Nacido en los 50

¿Susto o muerte?

El Gran Wyoming

Definitivamente las costumbres americanas se han infiltrado en nuestra cultura de manera irreversible y todos los que nos encontramos bajo su órbita las celebramos con júbilo. Halloween ha venido para quedarse. En esta segunda vuelta de las elecciones francesas a los ciudadanos no les dieron a elegir entre dos opciones reales, por todo menú les preguntaron si querían la carne en su punto o muy hecha. La pregunta era: “susto o muerte”, pero podría haber sido: “entierro o incineración”. Hasta ese punto han llegado los franceses por su cobardía al no querer apostar por un cambio real, ni refrendar opciones con las que no les quedan excusas para acudir a las urnas a votar lo de siempre con dignidad.

Claro que, lo de no apostar por el cambio puede que no sea sólo cobardía, también esconde dosis de arrogancia. Es duro reconocer que uno ha estado toda la vida haciendo el imbécil al encumbrar opciones que les vendían como mal menor, amparándose en la amenaza de que la alternativa era peor, y que se acababan abrazando, creyendo suyas, al vivir en el pulso permanente del bipartidismo. Hay que tener la humildad de reconocer a tiempo el error y poner las cosas en su sitio aunque, claro, son muchos años dando la cara en los bares, en la oficina, en las reuniones familiares para acabar concluyendo que, en efecto, aquellos seres que les pedían el voto desde unas siglas que representaban una verdad, no eran otra cosa que unos lacayos al servicio del gran capital que les pagaba, y muy bien, por tener al ganado encerrado en los respectivos corrales. En eso se han convertido los partidos tradicionales, en hornos de incineración de votos para evitar que las cosas sucedan.

En Francia, los partidos así llamados, han acabado arrinconados, lejos de la más mínima opción de salir elegidos. No sentirán el menor atisbo de vergüenza o necesidad de pedir perdón por haber sido desenmascarados, sino que se convertirán en víctimas del triunfo del populismo demagógico. Incluso llegarán a recriminar a sus antiguos votantes la inmensa ingratitud de haberles dado la espalda después de haber dedicado tantos años a servir la causa del bien común y el bienestar, también común, no propio. Y es posible que algunos, incluso, lo crean de verdad. Aquellos que han estado desde sus posiciones de base dando la cara por esas siglas con las que se han criado, que han sostenido, defendido a muerte, siguiendo las instrucciones de la jerarquía de turno que un día mandaba una cosa y, al siguiente, la contraria. Un día aplaudían al líder para, sin solución de continuidad, celebrar su defenestración sin que medie un discurso didáctico que les aclare las razones. Como los adolescentes que llegan tarde, por lo menos deberían preparar un argumentario que ayudara a las bases a decir algo al llegar a casa.

Este lunes Europa se ha levantado en estado de gracia por el resultado de las elecciones francesas. La anunciada derrota del Frente Nacional Francés ha supuesto un alivio para los ciudadanos europeos. Se celebra como una gran victoria lo que para muchos que han votado a Macron debería ser un desastre.

Lo que le han hecho a los franceses se parece mucho a esa broma que practican los niños pequeños en el colegio cuando le dicen a un compañero que mire hacia un lado, señalando la dirección con un dedo, mientras con la otra mano le propinan una colleja en la nuca. La única diferencia es que el que recibe la colleja se siente un imbécil por caer en una trampa tan manida. Aquí no, los informativos destacaban eufóricos la victoria aplastante de la democracia cuando se ha puesto el cotarro en manos de los que les van o, mejor dicho, nos van a freír a collejas.

Siempre pergeñan un mal mayor para imponer una gran mentira. Decía León Felipe que el miedo del hombre ha inventado todos los cuentos. El lobo, el terrorismo, el FN, son la misma cosa.

En realidad, los neoliberales odian a Le Pen y a su hija porque son unos chivatos.

No dicen nada nuevo. Les pierden las formas y la obviedad de su discurso patriotero y de apropiación de la bandera y el himno nacional, algo a lo que nos tiene tan acostumbrados el PP aquí, en España. Por no hablar de la utilización del terrorismo y sus víctimas con fines electorales, lección también vieja y manida, no por ello menos efectiva, y que tan solo delata la falta de escrúpulos de los que utilizan la maniobra, cuestión que les importa un pimiento, dicho sea de paso. No es dignidad lo que buscan, sino poder.

Esta dinastía de los Le Pen no proclama nada que no se esté pergeñando en los diferentes despachos de Bruselas, o en los tratados internacionales en los que no se permite la entrada a los diputados. En lo esencial, eso de la cosa económica, en lo que de verdad importa, se pondrían de acuerdo antes de la puesta de sol.

Estos de la ultraderecha dicen muchas cosas que los liberales también sienten y no les permiten proclamar las reglas del juego. Sólo nos enteramos de lo que de verdad piensan cuando algún micrófono abierto, en un descuido, nos transmite comentarios por los que más tarde se disculpan, así, como si nada. A los Le Pen les pierden las formas. ¿A qué viene eso de proclamarse xenófobo en público? ¿No es mejor vender a los refugiados a los turcos sin dejar de cumplir los compromisos adquiridos con la religión y los derechos humanos?

No, la señora Le Pen no tiene cabida en la foto por bocazas. La tuvo Berlusconi cuando todos sabían que era un mafioso de la vieja escuela, que había sido condenado por sobornar a jueces, y que era un corruptor de menores.

También se la hacen con Rajoy, a sabiendas de la corrupción que ensucia a su partido y al que desprecian porque no tiene cabida en su moral evangelista del norte. Pero ambos eran dóciles. Ellos no tienen problemas con sus socios mientras cumplan con sus compromisos de gasto militar y sus recortes en gasto social amparándose en la deuda. Como ya sabían los economistas de izquierdas, hoy vetados en todos los medios, la política es sólo economía, y esta jugada de sacar el dinero de donde debería estar para entregárselo a ese amo, ente superior incuestionable, más conocido como Troika, no plantea un esquema de desarrollo para un país, sino que implica un orden nuevo donde el bienestar de la ciudadanía deja de ser prioritario o, mejor dicho, queda abolido. Se gobierna para otra cosa.

Los americanos del sur nos lo advierten a gritos que quedan ahogados en mitad del océano que nos separa: “No consintáis que el FMI se imponga. ¡Resistid! A nosotros nos llevaron a una ruina que hemos arrastrado durante décadas. Se quedan con lo que producimos y cada vez les debemos más pasta”.

Ese y no otro es el problema de los Le Pen: no son dóciles. Dicen que lo de la UE no está claro y generan problemas a los que mandan. Aquí lo resolvieron con el partido de derechas único. Caben todos: los de Le Pen, los de Franco, los cacos, los santos varones que ven a dios y sus ángeles, los banqueros, los fondos de inversión y los advenedizos macarras que salen de las instituciones con bolsas de basura.

El tema de las soberanías nacionales que proclama el FN está pasado de moda. Ya no se lleva. Es “vintage” del chungo, demodé. Ahora se vota en los diferentes países como se vota en las comunidades de vecinos, para otras cosas. La cuestión de la política y la economía pertenece a otro ámbito lejos de los errores que comete la masa al elegir que, como los hamsters, tiene tendencia a precipitarse en el abismo. Las cosas de importancia, donde reside el dinero, son demasiado importantes para dejarlas en manos de las urnas. La masa es obstinada. Se resiste a entender que no hay nada fuera de ese muro negro y espeso que nos proponen. El ejemplo de lo que le hicieron a Grecia por querer quitarse el yugo de unas políticas opresoras que sólo causan pobreza y desgracia a su gente ha sido una de las maniobras mas evidentes de en qué culmina esta política de entreguismo a los que de verdad mandan. También, como en nuestros nuevos presupuestos, les obligaron a recortar en todo hasta lo asfixiante, y a incrementar el gasto militar. Una vergüenza. Casualidades del destino: era Alemania la destinataria de esos dineros del gasto en armas. Con esta mano te doy el crédito, y con esta lo recibo con intereses. Las amenazas y coacciones que se llevaron a cabo desde la UE contra el Gobierno griego fueron dignas de imperios tiranos en régimen de sumisión, no de socios. El silencio del resto de los países recordaba a cuando el profesor se ponía a repartir hostias en la clase y todos los niños miraban al pupitre sin levantar la cabeza. Nadie tenía nada que decir. La pobreza, el hambre, la miseria, los despidos colectivos, no son prioritarios. Debemos sacrificar a nuestros hijos en el ara de la diosa economía, que no es otra cosa que las cuentas de beneficios de esas gigantescas corporaciones para las que trabajan, donde terminan sus días, los políticos europeístas.

¿Alguien más del sur quiere seguir el ejemplo griego?¿Alguien quiere terminar como en Venezuela? No os preocupéis, de eso nos encargamos nosotros, los enemigos de la demagogia populista.

Ha ganado la opción correcta. La victoria de ahora es una gran derrota.

A todo el mundo le obligaban estos días a decir que apoyaba a Macron, como hicieron en los tiempos previos a la guerra de Irak, en los que, antes de abrir la boca en cualquier medio de comunicación, te exigían cagarte en Sadam Husein o, automáticamente, te convertías en su cómplice. A Husein lo ahorcaron antes de que pudiera declarar en el juicio todo lo que había hecho antes por orden de los que se convirtieron en sus verdugos. Las vueltas que da la vida.

El desfile de la victoria

Me parece una broma de mal gusto que los neoliberales pretendan hacer renegar públicamente a gente de izquierdas de la señora Le Pen. Ella es de los suyos, y lo saben. Yo reniego de esa opción cada vez que escribo un artículo sobre el Gobierno de España. Es lo mismo. El que no quiera entenderlo, allá él.

Ahora toca definirse con el resultado que llena de orgullo y satisfacción a los, así llamados, demócratas europeos. Pues ahí va mi significación. Como defensor de la enseñanza pública, de la sanidad pública, y enemigo de la esclavitud a la que nos llevan con estos salarios de hambre que hacen que crezca la economía gracias a la explotación de los trabajadores, no me queda más remedio que decirle: “Señor Macron, enhorabuena por el resultado, y váyase a la mierda.”

Atentamente.

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