Muro sin fronteras

Varufakis vota a Macron

La elección parece sencilla: ¿Marine Le Pen, xenófoba, antieuropea, anti inmigración, una extremista de la derecha, o Emmanuel Macron, un pulcro representante del sistema del que no sabemos demasiado de sus planes pero al menos sabemos que no es un fascista?

Jorge Vestringe, ex mano derecha de Manuel Fraga en los tiempos de Alianza Popular, y hoy en el universo de Podemos, asegura que no votaría “ni harto de vino” a Macron. Jean-Luc Mélenchon, líder de La Francia Insumisa, no ha pedido de manera clara el voto para el candidato de En Marche. A lo más que ha llegado es a decir que es necesario evitar que gane Marine Le Pen.

Sus seguidores –en voto realizado a través de Internet– prefieren el voto nulo (36,12%) y la abstención (29,05%) antes que votar a Macron (34,83%). Participaron en la consulta 243.129 de sus 440.000 militantes. Veremos qué hacen los siete millones de votantes.

En las presidenciales de 2002, cuando la finalísima era entre Jacques Chirac –la peor versión del sistema, parecido a los púnicos, gürtelianos, lezosos y chupaeres– y Jean-Marie Le Pen, un admirador del régimen pro nazi de Vicky, Mélenchon no tuvo dudas: votó al corrupto.

Podemos también ha llamado a frenar a Le Pen hija sin pedir el voto para Macron, a quien tildan de austericida. Es cierto que procede de la banca privada, de una dirigida por una familia importante en la historia de Europa: los Rothschild. Y fue asesor y ministro de Economía del socialista François Hollande, que ha ido más lejos en los recortes que Nicolas Sarkozy, algo que le ha costado la reelección. Optó por no presentarse ante la seguridad de que sería vapuleado en las urnas.

¿Cuál es el plan si se quiere parar a Le Pen sin votar a Macron? ¿Un asesinato o una oración urgente? El semanario Charlie Hebdo, poco sospechoso de tibieza, lo tiene claro. Le dedicó este dibujo a los que dudan.

La alternativa es la llamada generación identitaria. Les recomiendo este trabajo de  Libération: Génération identitaire, à découvert.

A Macron se le considera el niño bonito de Hollande. El aún presidente ha estado detrás de su candidatura y en contra del ganador de las primarias de su partido, Benôit Hamon, que obtuvo un paupérrimo 6,36% en la primera vuelta, el peor resultado del Partido Socialista desde 1959. Le traicionó Manuel Valls, ex primer ministro con Hollande, y derrotado por Hamon en las primarias. No fue el único judas. Entre apoyos al rival y silencios, el candidato se quedó solo. Le dieron la espalda hasta los votantes. La autodestrucción del Partido Socialista viene de lejos.

Para medir la catástrofe real de los socialistas habrá que esperar a las legislativas de junio, esenciales para saber con qué mayoría gobernará el ganador de este domingo. Recordemos que Macron no tiene un partido detrás, lo suyo es una suma de extraviados que parte de los centristas de Bayrou. Se ha ganado a los socialistas moderados y a la derecha más social. Es un personaje que no despierta demasiadas antipatías.

Los demás partidos españoles de ámbito nacional, PP, PSOE (sector gestora, es decir Susana Díaz) y Ciudadanos apoyan sin rodeos a Macron, algo que utilizan contra Pablo Iglesias y los suyos. Lo mismo sucede en numerosas tertulias; los participantes parecen no hablar de Francia, sino de España, en una traslación constante que termina por faltar a la verdad en ambos países. La simplificación pierde los matices.

Sucedió en marzo en las elecciones de Holanda, pero con sordina, porque decir que Geert Wilders es lo mismo que Iglesias resultaba un tanto forzado y porque lo más parecido al universo de Podemos es Jesse Klaver, líder de GroenLinks, la Izquierda Verde, que logró 14 escaños (+10), por encima de los socialdemócratas de Lodewijk Asscher (PvdA), nueve escaños (-29).

Las elecciones de Holanda y Francia no emiten buenas vibraciones para la socialdemocracia, un espacio en el que se mueve el PSOE.

Yanis Varoufaki fue ministro de Economía de Grecia antes de que Syriza sucumbiera ante la presión de los acreedores (Alemania, Francia, BCE, FMI: la célebre troika). Antes mencioné a los Rothschild, que financiaron a ambos lados en los preparativos de la batalla de Waterloo. De ahí nació una frase histórica de Napoleón Bonaparte: “La mano que da está por encima de la mano que recibe”. Es lo que descubrió Syriza en aquellos días de ilusión y desafío: el orden de las manos.

Su líder, Alexis Tsipras, convocó un referéndum que parecía un desafío. Pretendía reforzarse en su pulso con la Unión Europea. Ganó la consulta pero perdió la guerra. Tsipras no se atrevió a ir hasta el final, salir del euro.

Varufakis dejó el cargo por coherencia ética y política. Desde entonces es un símbolo de la izquierda inconformista, no sumisa, que trata de ocupar el espacio dejado por la posizquierda que se volvió liberal. En ese ámbito se mueve Podemos.

Los Varufakis, Mélenchon y Podemos se diferencian en todo de Trump, de los hoolingans del Brexit, de los Wilders y (de) Le Pen. Son más europeístas que la actual UE y apuestan por la política de acogida de los refugiados. Su bandera son los derechos humanos y la ecología. Es una izquierda posideológica, por seguir la moda de las palabras, que trata de ser audaz en la profundización democrática cuando los fundamentos de la democracia están en riesgo aplastados por la globalización.

Todo lo anterior es para recordar que Varufakis no se anda con tantas zarandajas y ha pedido el voto para Macron. Considera que esta no es la elección más adecuada para ajustar cuentas con las élites.

Macron tiene ventajas sobre el derrotado François Fillon (candidato de Los Republicanos), asfixiado por los escándalos de corrupción: es nuevo, reformista y parece limpio, pero no pulcro. Las elecciones para regresar a las siglas de cada uno son las de junio (dos vueltas). Determinarán, en caso de ganar el domingo, con quién gobernará Macron, si con la derecha posgaullista o con la izquierda possocialista.

Las ideologías políticas son como las religiones, aportan una jerarquización de los valores, ayudan a distinguir el bien del mal (conceptos cambiantes a lo largo de la Historia, como el caso de la esclavitud) y entregan un Libro de Petete Ortodoxo del que nadie se puede salir si no quiere acabar en un campo de reeducación, un gulag o en el mismo infierno.

Las élites en su laberinto

Lo que nos ofrecen personas como Varufakis, Klaver y en alguna medida Bernie Sanders, es que hay vida más allá de los dogmas, las frases hechas, los eslóganes. No hay que buscar muy lejos. La fuente de lo que quiere la sociedad, sobre todo los jóvenes sin esperanza de un empleo estable, está en los indignados del 15-M y en los movimientos que siguieron como el de Occupy Wall Street.

La nueva política no puede abstenerse cuando la elección está entre los sucesores de José Utrera Molina y un émulo de Miguel Boyer, por acercar la imagen. La nueva política debería tener la capacidad intelectual de pactar con los otros, los diferentes, por el bien de la mayoría, y no devorarse entre ellos por unos asientos que aún no tienen.

Debajo de todo este runrún hay dos debates ignorados que están íntimamente unidos al crecimiento de los populismos: el futuro de Europa y cuál es la medicina adecuada para evitar la desafección de la ciudadanía. Ambas tienen solución: más Europa de las personas y más Estado del bienestar.

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