En Transición

La derecha lo sabe

Asfixiada por las olas de calor cada vez más frecuentes provocadas por un cambio climático que no cesa, abro esta ventana con la esperanza de que entre algo de aire fresco que me ayude a conjurar, junto a vosotros, los miedos, inseguridades y zozobras que provoca cualquier transición.

Sabemos de dónde venimos; conocemos lo que nos gustaba de aquello y lo que detestábamos. El problema es que no sabemos ni a dónde vamos ni si volveremos a disfrutar de una situación con la estabilidad mínima que requiere tal concepto. Quizá la transición sea ya permanente y tengamos que acostumbrarnos a iniciar nuestras declaraciones políticas, institucionales y hasta los textos jurídicos como si fueran una web: “En permanente construcción”. No lo sé, pero los signos del cambio global, con su traducción propia en España, son cada vez más evidentes.

Como en toda transición, no hay un proceso lineal e inequívoco, sino que la correlación de fuerzas es determinante y los pulsos son los que van definiendo las sendas que se toman. La derecha lo sabe y está aprovechando para ganar el terreno que cree que perdió en el 78. Si, resulta sorprendente, pero en su balance de aquel pulso creen que hay más sombras que luces y un largo apartado de “concesiones” que llega el momento de resarcir.

Sólo así se explican escenas como alguna de las que hemos visto esta semana: la maniobra para hacer desfilar por el Senado a los responsables económicos del resto de partidos mientras los ex y la actual tesorera del PP comparecían en el Congreso por los casos de corrupción, convirtiendo la sesión en un ejercicio esperpéntico de desprecio institucional. Si peligrosa fue la imagen que transmitieron haciendo oídos sordos a las preguntas y consideraciones de los diputados presentes, más peligrosa me parece la que quisieron provocar con la citación de los tesoreros del resto de partidos en el Senado: todos tienen algo que esconder, todos se han visto implicados en asuntos turbios a la hora de financiarse, todos tienen cosas que no podrían explicar. En definitiva, todos son iguales.

La derecha sabe que los partidos políticos, que en el 78 eran sinónimo de modernidad, participación y democracia, se han convertido a los ojos de la ciudadanía en parte del problema. Suelen oscilar entre la segunda y  la tercera posición en el ránking de preocupaciones según el CIS y se encuentran entre las organizaciones que menos confianza generan.

Entre las causas de este descrédito, sin duda, la corrupción ocupa un lugar destacado. Tanto, que según el Índice de Percepción de la Corrupción 2016 de Transparencia Internacional España está entrando a formar parte de ese grupo de países con percepción de "corrupción sistémica". Percepción que es exactamente eso, una impresión, pero que no se corresponde exactamente con la realidad:  España es un país con un problema muy importante de corrupción instalada en parte de la élite política y parte de la élite empresarial, que cuenta con una importante –aunque cada vez menor–, tolerancia social. Dista mucho, sin embargo, de otros países que han visto cómo el virus de la corrupción se ha instalado entre los funcionarios públicos, los médicos, los maestros, o los cuerpos de seguridad, entre otros. No, afortunadamente no es nuestro caso. Lo cual no le quita gravedad al problema, pero nos obliga a afinar el análisis.

La derecha –y en especial, el Partido Popular–, es consciente de todo esto y no le duelen prendas a la hora de mostrarse con absoluta soberbia e impunidad ante comisiones de investigación parlamentarias o en declaraciones a los medios de comunicación: negativas a facilitar los datos de los sobresueldos, oídos sordos a las preguntas de la oposición –no a las de portavoz popular– en la comisión del Congreso de los Diputados, o relatos como la recogida de cheques para Alianza Popular como si de una colecta benéfica se tratara. Saben que la corrupción ya les ha pasado buena parte de la factura, por lo que está amortizada, y que no es difícil generar una sensación de extensión de la podredumbre. Solución por dilución.

Realmente tenemos un problema, porque si todo esto funciona es debido a que la forma partido se encuentra no sólo desprestigiada, sino también cuestionada, y no sólo en España, sino en el conjunto de Occidente.

La semana pasada, el think tank Más Democracia hacía público su ránking de calidad democrática de los partidos políticos. Preocupa que la mayoría de partidos analizados no superen el 5 sobre 10. Las puntuaciones medias están por debajo de 5 en el indicador de democracia interna, entre el 5 y el 6 en derechos de los afiliados y su protección, y apenas superan el 5 en procedimientos de elección de sus candidatos a cargos públicos. En la parte alta de la tabla, destaca lo referente a la disposición de códigos éticos, donde obtienen un 6, y un  6,9 en la información que facilitan en sus webs sobre documentos internos, resoluciones de congresos, etc.

Sin garantías no hay democracia

El desprestigio de los partidos se puede explicar por estas y por otras variables. Hasta el punto de que la práctica totalidad de las formaciones surgidas en Europa en los últimos años prescinden de la palabra "partido" en su denominación, conscientes del lastre que supone. Frente a esto, optan por formas como movimiento, redd, o plataforma, que denotan fondos diferentes.

Está por ver su evolución, su funcionamiento y su eficacia, pero, por más que le pese a la derecha y por más que a veces creamos que no tienen remedio, no podemos prescindir de las organizaciones políticas, al menos hasta que inventemos un sistema que nos haga más libres. Otra cosa es que, en esta transición, tengan que reinventarse para dar respuesta a lo que los nuevos tiempos piden, para lo cual, lo primero, es saber qué es lo que piden.

La derecha sabe de esta debilidad, conoce el desencanto que genera, gestiona el tiempo dejando pasar –y pudrir– los problemas, y acaba produciendo una desconexión –no de Cataluña–, sino del conjunto de la ciudadanía. Si lo pensáis, la gestión que Mariano Rajoy está haciendo del tema catalán tiene muchos elementos en común con su aparente forma de (des)ocuparse de los problemas de corrupción en su partido. Pero esto, para otro día.

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