Desde la tramoya

'Parlem? Sí, però digues-me de què'

En una argucia muy de su audaz estilo, la agencia de publicidad Sra. Rushmore colgó un cartel de balcón en su oficina de la Gran Vía madrileña con el rótulo “Parlem?”. En seguida otros publicitarios se subieron a la campaña, que se viralizó en Internet con rapidez y luego subió a los medios convencionales. Un éxito publicitario por un precio de unos cinco euros (la sábana y el spray negro). Y un posicionamiento blanco e inocuo en mitad de la agresividad de esta guerra de banderas que cientos de ciudadanos de toda España han hecho suya extendiendo rojigualdas, esteladas o senyeras en sus balcones.

“¿Hablamos?”, nos preguntan los jóvenes y creativos publicitarios. “¿Podríamos entendernos? ¿Nos sentamos y lo resolvemos todo? Venga, nos tomamos unas cañas, unos calçots y unos callos y salimos con todo resuelto”. En realidad, son cientos los que llaman, de un modo u otro, y desde hace años, a un diálogo entre “Cataluña” y “el resto de España”. Como Cataluña y España sólo existen en nuestra imaginación, alguien tendrá que decirnos quiénes en concreto, dónde y, sobre todo, de qué tenemos que hablar. Porque el Govern de Cataluña, su Parlament, el Gobierno de España y su Congreso de los Diputados –que son, supongo que en esto estamos casi todos de acuerdo, quienes deben conversar– llevan hablando décadas, a través de innumerables decisiones y en miles de horas de debate. No es cierto que no se haya hablado. Se ha hablado todo. Pero no hay manera de entenderse. Los conflictos no son generalmente por falta de diálogo: suelen ser consecuencia de la imposibilidad de acuerdos.

Cifras para mantener la cordura

Y bien: llegados a este punto, con una tensión ya irremediable y de consecuencias desconocidas hasta este domingo, sigamos con la recomendación: “D’acord: parlem”. Cuando el domingo el Govern tenga que asumir que el referéndum no se ha podido celebrar en condiciones homologables, podrá básicamente tomar tres caminos. Uno, la huida hacia delante con una proclamación de independencia por parte de su parlamento, que volverá a encontrarse con la respuesta del Estado. Dos, la convocatoria de unas elecciones autonómicas (que desbloqueen allí la enquistada situación, y que serán las cuartas en siete años). O tres, el reinicio de un diálogo con el Gobierno de España.

Supongamos –y ya es mucho suponer– que de pronto todos los actores, el Govern, los partidos catalanes, el Gobierno y los partidos españoles, deciden hablar. El diálogo con toda probabilidad se dirigiría a una reforma de la Constitución. A esa reforma vienen llamando muchos como posible solución al problema catalán. En algún caso incluso el PP se ha mostrado proclive a hablar sobre esa reforma. Pero, ¿alguien cree realmente que estamos en condiciones de acordar algo sustancial, con el actual estado de cosas? Por ejemplo: en el PP hay una fuerte tendencia recentralizadora, que considera que el Estado de las Autonomías ha ido demasiado lejos en la transferencia de competencias a los territorios. En el PSOE no hay el más mínimo acuerdo sobre qué tipo de federalismo debería imponerse en España. ¿Simétrico? ¿Asimétrico? Los vascos y los navarros jamás aceptarán que se les retire el Concierto (hoy constitucionalmente consagrado) con el que tan bien cuadran sus cuentas cada año. Los andaluces o los extremeños o los riojanos están hartos de los privilegios de las “nacionalidades históricas”. Todo el mundo está de acuerdo en que es necesario reformar el Senado, una Cámara que lleva abierta inútilmente casi cincuenta años, pero nadie sabe qué hacer con ella (¿dejamos que estén representadas todas las regiones en igualdad de condiciones, o damos trato especial a algunas? ¿A cuáles y cómo?). Con respecto al sistema electoral, ¿siguen manteniendo sus opiniones los partidos que antes eran pequeños y querían más proporcionalidad y ahora son grandes y ya no les parece tan mal estar sobrerrepresentados? ¿Hacemos algo con la Monarquía, o lo dejamos pasar? ¿Ponemos que España es una nación de naciones, y decimos cuáles son esas naciones?...

Claro que hay una cuarta salida al actual embrollo. La que sobrevuela desde hace un lustro. Un referéndum legal, negociado, vinculante, nítido en la pregunta y en las consecuencias, al modo escocés o quebequés. Muchos nos barruntamos que esa será finalmente la salida. Que podría estar incluso avalada en esa pretendida reforma de la Constitución. Pero más allá de esas publicitarias y demagógicas llamadas al diálogo y la reconciliación, ¿hay alguien que piense realmente que nos podemos poner ahora de acuerdo en algo? Yo me temo que sólo cabe hoy esperar a que los ánimos se relajen unos cuantos meses, años quizá. Y a que cambien algunos personajes que han demostrado no tener capacidad de liderazgo suficiente. Quizá entonces, con nuevo espíritu, nuevos líderes y nuevas propuestas, logremos poner orden en los asuntos que tenemos pendientes desde 1975.

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