Muros sin Fronteras

Duelo de élites en Venezuela

Debe existir un principio invisible en el Derecho Natural, que no se estudia de manera abierta en las carreras de Leyes: el poder pertenece en su totalidad a las élites y a sus representantes delegados, sean partidos conservadores, clubes de empresarios, medios de comunicación o hermandades de Semana Santa. Si aceptáramos esta hipótesis todo se entendería mejor. De ahí los ataques a Ada Colau en Barcelona o a Manuela Carmena en Madrid.

El problema no es su gestión sino su existencia: han osado ocupar una porción de poder que no les corresponde. Esto ha sido así siempre, un coto cerrado, por eso son saludables las revoluciones porque refrescan el ambiente. Su función no es cambiar lo esencial, aunque así lo prometan, es decir la desigualdad, la injusticia, la rapiña del sistema, la impunidad del poder. Su función es cambiar de élites para que todo siga más o menos igual.

Hay países de tradición democrática que disimulan mejor la existencia de este principio: EEUU, que resiste ahora el vendaval autoritario de Donald Trump desde la estricta separación de los tres poderes y una prensa haciendo su trabajo, el Reino Unido, pese al fango de su Brexit, o cualquiera de los nórdicos.

España estaría a la cola por escasa tradición y porque nuestras élites no crean riqueza colectiva como las anglosajonas, solo se la apropian. No suelen arriesgar, juegan sobre seguro: negocio privado con dinero público. Las excepciones, que las hay, están en las pymes y los jóvenes.

Venezuela es una revolución fallida, ni siquiera consiguió cambiar de élites. Hoy se pelean por un mismo espacio las élites de un pasado glorioso, cuando el maná petrolero generaba miles de millones de bolívares (solo para ellos), con las élites nacidas con el chavismo, los  llamados boliburguesesboliburgueses, que temen perder sus recién adquiridos privilegios. En medio hay un país depauperado al que no le sirve ninguna música, ni la de Maduro ni la de la oposición.

Lean, por favor, este texto de Martín Caparrós: '¿Fracasó la izquierda latinoamericana?'

Hugo Chávez fue la consecuencia revolucionaria a 40 años de saqueo organizado en los que las élites venezolanas, que hoy militan en las filas opositoras, despreciaron la existencia de la mitad de la población. Eran los pobres, los negros y los indios. No participaban en política, tampoco sabían leer y escribir. Era un apartheid de hecho, sin derechos políticos ni sociales. La revolución chavista dio voz y voto a la mitad ignorada, y les otorgó dignidad y conciencia.

Eso funcionó bajo el carisma de Hugo Chávez, a quien el ex presidente uruguayo, José Mujica, calificó de soñador. Fue un sueño colectivo de millones financiado con el petróleo alcista y una deuda descomunal. No se supo aprovechar la bonanza para crear la base de un nuevo Estado. Ese es el mayor fracaso de Chávez.

En España, las elites y sus representantes nunca hablan de Venezuela, entiéndase por un país de fronteras reconocidas en el que viven más de 30 millones de personas en unas condiciones de precariedad económica alarmante. Siempre que pronuncian su nombre, Venezuela, es para criticar a Podemos, la gran bicha que amenaza su status quo.

Varios medios españoles ilustraron la violencia del domingo en Caracas, en las votaciones para elegir una Asamblea Constituyente, con una foto del atentado, se supone obra de algún sector de la oposición, contra la Policía Nacional Bolivariana. Era la prueba gráfica para demostrar lo contrario, la violencia del Gobierno contra el pueblo.

Baltasar Garzón definió “posverdad” como la “mentira emotiva” en un artículo publicado en La Vanguardia en el que citaba a Goebbels, jerarca nazi maestro de la manipulación, y aquello de la mentira mil veces repetida hasta convertirla en verdad indiscutible. Nada ha cambiado en el arte de subvertir los hechos.

Venezuela se vincula a la financiación de Podemos, pese a que esos supuestos lazos parten de unos informes policiales falsos elaborados en las cloacas del Ministerio de Interior. No me sé las cuentas históricas de Venezuela pero si hubo donativos para algún partido debió ser en el mandato de Carlos Andrés Pérez, el amigo de Felipe González y de la Internacional Socialista que logró el más difícil todavía: ser más corrupto en su segundo mandato que en el primero.

No hay grises, ni matices: la oposición son los buenos y Leopoldo López su ángel custodio. Para Podemos y la izquierda en general tampoco hay grises, ni matices: el chavismo son los buenos y Nicolás Maduro su mártir. Los periodismos de trinchera, sean de derecha o de izquierda, son malos periodismos porque no tratan de contar, solo defender unos intereses.

La izquierda española considera a Maduro uno de los suyos. No importan sus salidas de tono, sus decisiones erráticas o sus incapacidades manifiestas. Siempre se le justifica y defiende. El desastre económico de Venezuela lo explican por el boicot de las élites y en la mano que mece la cuna (CIA). Tampoco se puede explicar el hundimiento echando toda la culpa a Maduro. Hay de todo: un petróleo por los suelos y una deuda por los cielos, mala gestión y malas artes. La deuda es herencia de Chávez, no culpa de Maduro.

El presidente venezolano agita una retórica revolucionaria de los años sesenta que tiene más que ver con el márketing revolucionario que con la revolución misma. La retórica no da de comer. Tampoco el victimismo.

Este texto de Patricio Fernández en la web de The Clinic, titulado, 'Venezuela o érase una vez una revolución',  resulta clarificador. Dice mucho, por ejemplo esto:

“Yo estuve en Caracas para su entierro, y los pobres de esa ciudad lo despidieron con fervor. Mientras una multitud de ellos esperaba pasar junto a su féretro, escuché gritar a la masa cansada: “¡Maduro no es Chávez!”, aunque igual lo eligieron”.

(Patricio Fernández es chileno, tiene casi 48 años, demócrata sin ambigüedades que se opuso a la dictadura militar. Es fundador del semanario satírico The Clinic, un sarcasmo porque ese es el nombre de la clínica en la que estuvo preso Pinochet en Londres. Se le puede ubicar en la izquierda, pero su vocación periodística está por encima de las ideologías. Su compromiso es con la verdad).

El periodismo consiste en explicar la realidad desde la mejor información, que suele ser la más contrastada, para que cada lector, oyente o televidente saque sus conclusiones. Añadan una alta dosis de honradez para lograr algo esencial: la credibilidad.

No existe un periodismo de derechas y otro de izquierda, solo hay buen y mal periodismo. La posición política no modifica la realidad ni las normas éticas del periodismo. Afecta, en todo caso, a la selección de temas.

Alguien de izquierdas estaría más interesado en asuntos sociales, la pobreza, los migrantes, el hambre, las energías renovables o el tráfico de armas. Uno de derechas podría inclinarse más en el enfoque de las bondades de la lucha contra el déficit que las víctimas del ajuste, o más en la seguridad de las fronteras que los derechos de los refugiados.

Los mejores periodistas y medios no tienen las fronteras ideologizadas, es decir cuando hay que tratar un tema se hace bien, con datos y opiniones encontradas. Un periódico de derechas puede poner de vuelta y media a Theresa May y uno de izquierdas a Jeremy Corbyn. El periodismo no es militancia.

Urgente: Dios salve a América

Pero escribía de Venezuela. Primero un poco de egoteca. Dos textos publicados en julio sobre Venezuela en El Periódico de Cataluña: 'Volar puentes en Venezuela' y '¿Es Venezuela una dictadura?'. En el segundo hago referencia a los barrios populares que despertaron a la política con Chávez. Uno de los más simbólicos, es el 23 de enero. En él han puesto la cruz a Maduro, pero también a la oposición. Es la Venezuela silenciada.

Si la Mesa de Unidad Democrática, que engloba a toda la oposición, quiere ganarle el pulso al Gobierno tendrá que ofrecer a esa Venezuela pobre un discurso de esperanza, más allá de la recuperación de su Derecho Natural a gobernar. Para eso tendrían que desprenderse de un antichavismo enfermizo (algo haría bien el amigo) y de un clasismo de piel que invisibiliza a los pobres, a los negros, a los indios. La Constituyente es una salida hacia ningún sitio, no busca solucionar problemas, solo proteger fortunas de los que se creían la nueva élite.

En la época de Hugo Chávez nació un grupo de periodistas que se decían Los del Medio. Se les consideró contrarevolucionarios. Ya no existen, claro, pero millones de ciudadanos siguen en medio de todo. Habría que empezar a buscarlos para sellar esa Venezuela partida en dos.

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