Nacido en los 50

La venganza de los titiriteros

El Gran Wyoming

¡Ojalá Irene Montero, en su primera intervención, hubiera dicho una sola mentira!

Qué triste realidad aquella en la que uno desea un mundo donde el ponente en sede parlamentaria mienta. Sería un mundo mejor. La realidad expuesta, que se ciñe a lo que hay, es demoledora e indigna de un país que se llame a sí mismo democrático. De nada sirve volver a recordar que fuera de aquí los políticos dimiten por cuestiones nimias comparadas con lo que se expuso en dicha intervención.

Terminada su intervención, el señor Rajoy respondió que Montero no había explicado las razones por las que se ha llevado adelante la moción de censura. Un chorreo de dos horas de fechorías no le parecía suficiente al presidente del Gobierno, no se dio por aludido, creía que ese ruido de fondo que componían la concatenación de fechorías y la interminable ristra de cargos de su partido con problemas con la justicia, era la lluvia sobre los cristales, en una ensoñación fantástica de su infancia en Galicia. Supongo. Le llamaron chorizo de diferentes maneras más de cien veces, pero él seguía con esa mirada que parece que persigue el vuelo de una mosca. La verdad en que, entre eso, y que le ha dado por andar de forma compulsiva, cada vez se parece más a Forrest Gump. Permanece ajeno en el escaño, aunque luego dice que atiende, como lo está en las ruedas de prensa cuando solventa las preguntas complicadas con un: “Bueno eso ya… tal”.

En su respuesta se puso a hablar de otra cosa. Eso sí, sin olvidar citar a Venezuela, o aquello de “ustedes lo ven todo muy negro”, “les gusta que las cosas vayan mal”. Parece que en su grupo siguen abundando en la pobreza necesaria. La pobreza, al parecer, como la corrupción, es inevitable. No va con ellos, pueden convivir insertos en ella, enterrados en ella, en realidad, a costa de ella.

Aceptada banda criminal mafiosa como gobierno legítimo de la nación española, lo demás es superfluo. Todo cabe. Pasó por alto por esta cuestión y se dedicó a otra cosa.

Mientras, escucho en la radio que el señor Rajoy sale a la palestra sin que se le espere, tras la intervención de la diputada de Podemos. De forma espontánea. Como si se hubiera picado. Sin embargo, apareció con un discurso escrito de muchos folios con los que pretendía responder a la intervención de la señora Montero, a su tono y a sus matices. Con un discurso escrito improvisa cualquiera. Más bien, parece que pretendía robar protagonismo a los ponentes, tiene medios a su servicio que le van a dar un diez diga lo que diga, como hicieron sus compañeros de bancada cuando todos en pie estuvieron minutos aplaudiendo antes de que comenzara a hablar. Los que nos subimos al escenario de vez en cuanto sabemos lo bien que se trabaja en esas circunstancias, con el pescado vendido.

También fueron pródigos en el aplauso de despedida cuando terminó su intervención. Ahí era más sentido. Tras las graves acusaciones que le dirigieron a él y a sus compañeros, a las que no respondió, ni se molestó en defenderse de ellas, se sintieron de nuevo juntos, integrados, protegidos en ese todo que todo lo borra, lo obvia y lo olvida. Están a salvo en la madriguera que a todos ampara. Sin fisuras, sin dudas, sin delaciones. Pasar por encima del hecho de que la Justicia les defina como organización criminal para delinquir, les reduce la pena, les diluye sus inquietudes, les atenúa el desasosiego. Todos, en ese seno materno que a todos ampara, se sintieron reconfortados y con la sensación de tener en sus manos un futuro prometedor. Cuando menos, un presente plácido, a pesar de la gravedad de la cuestión.

Llama la atención la sonrisa de idiocia con la que recibían las acusaciones. Fingen que no les afectan. Uno llegaría a creerse que son inmunes a lo que allí se dijo si no fuera por quién se lo dijo. A pesar del disimulo, tuvieron que aguantar un brutal chorreo de unos descamisados que nunca deberían haber entrado en el hemiciclo, si no hubiera sido por la dejación de funciones que hicieron los socialdemócratas ante la crisis y la aprobación de medidas que cambiaron las bases de convivencia de los españoles. No salieron entonces en defensa de la ciudadanía de manera drástica, radical, como la situación reclamaba, planteando medidas de choque que hubieran atenuado las intenciones del Gobierno. Dejaron al personal con el culo al aire en una actitud de impotencia que no se justificaba con la mayoría absoluta del PP. Aquella oposición se mostró incapaz, insuficiente, y dio paso a la irrupción de Podemos que, digan lo que digan, alcanzó una representación espectacular en poco tiempo. Artificial, según algunos, porque capitalizaron el descontento de la ciudadanía. Claro. Alguien tenía que llevar al hemiciclo la voz de los desamparados, que lo estaban.

Durante el debate, los señores del PP sonreían a sabiendas de que la impunidad, en mayor o menor medida, les ampara, que la justica se puede doblegar, y que el tiempo borrará las huellas que dejan esas monedas que se les escapan del saco. Siguiendo la enseñanzas de Rajoy, que actúa como un pequeño Buda, “hay que sentarse debajo de una encina a ver como anidan las abubillas. De regreso a la ciudad habrá escampado y el dinosaurio ya no estará allí”.

El señor Rajoy, en su discurso escrito, llevaba comentarios jocosos para ridiculizar las formas de la ponente, aunque el escrito parecía dirigido a Pablo Iglesias. No contestó a nada. Parecía que nadie había hablado antes que él.

A continuación salió Pablo Iglesias que reiteró parte del discurso de su predecesora para dar paso a una intervención política en la que desgranó sus propuestas. Hizo una declaración de principios.

Para sorpresa de los populares tuvo una intervención muy sosegada, mucho más que la de su telonera. Se presentaba con maneras de jefe de Estado. No quería caer en la trampa que les tendieron en el debate de la Comunidad donde los populares se pasaron veinte pueblos con las descalificaciones, utilizando un tono impropio de aquel que se presume inocente, ante las acusaciones, también graves, que se vertieron.

De nuevo, en sus contestaciones sucesivas, el señor Rajoy eludió la cuestión que allí se planteaba. En síntesis, le venían a decir que está deslegitimado para gobernar porque ha tocado fondo, el lodo les cubre por completo, y ya ni siquiera la palabra inaceptable se ajusta a la realidad, se queda corta.

Rajoy siguió vendiendo sus logros sin entrar al trapo. A lo otro, lo del latrocinio generalizado, no hizo alusión. Parece que dan por hecho que es su estado natural. No se molestó ni en negar esa realidad.

No sé cómo calificarán los expertos en la materia este debate. No ha habido vencedores ni vencidos porque hablaban de realidades paralelas. Quedó caro, sin embargo, que hay una España indignada que les contó las verdades que se dicen en la calle y en los medios de comunicación todos los días, que entiende que no se puede gobernar en este estado de cosas, y otra España que sigue viendo la patria como algo de su propiedad y que, en cualquier caso, no les considera representantes legítimos para dirigirse a ellos, para pedir explicaciones. Les falta el consabido: “Usted no sabe con quién está hablando”. No se las van a dar. Siguen actuando como si estos de Podemos fueran unos adolescentes que se han colado en la piscina de su zona residencial. No terminan de creerse ni entender por qué están allí. Ese día comenzarían a tener problemas de conciencia.

Sí, es posible que la moción no fuera oportuna, que la cortesía parlamentaria no se haya cumplido por no haber consultado al PSOE antes de anunciar la medida, si es que querían su apoyo, o hacerlo cuando estaban desintegrados, pero creo que ya ha pasado el tiempo suficiente para escuchar lo que se ha oído hoy en el Parlamento.

Dicho queda y anotado en el cuaderno de sesiones.

Por otra parte, se entiende que el PSOE estuviera molesto con la iniciativa. Se les han adelantado. En realidad, no se ha dicho una sola palabra de la que ellos renieguen salvo, claro está, la cosa del referéndum de Cataluña que les podría provocar una hemorragia de votos. Problema que no tienen los de Podemos que amplían con ello su espacio democrático, espacio, por cierto, que en su día defendía el mismísimo Felipe González cuando se hablaba, término que ha recordado hoy Rajoy y que no se emplea porque suena muy mal, de “autodeterminación”. Entonces, a aquel socialismo de pana, le daba votos, hoy se los quita y se elimina. Razón por la que Podemos les barre en Cataluña y el País Vasco.

Callados, se han quedado de testigos. Situación incómoda en la que no se permitían, ni siquiera, aplaudir lo evidente. Son las normas: nadie aplaude al otro. Los nacionalistas lo han hecho, sin embargo, en varias ocasiones. El PNV, no, lógicamente. Todavía está digiriendo el talón que les soltaron a cambio de aprobar los presupuestos y que les supone un bozal durante una temporada.

Son cosas que el PSOE debió decir y se las han robado. Ese y no otro era su terreno cuando eran los chulazos de la oposición. Ahora hay una competencia seria. Se tienen que poner las pilas. Como en los amores de verano, ha llegado un veraneante nuevo, con más morro, ha soltado eso que el enamorado en la sombra llevaba tiempo mascullando, y se ha levantado a la chica.

Han tenido la desvergüenza de actuar sin pedir permiso.

Los españoles, que no entienden de estrategias ni de cortesía parlamentaria, han visto a un solo grupo enfrentándose a los villanos a cara descubierta.

¿Dónde vas con la calor?

Oportuno o no, efectivo o no, ya era hora de que alguien les cantara la gallina de esta manera y les tuviera callados tantas horas escuchando una verdad grande. Como decía, ¡ojalá no lo fuera!

Se han ido con un rapapolvo de los buenos. Se lo merecen.

La verdad, hubiera sido más cómodo para el PSOE no haber llegado a este punto, pero ahora que las cartas están sobre la mesa se verán obligados, otra vez, a pasar por el bochorno de la abstención ante esta banda, que lo es, y que sigue practicando la omertá y aquello de Gürtel somos todos. Y lo son.

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