca habla con una sola voz, que apuesta sin disimulos por reemplazar a Asad por otra figura menos manchada de sangre. Rusia podría estar en esa línea si el reemplazo sale del régimen.

Turquía ha hecho unas cuantas piruetas estratégicas desde que derribó un bombardero ruso cerca de la frontera con Siria a finales de 2015. Influyó de manera decisiva el golpe de Estado (fracasado) en el que Erdogan vio la mano de Obama y de otros países de la OTAN. Además de lanzar una gran represión interna, el presidente turco decidió echarse en los brazos de Putin. Nada es un asunto ideológico, sólo una manera de sobrevivir. ¿Refuerza a Asad este cambio? ¿Perjudica a los grupos armados aliados de Arabia Saudí y Qatar? Nada está claro todavía. Sólo sabemos que el resultado del referéndum del domingo le entrega plenos poderes y que los va a utilizar, y más ahora que tiene el apoyo público de Trump.

Ankara se aleja de la UE a la que tiene cogida por el cuello con el flujo de refugiados. ¿Se alejará también de EEUU? No lo parece. Erdogan es un émulo de Putin, un hombre fuerte, y al presidente estadounidense le gustan los hombres fuertes. Y las mujeres como Marine Le Pen.

Otro beneficiado es el general Abdulfatah Al Sisi en Egipto, aliado tradicional de EEUU. Su golpe militar contra los Hermanos Musulmanes (moderados frente a los salafistas), elegidos en la urnas, contó con la bendición de Europa y EEUU (el de Obama).

Trump favorece en Libia al general Jalifa Haftar, igual que Moscú y una parte de la CIA. No es la opción que persigue la ONU, que trata de imponer un gobierno de consenso. Haftar es un émulo de Gadafi (fueron compañeros al comienzo de la revolución). Tanto Putin como Trump le consideran el único capaz de derrotar en Libia al ISIS y sus aliados.

Las élites en su laberinto

Aún no está claro si todos estos cambios terminarán afectando a Irán. Tendrá mucho que ver si el presidente Hasan Rohaní logra un segundo mandato. Rohaní es un moderado. Trump se encuentra presionado por Netanyahu, que quiere castigar a Teherán, al que ha convertido en su enemigo personal y en la base de una política que demanda enemigos exteriores.

Una alianza Turquía-Irán-Egipto (Libia) pude servir mejor los intereses de EEUU en la región. El problema a resolver es la relación con Rusia, si será de cooperación o de confrontación. ¿Podrá Trump jugar la carta pragmática en Irán? Sería bueno para Oriente Próximo y para el mundo.

Lo bueno de Trump es su imprevisibilidad. Lo malo de Trump es su imprevisibilidad. Estamos ante una colosal partida que no es ajedrez ni póker, quizá un trueque a la pata coja. En él no saltamos entre unos casilleros dibujados en tiza, saltamos entre abismos. Suerte para todos.

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